Los truenos despertaron al menor, provocando que se sentara de golpe en la carreta, mirando a todas partes mientras llevaba una mano a su pecho, estaba asustado. Su corazón latía frenéticamente, su respiración era entrecortada y su cuerpo temblaba por lo ocurrido.
No lograba recordar que había soñado, pero sentía que un buen sueño no era, no estaba seguro si agradecer el susto que le metió el clima para despertarlo o si el susto no había valido la pena. Se acomodó entre las cajas, ¿Cuánto más tendría que huir? Su ropa estaba sucia, tenía hambre y estaba cansado; comer sobras y dormir en una carreta ya le estaba cobrando factura a su cuerpo. Pensó en su padre, en que seguramente estaría teniendo una velada placentera con su madrastra sin que el estuviera estorbando. Hizo un recuento rápido de los lugares que visitó estando en esa carreta, pudo quedarse en cualquiera de ellos para empezar de nuevo lejos de su estúpido padre, pero algo en su interior lo había animado a seguir viajando, escondido entre las cajas para que el conductor no notara su presencia.
Se mordió el labio, nervioso; era prudente bajar en la siguiente parada, no podía seguir escuchando esa voz interior que le rogaba seguir viajando, no era seguro que tendría comida o que el conductor siguiera ajeno a que llevaba un polizón, si, era mejor bajar pronto de la carreta. Gateó lo más lento que pudo hasta llegar a la orilla, haciendo a un lado la manta que ayudaba a que el sol, o en este caso la lluvia, no dañara la mercancía. Agradeció internamente que estuviera lloviendo, sus ojos no estaban en condiciones de soportar la luz del sol, pero el ambiente colorido lo hizo pensar que algo estaba mal con ellos.
La carreta recorría un sendero que al parecer atravesaba un bosque extraño, los árboles parecían pomposas bolas de algodón de colores, pero el aire fresco se sentía muy bien. Por un momento se preguntó si también tendrían un sabor dulce como el algodón de azúcar. Negó frenéticamente, ese no era su objetivo, tenía que buscar un lugar donde quedarse y de ser posible uno donde pudiera vivir a largo plazo, no tenía tiempo para niñerias aunque tuviera diez años de edad. Su padre lo educó para hacerle competencia a los hijos de las demás familias adineradas en el barrio, nunca le gustó competir, más que nada porque esos niños tontos muy apenas y sabían ir al baño solos, no eran dignos rivales para él.
Intentó bajar de la carreta varias veces, pero ese sentimiento seguía evitando que saltara como si aún no fuera el momento de hacerlo. Frustrado, se quedó mirando el camino que recorrían, prestando atención a las piedras y los insectos que de repente cruzaban el camino ya enlodado por la lluvia. Otro trueno lo hizo estremecerse, tensarse, pero no hizo más que quedarse quieto. Su padre le enseñó a ocultar las emociones débiles, si las mostraba podrían aprovecharse de él, y aunque era un niño no dejaría que eso pasara. Miró a su izquierda, abriendo los ojos de forma desmesurada al divisar una enorme estructura a lo lejos. Tan inmerso estaba en su curiosidad que no se dió cuenta de en que momento se bajó de la carreta, caminando entre los árboles en dirección a la estructura misteriosa, tampoco notó cuando la lluvia bajó su intensidad hasta casi desaparecer, asomándose los rayos del sol entre las nubes que ya iban dando paso a un cielo azul.
Caminó por unos diez o quince minutos, quitando de vez en cuando el lodo de los zapatos, llegando a una enorme puerta cubierta con algunas tablas de madera ya podridas. Observó detenidamente toda la estructura, llegando a la conclusión de que era una fábrica. Se acercó más a la puerta, jalando las tablas y quitándolas con facilidad por la madera en mal estado.
Se giró lo más rápido que pudo al escuchar un par de risas, tensandose al no divisar a nadie cerca, le echó la culpa al viento y abrió con dificultad una de las puertas, cubriendose los oídos por el ruido exageradamente alto que había provocado, al parecer todo estaba en mal estado y callendose a pedazos, esperaba que el interior no estuviera tan mal para por lo menos pasar la noche. Entró sin mucho cuidado, soltando un grito que resonó por lo que parecía ser el taller, teniendo el filo del hacha cerca de su nariz. Observó la máquina y la hilera de hachas que tenía frente a su persona, ladeando la cabeza y analizandola luego de que se le pasara el susto. La máquina tenia una forma extraña, pero ingenieosa, teniendo la capacidad de cortar más de un árbol a la vez. Acarició el mango de una de las herramientas, recordaba vagamente una foto de esa máquina, su padre se la habia enseñado en una de las tantas revistas de negocios en la oficina de su casa.
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Hasta vernos otra vez
Fiksi PenggemarExtendió su mano, tratando en vano de intervenir en lo que ya estaba hecho. Apretó los puños, solo necesitaba un minuto para poder disculparse con él, solo un minuto y estaba conforme. ¿Por qué un minuto? ¿Por qué no una vida? ...