Capítulo 6 "Negocios son Negocios"

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Las horas que siguieron fueron peores que las pasadas. Cuanto más tiempo transcurría Uzumaki parecía más convencido con la idea. Aunque Hinata hizo todos los esfuerzos para disuadirlo, no lo logró. Por alguna extraña razón que la joven no alcanzaba a comprender, Karin tenía precedencia incluso sobre las necesidades de Uzumaki y de la misma Hinata. Naruto estaba decidido a reparar a cualquier costo el daño que se le había infligido a la hermana.

Cuanto más insistía Hinata oponiéndose a la decisión de Uzumaki, más frustrada se sentía. Las únicas alternativas parecían ser luchar o huir; ninguna de las dos era posible. No era rival para este individuo de voluntad férrea; por otra parte, ¿a dónde podía ir en esas condiciones, empapada, y sin un centavo? Ir a Washington Square era impensable: significaría poner en riesgo su misma vida. Nueva York nunca había sido una ciudad segura. Siempre existían los pobres y los desesperados: incluso aquel barrio elegante estaba a pocos minutos a pie desde el miserable Bowery. Y tampoco podía recurrir a Hizashi. Después de lo que le había hecho, Hinata juró solemnemente que nunca tendría nada que ver con su tío... aunque eso significara casarse con el irlandés.

Comenzó a comprender la gravedad de la situación. No tenía alternativas. El único consuelo de Hinata era pensar en que aún tenía tiempo, y rogó que Uzumaki terminara por darse cuenta de la locura de su propio plan. Y, si no fuese así, que ella misma descubriera algún modo de escapar antes de que Uzumaki la arrastrase hasta una iglesia católica.

Poco después de que Hinata y Naruto llegaran a ese callejón sin salida, entró el mayordomo y la llevó fuera de la biblioteca como un condenado a galeras. Hinata creyó que la llevaría hasta un coche que estaba esperando en la calle. El austero mayordomo la condujo a unos aposentos del piso superior, dignos de María Antonieta: querubines pintados en el cielo raso y tapizados de terciopelo rosado. Se suponía que estaba allí para descansar, pero en las presentes circunstancias le resultaría imposible. Sin embargo, a pesar de la desesperación, no pudo evitar imaginar lo maravilloso que sería dejar de sentir frío.

Para asombro de Hinata, apareció un ejército de criadas dispuestas a asistirla y la joven volvió a rebelarse. Una mujer de cierta edad, que se presentó como el ama de llaves, intentó hacerla entrar en un vestidor tapizado de satén donde se encontraba una bañera francesa de porcelana llena de agua humeante con aroma de rosas; Hinata se negó terminantemente. En esa casa, no era ni amante del señor ni invitada. Ya resultaba bastante embarazoso aceptar una manta; no bajaría la guardia al punto de bañarse en casa de ese sujeto.

Finalmente, capituló. No fue porque confiara en Uzumaki, ni porque se hubiese aplacado la decisión de pelear sino porque cuando se rehusó a bañarse las criadas quedaron desorientadas contemplando el vestido sucio y desgarrado de satén color durazno como si Hinata fuese una lamentable vagabunda. Disgustada consigo misma y con la situación, por fin Hinata se quitó el vestido estropeado y se sumergió en la tina;' el orgullo la hizo reprimir un suspiro de placer. "Me rendí -pensó-, pero sólo por el momento. Cuando recupere fuerzas, volveré a pelear".

Le dieron una bata de lana rosada que sin duda sería de Karin pues le quedaba demasiado estrecha. Hinata se la puso, esperando que le devolvieran el vestido: sin duda lo habrían llevado a lavar.

Con el cabello recogido en un rodete sobre-la nuca, Hinata, incómoda, se acurrucó en una extravagante silla dorada tratando por todos los medios de no mirar los inmensos espejos rococó de la habitación. El reflejo no mentía, y cada vez que echaba un vistazo veía a una muchacha de rostro pálido con un leve magullón en la mejilla. No tenía polvos faciales para ocultarlo.

Agotada, luchó para no ceder a la tentación de dormir y reflexionó acerca de la situación hasta que sintió que enloquecería, pues no se le ocurría ninguna idea. De todas maneras mientras no le devolvieran el vestido, nada podía hacer y aguardó, luchando por no dormirse, como un boxeador que hubiese recibido un knock-out. Ya cabeceaba por tercera vez, cuando el ama de llaves le habló:

Naruhina: Amor y Castigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora