la alexitimia es la incapacidad de identificar, reconocer, nombrar o describir las emociones o los sentimientos propios, con especial dificultad para hallar palabras para describirlos. Pobreza en la expresión verbal, mímica o gestual de las emocione...
Ya habían pasado dos años desde que mis padres se fueron en busca de mi "cura". Ahora la casa era un lugar colorido y lleno de vida, pero en medio de toda esa expresión y vitalidad, yo llevaba conmigo un desafío personal: la alexitimia. Una condición que mis padres siempre llamaron "perdición" aunque pueda vivir con eso.
A medida que pasaban los días, me sumergía en mis actividades diarias. Dibujaba en las paredes, plasmando descubrimientos científicos y aprendiendo nuevas habilidades como cocinar, coser, mecánica y electricidad. A pesar de la aparente alegría que reinaba en la casa, una desconexión emocional permanecía en mi interior.
Mis padres se habían ido sin dejar muchos detalles, solo me habían dejado una carta antes de partir. En medio de la incertidumbre, me adapté a vivir en la casa llena de recuerdos y aprendizajes. Los colores vibrantes y las ilustraciones en las paredes reflejaban mi mundo interior, lleno de curiosidad y exploración científica. Sin embargo, mis sentimientos seguían siendo un enigma para mí misma.
La cocina se convirtió en mi refugio, donde experimentaba con ingredientes y sabores, buscando en los sabores la expresión de emociones que no podía identificar con palabras. La costura se convirtió en una forma de canalizar mi creatividad y liberar emociones que permanecían ocultas dentro de mí. La mecánica y la electricidad se volvieron mi manera de comprender y controlar algo tangible, una forma de canalizar mis energías internas.
Como todos los días, decidí dar un paseo, pero en esta ocasión elegí explorar un lugar diferente: el sendero del bosque. Me adentré en un paraje sorprendentemente hermoso, adornado con majestuosos árboles de hojas verdes que parecían extenderse hasta el infinito. El bosque rebosaba de vida, una vida colosal que se manifestaba en cada rincón. Árboles imponentes, de troncos robustos y ramas entrelazadas, parecían susurrar secretos ancestrales al viento. Plantas exuberantes de diferentes tonalidades adornaban el suelo, creando un manto de colores vibrantes. Mariposas y libélulas revoloteaban en un ballet aéreo, deleitándome con su belleza fugaz.
Continué mi camino, dejando que mis pies se hundieran en la tierra fresca y esponjosa. El aroma terroso y la sensación de conexión con la naturaleza me envolvían, creando una sensación de paz y serenidad interior. En cada paso, descubría nuevas maravillas, como un nido de aves en lo alto de un árbol o un grupo de conejos jugueteando entre los arbustos.
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Seguí caminando hasta que... alguien corriendo chocó conmigo y cayó encima de mí.
-Mierda, lo siento mucho-, dijo el chico mientras se levantaba y me ayudaba a ponerme de pie.
-No pasa nada-, respondí con mi voz habitual, mientras mis ojos se posaban en él. Me llamó la atención su apariencia única y decidí observar detenidamente. Su cabello era largo y de un llamativo color naranja, que resaltaba entre la multitud. Cada mechón parecía tener vida propia, ondeando suavemente con el viento. Su rostro estaba cubierto de pecas dispersas, como si las estrellas se hubieran posado delicadamente sobre su piel bronceada.