La piel se desprendió de su cuerpo, primero en trozos pequeños que salían volando como virutas del tronco de un árbol, y más tarde la piel se arrancaba por jirones. El viento de obsidiana, ese era el nombre que recibía aquella sección tan terrible del Mictlán. Vientos tan fuertes que no había montaña que le pusiera resistencia, y aún con todas estas dificultades el enorme pájaro Moán planeaba en los oscuros cielos del inframundo. Las plumas ya no formaban parte de su cuerpo y al igual que él, los perros y las mujeres que iban sobre su lomo sufrían del mismo destino. La mitad del rostro de Marina Atzín era ahora una calavera blanca que conservaba la movilidad, protegiendo con su propio cuerpo a Quetzalli, quien perdía el cabello con cada ráfaga de viento cortante. Después del largo viaje vieron por fin el horizonte del Mictlán, en donde moraba el matrimonio de los muertos.
Era la esquina del universo, en donde todos los mares encontraban su fin y las aguas caían como cataratas al vacío eterno. Un enorme par de tronos de piedra se erigían en el límite del mundo, detrás de ellos visibles las galaxias y todas las estrellas, cada una representando a un ancestro que había sido elevado a los cielos hacía ya mucho tiempo. En un trono el gigante muerto Mictlantecuhtli, un enorme esqueleto con el cráneo adornado con un tocado que parecía tener los mismos rayos del sol. Y junto a él una mujer en plena descomposición, su esposa, con la piel podrida expuesta y moscas revoloteando por doquier. El olor era insoportable, haciendo que el pájaro Moán, con la piel hecha jirones, tuviera que contener la respiración para evitar el vómito.
La enorme ave descendió de los cielos frente a los tronos. Marina bajó del lomo del animal con Quetzalli en brazos, aún inconsciente y sin ser capaz de regresar a la vida. Su corazón había dejado de latir y su cuerpo estaba frío. Mictlantecuhtli vio frente a él a los perros que habían guiado a los aventureros del inframundo hasta el final del Mictlán, y se disgustó mucho con ellos. Entonces Marina depositó a Quetzalli sobre el suelo con suavidad y ternura, y encaminó sus pasos hasta el esqueleto gigante que estaba frente a ella. Era tan alto como una casa de tres pisos y al no poseer músculo alguno no había forma de leer sus emociones.
—Mi nombre es Huixtocíhuatl—exclamó Marina—Diosa de la Sal. Como elemento indispensable en la purificación de las almas, deseo que el gran señor del Mictlán me otorgue parte de su tiempo para que ayude al dios que tengo aquí conmigo. Es...
—Quetzalcóatl—interrumpió Mictlantecuhtli—puedo verlo. Jamás me olvidaría de ese olor a serpiente ensangrentada que tenía cuando resbaló y murió en este lugar. Después revivió y salió de aquí en su forma de serpiente emplumada. ¿Por qué no lo hace de nuevo?
—Porque muy pocas personas creen en él—clamó Marina—es por eso que vengo a pedir su ayuda, señor del Mictlán.
La esposa del señor del inframundo le observó, esperando a la respuesta de su marido. El enorme esqueleto se rascó lo que alguna vez fue la barbilla, y entonces tuvo una idea.
—Este lugar es muy aburrido, poca gente viene y muere aquí. Los pocos que llegan son hippies que piensan que pueden conservar sus cuerpos al final del Mictlán, sin saber que al final estoy yo esperando a todos los muertos para devorarlos y arrojar su esencia al universo. No todos quieren formar parte de esa hermosa galaxia que está detrás de nosotros. Si logran que yo me divierta, regresaré la vida al cuerpo de Quetzalcóatl. Por cierto, es interesante verle en el cuerpo de una mujer. Le llamaré Quetzalcihuatl, ¿te parece?
El señor del Mictlán movió uno de sus brazos y buscó con las falanges de su mano algo debajo de su trono. Sacó de allí un cofre de madera pequeño que le cabía en la mano, y su mujer rodó los ojos exhausta.
—No de nuevo—dijo la reina del inframundo—tienes años sin tocar esa cosa.
Mictlantecuhtli abrió el cofre y develó ante los ojos de Marina dos tarjetas enormes y un mazo de cartas. Era una lotería tradicional, la cual puso sobre el suelo, junto a un puñado de frijoles.
ESTÁS LEYENDO
Casa Tláloc
FantasyLa gran era de los dioses mexicas ha terminado. Los conquistadores trajeron consigo a sus deidades: la cruz, la virgen y el mesías. Ante esta realidad, han sido distintas las reacciones de los antiguos dioses. Algunos llevan vidas mundanas y otros m...