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Quizás era demasiado el frío de julio, o tal vez las
angustias que un nuevo mes le traían. Pero lo
único que inundaba en su cuerpo era un ligero temblequeo. Acompañado de un vacío  estúpido y un miedo inexplicable, tras encontrarse a unas cinco cuadras de su escuela.

Nunca se identificó como un niño miedoso ni un
adolescente con esas características, y hasta detestaba la gente que parecía morir del miedo ante cualquier acción, pero en ese momento llegar a un lugar donde se vería tan expuesto solo le significaban miles de sensaciones.

En semanas anteriores, la llamada que compartió con su ahora, ex novio, lo había llevado directo a la ruina. Para su suerte, logró mantener algún contacto con su mamá, llegando al acuerdo de adelantar su mensualidad. Cosa funcional durante la primera semana en donde no encontraba fuerza como para salir de su casa.

Pisado el veinticuatro de junio se encontraba con unas veintidós faltas, en ningún momento recibió mayor preocupación por parte de alguien, exceptuando por su papá. Un día
llegó a notarlo en algunas de sus caminatas de camino a la escuela -las cuales terminaban de nuevo en su pieza antes de terminar las seis cuadras- quien solo dijo algunas palabras sin sentido, se lo dejaría pasar solo por esta vez, e incluso pensó que había ido a encontrarse con alguien más. LIegó a dolerle que su progenitor utilizara la palabra chica tan abiertamente, Ilegando a creer que esperaba eso de él, cosa que olvidó rápido cuando encontró su alivio en una bolsita en lo profundo del cajón en su pieza.

Sin embargo, la verdadera razón para no acudir a la escuela era el simple y sencillo hecho de ver la cara de Alejo. Se conocía lo suficiente como para comprender que cuando lo vea, sería el primero en correr al baño de hombres a encerrarse en lo más profundo de algún cubículo desocupado.

Los orbes marrones de Alejo eran como una catarsis mayor a la que no resistiría, más aún cuando en casi cincuenta días sólo se limitó a existir en medio de la nada, entre llantos y penas, sintiéndose un condenado a su propia vida. Nefasto de su parte permitir que una simple mirada compartida con alguien que, ahora se trataba de un completo desconocido, le causara miles de sensaciones encontradas, y el hecho de pensar en ello le provocaba un miedo incesante como si Véliz fuera una especie de sicario que se encontraba buscándolo.

Pero Matías jamás se destacó en controlar sus sentimientos.

Cuando las calles comenzaron a resultarle conocidas y las sucias hojas de los árboles comenzaban a disminuir, supo que se encontraba cerca de la escuela, sólo ingresaría con el propósito de no dejar que lo suspendieran por tener demasiadas faltas.

Mordió el interior de su mejilla, colocó con algo de fuerza sus manos en la campera impermeable en busca de algo para sostenerse como si eso le sirviera de ayuda para demostrar una seguridad totalmente inexistente. En cuanto pisó la entrada del edificio rezó al nombre de una deidad en la que ni siquiera creía, para lograr perderse entre la inmensidad de las paredes carcomidas y algo garabateadas, volviéndose una masa entre las miles de personas que se reencontraban tras el receso invernal.

Sus súplicas parecieron detenerse cuando sus "amigos" voltearon a verlo, tras encontrarlo de camino a su aula. Lo analizaron cual lobos a su presa, Matías buscó alguna excusa para darle explicaciones al por qué de su desaparición y para no contestar Ilamadas ni mensajes. Creó miles de falsas excusas para tapar las verdaderas preguntas: "¿Dónde estabas? ¿Dónde está la plata que nos debes? ¿Por qué no apareciste, sabiendo que vos sos quien consigue lo que buscamos?".

Odiaba que intentaran camuflar su interés, que fuesen tan idiotas para no notar su conocimiento sobre todo lo esperado de su persona, dolía. A pesar de eso se les acercó, tomando del interior de su campera la billetera con la que cargaba.

Sin embargo, luego de los típicos saludos y entregarles el dinero debido, contestar a unas simples preguntas con excusas baratas, construidas en base a un rompimiento de teléfono y unos problemas familiares totalmente ficticiosos, tuvo lugar su pánico mayor.

Cierto chico alto de tez algo tostada por el sol, parecía brillar bajo la tenue luz de los blancos faroles ubicados en el pasillo. Alejo hablaba con su mejor amigo, el cual aparentaba contarle algo lo suficientemente interesante como para dirigirle toda su atención.

Lo distinguió con mucha belleza, su aura confiada construida a base de mentiras no se encontraba. Cargaba el marrón de sus ojos, un tono chocolotaso carmesí casi flameantes en los cuales solía perderse durante horas, Ios mismos causantes de una razón suficiente para despertar incluso en las mañanas difíciles, donde los gritos de su hogar eran demasiados y los ladrillos que componían las ruinas de su cada parecían querer derrumbarse. Un motivo capaz de alejarlo de todo lo malo, que llegaba a quitarle el habla gracias a la paz transmitida con unas palabras, un salvavidas inigualable en cuanto sus pensamientos no parecían frenar sobre las miles de ideas destructivas.

Su piel ardía tras las sensación del temor, incluso parecía adormecido bajo el miedo de que este se acercara, que sintiera que lo miraba para que él haga los mismo, subiendo totalmente sus esperanzas y bajándolas de golpe con un desprecio entendible, debido a la forma en que llegaron a suceder las cosas por las amargas palabras salidas de ambas bocas la última vez.

Pero de verdad necesitaba volver a ocupar el costado de ese chico, dejando a este apoyarse en su pecho en ciertos momentos, buscando reparar el tiempo que llegaron a perder.

Entre sus pensamientos se aparecieron miles de formas de borrar todo el dolor pero ninguna funcionaba, y el principal motivo de que no funcione era la poca fidelidad que brindaba. Más de treinta llegaron a ser las veces en que la inmensidad de su habitación parecía ser suficiente si ésta era llenada por Alejo, siendo este el único que deseaba mantener a su lado, y a la vez siendo uno de los que más descuidó.

Entre las fantasías llegadas a imaginar se encontró una en la cuál todo lo roto se reparaba con palabras, Alejo volvíaa su vida, sus insomnios desaparecían, el chico ocupaba el vacío que le llegaba en la madrugada y allí los corazones no parecían agotados bajo la espera de la tardía reconciliación.

Podía llegar a jurar que Alejo era su todo aunque sonasra algo egoísta de su parte e incluso enfermizo. Comprendía que eso no era sano, más bien se trataba de algo totalmente perjudicial para sí mismo; el quedar atado de manera dependiente a un ser humano, más a una persona adolescente y con miles de errores. Pero se resguardaba lo suficientemente en su pensamientos y era conciente de tal accionar.

Entre sus pensamientos el sonido del timbre lo aturdió, sus acompañantes cambiaron su mirar para dirigirlo hacia la puerta de su aula, encaminándose hacia ella.

Unos ojos algo achinados y marrones lo notaron, fueron sólo unos milisegundos que causaron un sudor detestable en su manos y un escalofrió mayor en su cuerpo. El contacto no fue suficiente para expresar ningún tipo de sentimiento o sensación, ya que fue apartado de manera instantánea. La mirada que aquel chico le dedicó a su amigo a su lado, le dió a entender que se encontraba comentándole de su presencia, bajo un rostro de disgusto e incluso de pena o lástima.

Tal acción lo golpeó cual balde de agua helada. Su semblante bajo volvió, un nudo en su garganta comenzó a formarse y guardó el dolor para cuando esté cubierto por las claras paredes de su casa.

En cuanto se unió al grupo de amigos que parecían hablar de un tema al que se encontraba totalmente ajeno, pudo sentir miradas sobre sí, supo de quiénes se trataban. Se decidió por no devolverlas, no quiso correr en busca de un modo para arreglar todo dándose por vencido. Rodeando así de flores y amor a una ilusión creada en nombre al dolor que lo atacaba.

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enfiestado || véliz x souléDonde viven las historias. Descúbrelo ahora