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La luna proyectaba su luz sobre la casona que había permanecido oculta en el Bosque de Farina durante años y que pocos conocían su ubicación. El recibidor era un amplio salón con cuadros del viejo señor y su nieta, colgados en las paredes. Un jarrón de porcelana ocupaba cada esquina de la estancia; los sillones eran de maderas que resplandecían con la luz de las velas y sobre ellos había cojines de plumas. El té de jazmín que preparó Will para Katja se mantenía intacto en la mesita frente al sofá, solo el humo que se desprendía del líquido había menguado con el tiempo. Albert y la sirvienta estaban sobre el mueble, él la abrazaba para consolarla; no obstante, Katja seguía preocupada por la ausencia de la joven.
Entonces, el mayordomo sintió unos pasos y alzó la vista, Will se dirigía hacia la puerta. Llevaba un pantalón negro y un frac del mismo color, sobre una camisa blanca. En una de sus manos sostenía una vaina.
—Will, ¿qué haces? ¿A dónde vas? —Albert lo detuvo.
—Debo ir a buscarla, se ha hecho demasiado tarde —dijo sin voltearse.
—Es peligroso —le advirtió.
—Tendré cuidado, cuida a Katja —y abandonó la casa.
—¿Crees que ella esté bien? —preguntó la mujer.
Albert la miró a los ojos, estaban rojos por todo el tiempo que había llorado.
—Esperemos que sí —susurró con el ceño fruncido.

Las hojas secas sonaban bajo los pies de Rosemary mientras corría por el bosque. Se detuvo y miró hacia abajo. Apenas podía distinguir el camino cuando la luz de luna penetraba las copas de los árboles. Se pasó una mano por la cara. Sintió que se iba a caer y apoyó su espalda en un tronco, estaba cansada.
«Debo seguir adelante», contuvo sus lágrimas. «No he caminado toda la noche por gusto».
Había dado unos cuantos pasos cuando comenzó a oír sonidos de pisadas sobre la hojarasca que la alarmaron. Cada vez se escuchaban más cerca hasta que se detuvieron de manera repentina.
Creyó que se trataba de una persona, pero escuchó con atención: un gruñido provenía de los árboles. Su corazón comenzó a latir de manera desenfrenada, su cuerpo se estremeció.
«Un animal salvaje».
Asustada, empezó a correr.
La bestia saltó de entre los arbustos, la persiguió sobre sus cuatro patas; sus grandes colmillos brillaban con la luz de la luna. Rosemary trató de mantener la carrera, sin embargo, el cansancio y sus pies no se lo permitieron. Cayó al suelo casi desfallecida; se arrastraba para avanzar, aunque era inútil, el monstruo estaba cerca. La joven veía su cuerpo en las fauces de la criatura, cubierto de sangre, desgarrado por aquellos colmillos. De repente, una sombra empujó al demonio y lo desvió de su objetivo. La bestia rodó por el suelo a unos metros de distancia. Entre Rosemary y el monstruo, iluminada por la luz de la luna, se encontraba una figura que la chica reconoció al instante.
—¡Will! —exclamó.
El chico se volteó, su habitual expresión de serenidad había cambiado. Su mirada era más de miedo que de preocupación.
—Debemos irnos, pronto vendrán más —la tomó por un brazo y la levantó del suelo. La halaba a la vez que corrían a través de los gruesos troncos que se elevaban hasta el cielo, sobre las raíces que entorpecían la marcha.
—¿Qué sucede, Will? Dime, por favor.
El joven no respondió, Rosemary tomó aire.
—¡Will, dime! —se desprendió de la mano del chico.
Él dejó de andar y giró sobre sus talones.
—No podemos detenernos —se notaba el miedo en su voz—. Albert y Katja te podrán contar todo lo que quieras saber al llegar a casa, ahora tenemos que apresurarnos.
Otra vez la agarró del brazo y continuaron su avance. Rosemary, aún ignorante de la situación, buscó una respuesta en los ojos de su amigo pero solo obtuvo frialdad y más interrogantes al darse cuenta de que los iris azules de Will se habían vuelto tan rojos como las rosas del jardín.
En el momento en que iban a pasar a través de unos árboles, unos destellos llamaron su atención. Se detuvieron a observar, eran un par de ojos amarillos que los acechaban sin perderlos de vista.
«¿Otra más», se preguntó Will.
El muchacho estaba a punto de desenvainar su arma cuando la bestia se abalanzó sobre Rosemary que, paralizada por el miedo, cerró los ojos. Will al verla inmóvil, sin perder un segundo se colocó delante. Desenfundó su acero en el momento en que el monstruo estaba casi sobre él. Con un veloz movimiento de su mano blandió la espada. Un aullido de dolor surcó el aire, la criatura cayó sobre la tierra mientras la sangre fluía de su pecho. Will enfundó la espada, sujetó a Rosemary y emprendieron la carrera a toda velocidad.
—¡Rápido, debemos llegar a casa cuanto antes!
Los jóvenes, entre jadeos y dolores en las piernas, llegaron a un claro en el bosque. Will alzó la vista, el día estaba a punto de comenzar. Apretó los puños y los dientes, la preocupación se hizo visible en su rostro.
—Has perdido mucho tiempo —dijo alguien y luego rió.
Will y Rosemary voltearon hacia el otro extremo del terreno. Las dos criaturas que los atacaron y otra que se les unió los miraban fijamente. Gracias al amanecer se podía distinguir mejor cómo eran: el pelaje del color de la tierra, el aspecto de un lobo con grandes garras y colmillos. En cuatro patas, aquellos seres llegaban hasta la cintura de Will.
—Parece que no han tenido suficientes golpes por esta noche.
—Sabes que solo vivimos para servir a nuestro amo —respondió el de la herida en el torso.
—Y que ella es la clave para su propósito —agregó otro—. Entrégala o danos tu vida.
—No permitiré que la lastimen —desenvainó su espada y escudó a la chica con su cuerpo—. Antes les arrancaré las tripas para comerlas, hace mucho que no pruebo la carne.
—Como desees.
Luego de proferir un rugido arremetieron contra Will. Iban en formación: uno delante y los otros dos detrás, a diferentes distancias. El joven también embistió, alejándose de la chica. El que corría a la cabeza saltó y atacó con sus patas delanteras. Will tomó su espada, con las dos manos, la colocó de forma horizontal y detuvo las zarpas. La bestia quedó parada en dos extremidades; las movía hacia adelante, empleaba su fuerza para intentar derribar al muchacho, sus ansias por derrotarlo eran evidentes.
El de la herida en el pecho, al pasar cerca de Will, dio un giro, abrió sus fauces e incrustó sus colmillos en el brazo derecho del muchacho, quien apretó los dientes para aguantar el dolor. La sangre comenzó a brotar de los orificios en su carne. La bestia no se quedaba quieta, sacudía bruscamente de un lado a otro su cabeza intentando arrancarle el brazo. El sabor del líquido parecía haberlo puesto en un estado de euforia. Ese no era momento para quejas, todavía quedaba otra criatura. Will la vio con el rabillo del ojo, se dirigía hacia su protegida; iba a herirla, llevarla ante su amo, y la perdería para siempre. Debía terminar con sus agresores de una vez. Con un movimiento hacia arriba de su mano derecha impulsada por la izquierda, le imprimió fuerza a la hoja. Las garras de la bestia, que estaban sobre el acero, fueron cortadas. El animal aulló y, como si fuese una persona, dio varios pasos hacia atrás; cayó de espaldas al suelo al no poder equilibrarse.
Rápido, Will asió la espada con su mano izquierda. Llevó el codo de ese brazo hacia atrás todo lo que pudo y extendió el derecho. La espada penetró el cráneo de la bestia que lo mordía y le dio muerte en pocos segundos. Retiró la hoja y se desprendió de esos desagradables dientes que habían desgarrado su piel y revelado sus huesos; mas no era momento de relajarse, todavía quedaba otro de esos seres.
Apenas se había volteado cuando la criatura que quedaba en pie se abalanzó sobre él. Sintió el cuerpo sobre la tierra y la espada abandonando su mano, las garras sostenían con fuerza sus brazos. Creyó que aquel engendro iba por Rosemary, se equivocaba; al parecer regresó al escuchar los alaridos de sus compañeros. No lo pudo preever a tiempo, sus sentidos habían menguado por la lucha. Trató de soltarse pero estaba cansado y débil por la sangre que había perdido.
«Planean acabar primero conmigo porque Rosemary no se puede defender. ¡Demonios!».
El sol comenzó su viaje por el horizonte. Sus rayos hacían desaparecer las sombras de la noche. Will sintió cómo la luz del astro calentaba el día y cómo las zarpas de la criatura se cerraban sobre su garganta.
—¡Mátalo de una vez! —gritó el monstruo mutilado—. Se lo merece por lo que me hizo.
—Claro, ya no sirve para nada, ¿pero no te gustaría verlo llorar como una mujerzuela cuando el sol lo ilumine? —sugirió el que lo ahogaba.
—¿Y la niña? —volteó hacia Rosemary que temblaba.
—¿Crees que haga algo? —suspiró—. No seas idiota y disfruta del fin de este mocoso.
Will apretó los dientes, apenas podía respirar o moverse. Uno de los rayos del sol impactó sobre su rostro, su piel se quemaba a medida que transcurrían los segundos. No pudo aguantar el dolor; gritó, sus ojos se humedecieron.
Rosemary presenciaba el espectáculo, inmóvil. Nunca en su vida había visto tanta violencia, tanta sangre. Los gritos impregnaban el aire, al igual que el olor a carne quemada. Sus rodillas fallaron y cayó al suelo. Las lágrimas se precipitaron de sus ojos. Comenzó a sollozar, a gritar.
—¡Will, despierta, por favor!
—Él es un traidor y merece morir —dijo la criatura que aprisionaba al muchacho.
—No lo es, no lo es —repetía la joven.
El lobo gigante, cansado de oírla, soltó el cuello del chico, que parecía inconsciente, y caminó unos pasos hacia ella.
—El mocoso nos abandonó por un desagradable humano.
—¡Will no es un traidor! —gritó con todas sus fuerzas.
—¡Cierra la boca! —gruñó el lobo sin garras y arremetió.
La joven se asustó, exhaló un grito. Colocó sus brazos en forma de cruz, sobre su rostro, para protegerse.
Sin previo aviso, una espada salió disparada y se clavó en el lomo de la criatura que aulló de dolor. Rosemary, al escucharlo, descubrió su cara. El lobo yacía en el suelo con la hoja clavada en su lomo. Will, a unos metros de la bestia restante, había logrado tomar su arma y lanzarla hacia el monstruo que atacaba a la chica. El joven miraba amenazante a su adversario mientras se ponía en pie con sus últimas fuerzas. Las quemaduras en su rostro y cuerpo lo hacían apenas reconocible.
—El amo debió acabar contigo cuando pudo —gruñó la criatura que quedaba—. Terminaré su trabajo hoy mismo.
El feroz animal corrió hacia el joven. De forma inesperada, sintió que lo golpeaban y cambiaban su rumbo. Dio varios pasos a un costado y contempló a su agresor: el pelaje era negro como las noches en que la luna no brillaba sobre el bosque y su apariencia era también la de un lobo gigante. El lobo pardo gruñó por la intromisión del recién llegado, su pelaje se erizó, mostró sus dientes y se abalanzó hacia él. Intentó morderlo con sus colmillos, no obstante, el lobo negro se apartó a tiempo. La bestia color tierra dio un giro. Su mirada se cruzó con la negra. Arremetió otra vez. Estaba cerca cuando le enviaron un zarpazo.
Rápido, logró hacerse hacia atrás, pero el lobo oscuro volvió a asaltarlo. Tanta fuerza le imprimió a su ataque que lo arrojó a unos metros de distancia. Su cuello sangraba. Amedrentado, se levantó del suelo con intenciones de huir, sin embargo, sintió cómo era golpeado por un costado y luego presionado contra el suelo. Gruesos colmillos se clavaron en su nuca. Aulló de dolor, la sangre brotó con más fuerza. La bestia negra lo alzó por dónde lo tenía agarrado y comenzó a agitarlo como si fuera un juguete. Lo retorció hasta que los alaridos dejaron de escapar de las fauces. Arrojó el cuerpo a un lado y miró a su alrededor: las criaturas permanecían inertes, la chica lo observaba con un brazo comprimido sobre el pecho. Se le acercó con movimientos que no denotaban prisa.
La joven percibía que su corazón latía frenético, que el pelo en su nuca se erizaba con cada paso dado por el monstruo negro. Tomó el arma, que permanecía incrustada en el cuerpo sin vida que tenía en frente, en busca de protección.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el lobo cuando estuvo cerca.
—¡Aléjate de mí, bestia! —le gritó moviendo la espada de un lado a otro.
Sus manos temblaban.
—Rosemary, cálmate, soy yo.
—¿Albert? —se extrañó al reconocer la voz—. ¿Acaso...? ¿Cómo...?
—El olfato, Will demoraba y era casi de día —explicó apresurado.
—No me refiero a eso. Dime por qué eres un lobo parlante, por qué Will se quemó cuando le dio el sol.
—Ahora debemos irnos, luego te explicaremos con calma.
Albert se alejó unos metros de la chica y caminó hasta un lugar en el que había sombra: Will se encontraba allí, se había arrastrado buscando refugiarse del sol, su piel estaba destruida. Con cuidado lo cargó en su espalda.
—Rosemary, súbete en mi lomo —le ordenó.
Ella estaba indecisa. Quedaba espacio, pero el aspecto de Will, en esos momentos, le causaba repulsión.
—Vamos, así iremos más rápido.
La joven, todavía con miedo, subió sobre la bestia.
El lobo emprendió la carrera por entre los árboles. Iba tan rápido como se lo permitían sus patas, el viento despeinaba el largo cabello de Rosemary en el que se enredaban insectos, hojas y ramas. Después de varios minutos llegaron a una cabaña en Narii, el bosque vecino a Farina. La vivienda no mostraba signos de desgaste en sus paredes de madera, parecía haber sido construida hacía pocos años. Alrededor de la entrada había flores amarillas idénticas a las del jardín de la otra vivienda.
—¿Dónde estamos, Albert? —preguntó la chica.
—En un lugar seguro —le respondió—. Tuvimos que marcharnos de la casona, unas criaturas aladas nos atacaron.
—No entiendo qué quieres decir. ¿De qué hablas?
—Las flores amarillas del jardín ocultaban tu olor. Al abandonar la casa, las criaturas solo tuvieron que seguir el rastro desde la ciudad hasta nuestro hogar.
—¿Y dónde está Katja?
El sonido de una puerta que se abría la interrumpió. Rosemary miró hacia la entrada de la choza. La criada salía, su semblante era de preocupación.
—¡Katja! —gritó Rosemary y descendió del lobo.
Corrió hacia ella pero fue recibida con una bofetada.
—¿Qué has hecho, tonta? Por tu culpa nos descubrieron —suspiró—. Estás bajo nuestra responsabilidad —la abrazó y varias lágrimas salieron de sus ojos—, si te ocurriera algo no sé qué haríamos.
—Lo siento —susurró con los ojos llenos de lágrimas.

RosemaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora