capitulo 3

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Lohan

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Lohan

Adela no vuelve a mirarme. Ni de reojo o siquiera un vistazo. Aparto la vista de su espalda escotada para dirigirme a Leyla, que con un semblante muy intrigado observaba todo.

—¿Quién es ella?— señalo con un movimiento leve de cabeza.

Debía ser discreto, no podía dar señales a Leyla que la conocía de algún sitio, era sospechoso, y ella era muy curiosa. Pero se que Leyla con ver mi curiosidad podría darme alguna información que ella supiera, porque no se guardaba nada.

—¿Quién?— pregunta ceñuda.

—La que llego con los tipejos ricos.

—No tengo idea...— dice desconcertada, la observa que se presentaba a cualquier persona que Dante le señalaba— .Debe ser hija del jefe de Dante.

—¿Sabes su nombre?

—Claro que no, Lohan– formula obvia volcando los ojos—No pienses en coquetear con ella— me señala con su dedo índice de forma amenazante.

–¿Que tiene de malo?

–No quiero que andes de mujeriego con la hija del jefe de Dante– resopla.

Sabía perfectamente que no lo era. El padre de Adela era policía como me había hecho saber Franco, y el jefe de Dante era dueño de una de las mejores empresas de la ciudad. ¿Como Dante conocía a Adela? ¿eran aliados de algo? ¿Era compañera de trabajo de Dante?

—Yo no soy un mujeriego—aclaro un poco ofendido.

—Por Dios, Lohan, no tienes cinco años. Cuando te visitaba me tropecé varios atributos modelar en medio del pasillo sin pena alguna— hace una mueca de desagrado

No iba a negarlo, claro que tenía mis rollos con algunas chicas. Pero nada más, cosas de una noche, diversión y un par de tragos. Yo no tenia tiempo para formalizar con nadie.

Tenía mis necesidades.

Pero Leyla iba a casa sin avisar cuando casualmente esas chicas se paseaban por mi departamento sin un trozo de tela cubriéndo alguna zona. Se empeñaba en entrar como si fuera su casa, sin tocar, sin llamar antes y una copia de llaves que saco sin mi autorización.

Claramente eso cambio. No soportaba que me sofocara.

–Llegabas sin avisar— aclaro ganando una mirada fulminante de mi hermana.

Leyla suelta un chillido de emoción cuando vemos a Dante acercarse con los recién llegados, ignorandome por completo. A Dante se le veía nervioso y un poco aguitado, podía notar como frotaba sus manos sudorosas en la tela de los pantalones.

Me sentía idiota compartiendo ese mismo espacio.

—Ella es mi esposa, Leyla— le presenta el primer hombre, que iba con la señora con peinado de quinceañera, se le veía incomoda y detallando cualquier rincón.

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