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Stefan aprisionaba con sus manos el cuello del lobo. El cuerpo del animal se convirtió, con el paso de los segundos, en el de un humano. Al ver que ya no respondía, lo arrojó contra el cuerpo de Katja que yacía sobre los huesos desperdigados.
—Patéticos —se burló mientras los miraba—. Son simples humanos, ¿qué podrían hacer contra alguien como yo?
—Podrían hacer mucho —interrumpió una voz.
El hombre se volteó. Will estaba frente a él, el color de sus iris era más oscuro que el de la sangre.
—¡Qué sorpresa! —sonrió y se detuvo a pensar—. Con los golpes que te propiné deberías estar muerto, a menos que...
Se cubrió la boca con las manos como si estuviese asombrado. Sus ojos mostraban picardía, el joven lo observaba con el ceño fruncido.
—Lo hiciste, ¿verdad? ¿Probaste su sangre?
—¡Sabrás lo que se siente morir! —apretó los puños.
—Entonces, adelante —abrió los brazos, incitándolo—, estoy preparado.
Will arremetió lleno de rabia. Le lanzó un puñetazo a la cara, pero fue esquivado. Envió otro y obtuvo el mismo efecto.
Sintió el puño de Stefan en su nariz y dio varios pasos hacia atrás acompañados por un leve quejido. Tomó aire, la sangre brotó de uno de los orificios. Al sentirla se limpió con el dorso de la mano. Observó al hombre, no había ningún rasguño en su cuerpo.
Embistió de nuevo. Su puño se dirigió al rostro del demonio, sin embargo, movió la cabeza. Su brazo derecho fue sujetado por la mano de Stefan. Las miradas se cruzaron. El joven sintió la fuerza que ejercía la mano sobre su hueso, cómo emitía un sonido al quebrarse. Gritó y su alarido resonó en las paredes de la cueva.
Después de unos segundos, Will fue liberado y cayó de rodillas. Vio a Stefan alejarse y caminar hacia donde estaban los cuerpos de sus amigos.
—Sería un desperdicio botar tanto alimento. Estoy seguro de que mis seguidores apreciarán que les deje un poco.
—¡Apártate de ellos, sanguijuela! —gritó Will mientras se incorporaba.
Corrió hacia su padre, iba a asestarle un puñetazo pero fue esquivado. El hombre le dio un rodillazo en el estómago haciendo que soltara una bocanada de aire.
Will cayó al suelo, cayó boca abajo. Percibía sus huesos quebrados otra vez; se sentía inútil. Había roto dos promesas: debió hacer lo que más odiaba y para colmo, no pudo proteger a Rosemary.
—Inútil y débil, igual que tus amigos —se acercó Stefan—. Incluso con ese nuevo poder no consigues derrotarme. Seguro que no pudiste detener tu sed y la mataste, como todo un inexperto.
El joven pensó en su amiga. No quería creer las palabras de aquel hombre, pero el cuerpo frío que dejó atrás le demostraba otra cosa.
—Eres una vergüenza, hijo. Asesinaste a quien debías cuidar para conseguir un poder que no controlas.
Will apretó los dientes. Desde su posición pudo ver los zapatos de su padre junto a él.
—Pero no te preocupes —continuó—, pronto terminará todo —lo alzó por el cabello y lo empujó contra una pared—, pondré fin a tu desgracia como debí haber hecho hace muchos años.
Stefan le atravesó el estómago con sus dedos, apenas pudo gritar. Aquella mano hurgaba en su interior destrozando sus órganos. Las lágrimas escapaban de sus ojos.
Will tomó el brazo de su padre he intentó desprenderse, sin embargo, era débil. El hombre se burlaba mientras lo veía retorcerse de dolor. Entonces trató de calmarse, trató de pensar en otra cosa, trató de pensar en la razón por la que estaba allí.
Minutos después, Will ya no emitía ningún sonido, su cuerpo parecía sin vida. El hombre sonrió e intentó retirar su mano, mas no pudo. La herida del estómago del muchacho se había cerrado alrededor de ella. Observó el rostro del chico. Sus ojos estaban rojos pero detrás de ellos, esta vez, parecía no existir un alma. Soltó al joven, quien quedó de pie.
—¿Crees que te temo? —intentó recuperar su miembro.
Will le respondió con un puñetazo en la mandíbula, que le sacó la extremidad de la herida, y lo arrojó a unos metros de distancia.
—¿Cómo...? ¿Cómo es posible? —bramó desde el suelo con palabras apenas entendibles.
El joven se mantuvo en silencio. Stefan se incorporó y palpó la zona agredida: la mandíbula estaba desencajada y torcida, la sangre salía de su labio inferior manchando su ropa.
Will se percató de que Stefan lo observaba de reojo, el odio en su mirada había aumentado. La fuerza y el control sobre los músculos, adquiridos por su hijo, lo ponían en una situación difícil.
El muchacho exhaló un grito y corrió hacia el hombre. Lanzó un puñetazo al rostro de su rival, que apenas lo pudo esquivar; mas otro impactó en el estómago, y lo atravesó. El hombre se dobló, el puño de Will quedó cubierto de sangre. Un fuerte golpe en la sien bastó para destrozar parte del cráneo de Stefan y arrojarlo al suelo. El líquido rojo brotaba de las heridas del abdomen del viejo vampiro y formaba un charco en el suelo, parte de su cerebro estaba al descubierto.
«Debo actuar rápido, antes de que se regenere», pensó Will.
Buscó a su alrededor el trozo de espada hasta encontrarlo, lo tomó. Se agachó junto a Stefan y lo colocó boca arriba. Lo agarró por el cabello y alzó el pedazo de metal sobre su hombro, listo para clavárselo al padre en el corazón. Lo miró a los ojos y se detuvo.
—¿Qué esperas? —masculló el hombre con una sonrisa—. ¿Dejarás que mi cuerpo se recupere para enfrentarnos de nuevo o me matarás?
Will apretó los dientes, la duda lo embargaba. Su corazón latía de forma rápida, la mano con la que sostenía el trozo de espada no paraba de temblar.
—¡Eres un cobarde! —Stefan enseñó sus dientes manchados con el líquido rojo—. Eres igual que ese viejo, que gritó como una ramera cuando uno de mis seguidores le arrancaba el corazón —rió entre dientes.
El joven no soportó la ofensa hacia su difunto maestro. Movió la hoja y arrancó la cabeza con un solo movimiento.
—Tú y yo somos asesinos, hijo —susurraron los labios del hombre antes de que su cabeza y cuerpo se convirtieran en cenizas.
Will se mantuvo inmóvil, bajó sus manos y las colocó entre las piernas. Agachó su cabeza. Su respiración era agitada, su cuerpo seguía estremeciéndose. Con la muerte de Stefan quedaría un vacío de poder en su reino de oscuridad y se olvidarían de perseguirlo, al menos, por un tiempo.
«¡No lo puedo creer! Ya murió, ya murió, ya no hay peligro».
Comenzó a reír lo más alto que pudo, luego esas risas se convirtieron en llanto. Cubrió sus ojos mientras las lágrimas caían.
Un peso en uno de sus hombros hizo que se detuviera. Retiró sus manos y alzó la vista. Un hombre de unos cuarenta años estaba frente a él. Se sujetaba el abdomen para detener el sangrado mientras una mujer, un poco más joven, lo ayudaba a sostenerse. Intercambiaron miradas por unos segundos. El chico estaba asombrado, tenía frente a sí a sus amigos. Heridos, magullados, pero vivos, vivos...
—¿Qué sucede, Will? Parece que has visto un espectro —el joven se mantuvo callado—. Y Rosemary, ¿dónde está?
Abrió sus ojos todo lo que pudo y, haciendo caso omiso a la pregunta de Albert, se levantó y dejó la habitación a toda carrera.
El pasillo se le hacía interminable. Después de varios minutos de trayecto, llegó al lugar en donde había dejado a Rosemary. El cuerpo de la joven estaba pálido. Su vestido tenía varias manchas de la sangre que escurría de una herida en su cuello. Se acercó y arrodilló junto a ella. La miró con detenimiento: se encontraba en la misma posición en que la dejó al marcharse. No se había movido un milímetro, sus mejillas apenas estaban rosadas. De los ojos de Will se despeñaron las lágrimas. Entonces escuchó unos pasos, Albert y Katja llegaban al lugar.
—¿Qué has hecho? —gritó el mayordomo al ver el cuerpo de la joven.
El muchacho sintió una patada en un costado de su abdomen que lo apartó de Rosemary. Cuando logró recuperarse y alzar la vista observó a Albert, le mostraba sus colmillos y rugía a pesar de estar en su forma humana; parecía fuera de sí. El vampiro decidió quedarse en el suelo, no hacer ningún intento por levantarse. Aceptaría cualquier castigo o tortura que le impusieran. El mayordomo se acercó y lo alzó por el cuello de la camisa, lo aplastó contra una pared cercana.
—¿Qué has hecho? —volvió a preguntar enseñándole un puño.
Will tenía la mirada perdida. Las lágrimas que caían de sus ojos eran caudalosas.
—Rosemary..., ella me lo pidió, me pidió que los salvara.
Los ojos del hombre lobo se humedecieron. Su puño tembló y soltó al vampiro que cayó de rodillas en la tierra.
—¿Cómo pudiste? —le gritó Albert—. Tu deber era ser su guardián. Lo prometimos al patrón: proteger la sangre de su nieta y, más importante, proteger su vida.
El muchacho se aferró al acero que permanecía en su mano desde la pelea.
—Al final un vampiro es un vampiro, un ser sediento de sangre —continuó, el chico apretó los restos de la espada con más fuerza—. Si el patrón hubiera sabido que harías eso nunca habría confiado en ti.
—¡Lo sé! —gritó y le enseñó la espada rota al mayordomo.
El hombre y la sirvienta se paralizaron. Tuvieron miedo de que Will los atacara.
—Siento lo que hice. Sé que no hay perdón, por eso —tomó aire—, agarra esta hoja y acaba con mi vida.
Albert tomó el pedazo de metal. Will se abrió la camisa dejando el pecho descubierto. El mayordomo levantó la mano con el arma, lista para clavarse en la piel del joven, temblaba. La mirada del vampiro era triste. Al final, Albert se decidió, sin embargo, un grito lo detuvo.

Katja veía la escena sin saber qué hacer. Sus amigos luchaban entre ellos. Entonces, le pareció ver a Rosemary estremecerse. No lo creyó posible, su cuerpo estaba gélido, a pesar de eso, la chica movió un brazo. Sus ojos no mentían, Rosemary aún respiraba.
—¡Deténganse! —gritó antes de que Albert hundiera en el pecho de Will el acero—. ¡Rosemary vive!
El hombre miró hacia atrás. Con un ritmo lento la joven movía su cuerpo. Dejó al muchacho y se arrodilló al lado de ella.
—Rosemary, despierta —dijo en un tono dulce y amargo a la vez.
De forma pausada, la chica abrió los ojos. Vio a un hombre de cabello oscuro y cuerpo robusto, pero su primer pensamiento fue para alguien más.
—¿Dónde...? ¿Dónde está Will? —logró articular.
Albert miró hacia un lado: el joven se encontraba tumbado contra la pared, con la mirada clavada en el suelo. Volteó hacia Rosemary.
—No lo culpes..., por favor —rogó antes de que el mayordomo pudiera decir algo—, yo se lo pedí..., le pedí que nos salvara.
El hombre la miró con lástima.
—Él está bien, no te preocupes —escuchó el chico—. Ahora vámonos a casa.
Albert cargó en sus brazos a la joven y abandonó la cueva seguido por Katja. El vampiro se quedó solo, sumido en la penumbra.
«Nunca más me aceptarán junto a ellos», pensó. «Los traicioné».
Transcurrieron varios segundos que para él parecieron interminables antes de que pudiera oír algo que lo regresó a la realidad.
—Will, ¿qué haces? —llamó Katja—. ¿Crees que esperaremos por ti toda la eternidad?
El chico alzó la vista. ¿Lo habían perdonado? Eso era algo imposible. Hacer daño a Rosemary era como hacerle daño a un dios. ¿Le estarían dando una oportunidad para redimirse?
Sin pensarlo más, se levantó del suelo y caminó hacia la entrada. Se detuvo. Por la claridad supuso que era de día. Entonces recordó que ya no había nada que temer y reanudó su lento avance hasta emerger de la cueva. Por primera vez en su vida sintió el calor del sol sobre su piel sin hacerse daño.

RosemaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora