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Will recorría los pasillos de una casona. Los cuadros en las paredes representaban a una mujer de rubios cabellos con un niño en brazos. Junto a la dama, un hombre de blanco traje posaba una de sus manos sobre un hombro de la señora. Los ojos de las figuras adultas parecían juzgar al muchacho.
«Hoy lo lograré», se decía mientras sus pies resonaban en las losas del piso.
Cuando llegó al final del lúgubre corredor, abrió las puertas. Una joven yacía encadenada sobre una mesa, sus alaridos eran escuchados por los presentes que vestían oscuras capas. Las llamas que coronaban las velas se mantenían erguidas, sin estremecerse siquiera por un segundo.
El encapuchado que parecía el líder comenzó a leer las palabras de un grueso libro que cargaba en sus manos. Otro le ofreció una daga a Will.
El joven alzó el puñal sobre el pecho de la prisionera. Las lágrimas abandonaban los ojos de la muchacha, quien bajó los párpados para no ver el filo del cuchillo con el que acabarían con su vida.
—No puedo —Will se detuvo, le lanzó una mirada al líder—. No puedo.
—Tienes que hacerlo —lo señaló con un dedo—, eres mi hijo.
—Lo siento, padre, no soy como tú.
—Eres una vergüenza, no mereces seguir con vida.
Will abrió los ojos consumido por el miedo. Los encapuchados dejaban sus togas, desplegaban sus enormes alas y se abalanzaban en su dirección. Intentó abrir la puerta pero estaba trabada.
Las garras y colmillos cayeron sobre él. Arañaban su carne, la destrozaban. Will no paraba de proferir alaridos mientras su cuerpo era mutilado por aquellos seres.
Will despegó sus párpados de forma rápida, le faltaba el aire. Esa pesadilla lo atormentaba desde el día en que dejó a los suyos. Cuando logró calmarse miró a su alrededor. Reconoció las paredes de madera que lo rodeaban, el armario, el sofá, el escritorio con su silla.
«La cabaña del bosque», se dijo.
Se sentó en la cama y revisó su cuerpo. La mayoría de las quemaduras habían desaparecido. Sintió un ruido y alzó la vista, Rosemary entraba en la habitación.
—Veo que te recuperas rápido —sonrió con timidez.
—Siempre ha sido así —bajó la cabeza.
—Estuviste inconsciente un par de días —acercó la silla a la cama y se sentó junto a Will—. Albert nos rescató. Nunca creí que hablaran en serio sobre ese peligro que mencionaban —suspiró—. Lo siento, por mi culpa estás así.
Will volteó a verla. Tenía la mirada clavada en el suelo, pequeñas gotas caían sobre sus manos.
—No tienes que disculparte —hizo que lo mirara—, nuestro deber es protegerte y si tenemos que morir, lo haremos.
—No digas eso —se limpió el rostro.
—Es una promesa que hicimos.
Rosemary observó los ojos del chico, habían recuperado su tono azul pero nunca los había visto tan tristes.
—Es hora de que sepas la verdad, Rosemary —la voz de Albert los interrumpió.
La sirvienta y el mayordomo entraron en la habitación y tomaron asiento en el sofá.
—Tratamos de mantenerte ajena con respecto a la situación, pero ya no podemos seguir ocultando lo que ocurre —Katja cruzó los brazos sobre el pecho y frunció el entrecejo—. ¿Viste bien a esos hombres lobo? Son monstruos que obedecen a... —miró a Will como si se disculpara de antemano—... vampiros, bestias asesinas que beben sangre para alimentarse. Tu abuelo luchó varias veces contra ellos.
—Él no era un hombre ordinario —agregó Albert—. Era un cazador de monstruos.
—¿Un cazador de monstruos? —repitió la joven asombrada.
—Así es —explicó Will—. Se dedicaba a cazar vampiros, hombres lobo, gárgolas o cualquier otra criatura que estuviese merodeando cerca de pueblos o ciudades. Tuvo que dejar el gremio de cazadores cuando nos acogió. Él tenía respeto por la vida, la mayoría de los humanos tratan de matar lo que no conocen o no entienden, pero el maestro intentaba dictaminar si la criatura merecía morir o no —tomó aire—. Me siento en deuda con él más allá de que me perdonara la vida.
—¿Y cómo lo conocieron?
—Fue hace muchos años, él solo era un joven, sin embargo, ya tenía experiencia en el oficio. En aquella ocasión su objetivo era detener a unos vampiros que rondaban cerca de unas ruinas. Esperó pacientemente mientras estudiaba su comportamiento. El día en que se reunieron en unos edificios abandonados, para hacer un cónclave, fue el momento que tu abuelo aprovechó para atacarlos. Acabó con los vampiros que estaban allí —contó en un tono sombrío—, lo vi con mis propios ojos.
—Si lo viste todo, ¿dónde estabas?
—Me habían encerrado en una habitación. Golpeé la puerta varias veces para tratar de derribarla. Entonces escuché gritos y miré a través de los tablones: tu abuelo asesinaba a los vampiros del otro cuarto. Puse más fuerza a mis golpes contra la madera hasta que la puerta cayó al suelo, yo también caí. Él me vio, sentí el impulso de escapar pero mi cuerpo se congeló. Su espada estaba roja por la sangre que la cubría, a medida que avanzaba hacia mi dirección caían gotas al suelo. Me miró a los ojos, creí que acabaría conmigo al igual que hizo con los demás. Le pedí que no me matara y le conté cómo llegué a estar dentro del cuarto, se compadeció y me llevó consigo; me mostró una nueva vida. Durante años me entrenó y me enseñó el oficio en nuestros viajes por el mundo. La espada que uso fue un regalo, es el arma con la que lucho mejor.
—Dijiste que mi abuelo era joven, ¿por qué tú no envejeces?
—Soy un vampiro —soltó.
La joven se estremeció unos segundos. Agarró sus brazos y se encorvó como si tuviese frío.
—Rosemary —llamó Albert, ella lo miró—, siempre te hemos cuidado y no te haremos daño, lo prometimos al hombre que cambió nuestras vidas, a tu abuelo —sonrió—. Yo solía atacar a los campesinos, robarles el ganado. Un día fui víctima de una emboscada: me rodearon, lanzaron sus redes sobre mí y consiguieron darme caza. Fui golpeado hasta el cansancio y abandonaron mi cuerpo al creer que no respiraba. Will y el patrón me encontraron, casi no podía hablar pero les juré que si me salvaban les sería fiel. Me recogieron y curaron mis heridas. Desde ese momento me dedico a servir a esta familia.
—Yo me uní para seguir con la tradición —expuso Katja al darse cuenta de que Rosemary la observaba—. Mi padre también cazaba monstruos. Al no tener un hijo varón me enseñó todo lo que sabía y antes de morir me pidió que trabajara para tu abuelo, su amigo de oficio. Gracias a eso pude conocer a Albert —esbozó una tenue sonrisa.
El mayordomo volteó hacia ella. El asombro apenas se notaba en su rostro, pero parecía feliz al ver que aún quedaba algo de amor por él en el corazón de Katja.
—¿Y qué tengo que ver en todo esto? —preguntó la joven.
—Hace unos veinte años tu padre y yo encontramos a una mujer desmayada en el bosque que está detrás de las montañas Kalasse —narró el muchacho—, de su espalda salían un par de alas traslúcidas, estaban quebradas. Tu padre decidió recogerla y llevarla a la mansión para curarla, supongo que le causó curiosidad su aspecto. Al despertar nos contó que provenía de una especie oculta en las profundidades del bosque, que los vampiros atacaron su pueblo y ella fue la única sobreviviente, que la encerraron para beber su sangre pero escapó antes de que pudieran lograrlo.
—La mantuvimos oculta por un tiempo, no obstante, las criaturas se enteraron de su paradero y comenzaron a asediarnos —intervino el hombre.
—Aparecían vampiros, junto a sus seguidores, por todas partes —el joven hizo silencio. La mirada se le perdió entre sus manos que estrujaban la sábana.
—Y nosotros acabamos con ellos—siguió Katja—. A pesar del peligro tu padre se enamoró de esa mujer y luego llegaste tú.
—Eras tan pequeña —recordó Albert con una sonrisa en sus labios—. Nos diste alegría a todos.
—Pero no duró mucho —interrumpió Will—, esos chupasangre siguieron hostigándonos. Tus padres perdieron la vida en uno de esos ataques por lo que tu abuelo te mantuvo bajo sus cuidados.
—Al no conocer de tu existencia, los vampiros se tranquilizaron, sin embargo, de alguna manera supieron de ti por lo que otra vez nos enfrentamos a ellos. Vencimos, aunque el patrón resultó gravemente herido y murió. Tú solo eras una pequeña cuando ocurrió.
—Nosotros prometimos cuidarte, así que nos mudamos a la casona —concluyó Katja—. Estuviste oculta hasta ahora.
—Lamento haberles causado tantos problemas.
—No importa, Rosemary, tarde o temprano tendrías que salir al mundo exterior. Ellos están en todas partes, un humano común no los reconocería, un ojo entrenado sí.
—Si mi madre poseía alas, ¿por qué yo no tengo?
—Pensamos que se debe a tu parte humana —supuso Albert—, o a que todavía no tienes la edad para que comiencen a crecer.
—¿Y para qué me necesitan los vampiros?
—La sangre de esa mujer corre por tus venas —explicó Will—. Ella dijo que si la tomaban podrían caminar bajo el sol sin preocupaciones, su fuerza aumentaría, tendrían el mundo a sus pies.
La preocupación se hizo visible en el rostro de Rosemary.
—No tengas miedo, nosotros vamos a protegerte —Will esbozó una sonrisa y le pareció que la joven exhaló un suspiro de alivio.

RosemaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora