Capítulo 9 "Todo esta dicho"

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Más tarde, esa misma noche, el carruaje negro y verde de Naruto se detuvo frente a la fachada de piedra caliza de Washington Square. Aún no era medianoche, aunque a Hinata le pareció que hacía mucho tiempo que habían salido de Delmonico. Ahora, le gustara o no, su propia vida había cambiado para siempre.

La lámpara del coche dibujaba un círculo de luz en el interior. Naruto estaba sentado sobre uno de los asientos forrados de brocado y Hinata en el lado opuesto, tan lejos como podía. Habían guardado silencio durante el trayecto por la Quinta Avenida. Cuando el sacerdote se marchó, Naruto había pedido la capa de Hinata y ellos también se fueron del restaurante sin intercambiar una sola palabra. ¿Qué tenían para decirse? La ceremonia no les había brindado felicidad, ni motivos para alegrarse y celebrar. Naruto tenía la satisfacción de la tarea bien hecha. Hinata, ni siquiera eso. No fue la que urdió el plan. Fue la presa atrapada en la red, y ahora que estaba cautiva, sólo sentía una amargura que le oprimía el corazón.

El cochero se bajó y sostuvo la portezuela abierta. Naruto se bajó el primero y ayudó a Hinata. La joven no esperaba que la acompañara hasta la puerta, ni lo deseaba, pero eso fue lo que Naruto hizo. Abrió la pequeña puerta cochera y la hizo pasar. Pumphrey tendría que haberlos esperado en la puerta principal, no obstante como Naruto mandó de vuelta la coupé castaña, el mayordomo dedujo que llegaría mucho más tarde.

En la cochera, la luz era tenue; Hinata, como era característico en las jóvenes de su clase, no tenía llaves de la puerta de entrada. Miró de soslayo a Naruto, y se exasperó al ver que el hombre la observaba con fijeza. Estiró la mano para tirar del cordón de la campanilla y el diamante destelló ante sus propios ojos. Se lo quitó con dedos temblorosos y se lo dio a Naruto.

-Creo que volverá a necesitarlo para el sábado. - Dijo, sin mirado.

Naruto observó la hermosa sortija en la palma de la mano de Hinata y dijo en tono sereno:

-Para la ceremonia del sábado, compraré otra. Conserva ésta: es tu sortija de bodas.

-No compre otra. No estaremos mucho tiempo casados. - Le tendió la mano.

Naruto volvió a rechazarlo.

-La ceremonia del sábado no nos convertirá en esposos más de lo que ya somos. Esta noche nos hemos convertido en marido y mujer, y ésta es tu sortija de bodas. Consérvala.

La insistencia del hombre la irritó. Como si fuese una criada, respondió:

-Muy bien, señor Uzumaki.

-Gracias, señora Uzumaki. - Hizo una mueca, y Hinata enmudeció. El apellido la impresionó. Ninguna persona lo había pronunciado hasta el momento, y al oírlo asumió la realidad de la situación.

Pasmada, tiró del cordón de la campanilla para llamar a Pumphrey y deshacerse de Naruto. Le quedaban menos de dos días de libertad, y estaba decidida a pasar el menor tiempo posible con ese individuo. Pumphrey abrió la puerta; un costado del cuello de la chaqueta estaba vuelto, como si se hubiese vestido deprisa. Se sorprendió al ver a la señorita en compañía de Naruto. Hinata no podía reprochárselo: al único hombre que había visto junto a la señorita era al tío. Nunca invitó a ninguno de los pretendientes a la casa, ni si quiera a Kiba Inuzuka. Después del incendio, prefirió conservar la intimidad.

Se volvió para despedirse de Naruto. Para su aflicción, vio que entraba como si fuese el dueño de casa.

Por unos momentos, Hinata se quedó muda; luego se recobró y dijo a regañadientes:

Naruhina: Amor y Castigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora