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Estaba oscuro, con tan solo unas luces parpadeantes en el techo; otras hechas pedazos, sacando chispas de forma intermitente, las cuales él era cuidadoso de evitar. Estaba confundido, mas sabía que habían pasado dos años desde que había estado fuera del edificio. Mientras caminaba por los pasillos llenos de ventanales que solían dar a otras habitaciones, donde, en algún momento, pareciera que estaban hechas para reuniones y salas de descanso. Pero la mayoría estaban destrozadas y desordenadas, con pedazos de vidrios por doquier. Comprendía que en ese lugar hacían cosas inhumanas, cosas en contra de cualquier derecho que tenga el hombre. Las personas que trabajaban ahí no eran de fiar, tampoco eran agradables y mucho menos amables. Siempre lo trataban como un sujeto de prueba, y nada más; siempre lo mantenían aislado y jamás le decían nada. Agradecía a quien fuera que haya logrado deshacerse de los científicos y apagar todos sus sistemas, ya que, sin eso, pudo salir por fin de su aislamiento después de mucho tiempo.

La alarma, que parecía a una de incendios que está en cualquier edificio grande, sonaba sin cesar, era muy molesta, pero lo que más le molestaba eran los dolores de cabeza que le provocaba. Mas, pronto la alarma no era lo único que escuchaba: disparos distantes que se acercaban poco a poco, haciendo que su corazón se acelerara del mismo modo. Buscó con la mirada un lugar donde esconderse, pero fue muy tarde; pronto por el pasillo del cual él había llegado anteriormente, aparecieron unos hombres con cascos que cubrían solo la parte superior de sus cabezas y unos trajes negros que hacían parecer que eran musculosos, a pesar de que no era así, y estaban armadas con pistolas las cuales hicieron que su corazón casi se le salga. Estaban organizados de manera que en el centro de esos sujetos, estaban las mismas personas que lo aborrecían: científicos.

–Detente ahí, sujeto 404– "otra vez ese nombre", pensó él mientras una de los de bata blanca le dirigía esas palabras.

–¡¿Para qué?!– gritó él –¿Para que vuelvan a aislarme y seguir experimentando conmigo? Eso es lo que entiendo al tratarme de esa forma– la mujer que una vez habló, palideció ligeramente e hizo un intento de contradecirlo, pero simplemente cerró la boca.

–Pero es por tu propio bien, George –. Se paralizó; era la primera vez en dos años que alguien decía su nombre. No supo cómo reaccionar, pero tenía claro que sus palabras eran una total mentira, pues solo lo habían tratado como una rata de laboratorio.

–Yo no dejaré que sigan usando agujas conmigo– dijo George con un nudo en la garganta, siéndole dificultoso el evitar las lágrimas de miedo.

–Será mejor que no lo hagas más difícil–, se quedó en silencio, pues no sabía qué responder, lo que hizo que la mujer se impacientara y continuara con su discurso –si no vuelves a tu cámara, no dudaré en pedir que disparen y te llevemos a la fuerza–.

Su respiración se cortó, no sabía qué hacer. Intentó pensar en algo, pero simplemente estaba bloqueado, ni siquiera la más simple idea se formó en su mente, pero cuando menos se lo esperaba escuchó un tenue "¡Fuego!", a lo que alzó la mirada hacia todas las armas apuntando en su dirección.

Ni siquiera pudo moverse, simplemente no podía. Mientras pensaba que era su fin, se fijó en que lo que salía de las pistolas no eran balas, sino dardos. "Dardos tranquilizantes..." pensó él. Una vez que los dardos estaban demasiado cerca de él, cerró los ojos y esperó a que ocurriera lo peor. Luego de un rato de que no pasara nada, abrió sus ojos para darse cuenta de que los dardos estaban a centímetros de su rostro, estáticos. Retrocedió un poco, y en cuanto puso su pie contra el suelo, todos los dardos cayeron al suelo de mármol con un sonido estruendoso, que hizo que se estremeciera. Las personas frente suyo estaban atónitos, y ninguno reaccionaba, como si alguien les hubiera quitado la habilidad de poder hablar o de moverse. Pasado unos pocos segundos de estar mirándose unos a otros, boquiabiertos, se escuchó un rugido, dando todos media vuelta en dirección al ruido. Cuando menos lo esperaban, un puma del color de la hematita, saltó por detrás de los guardias y los desgarró con sus enormes garras, dejando charcos de sangre sobre el piso, y salpicando su brillante pelaje, asustando a todos, y paralizando la respiración y el corazón de George. Una vez reaccionó, se ocultó detrás de una pared sucia, la cual alguna vez dividió una habitación de la otra, esperando a que los gritos cesaran y la sangre dejara de derramarse. Trató de asomarse a la orilla para ver si había pasado todo, para fijarse en que el puma seguía ahí inmóvil y mirando al suelo, probablemente mirando a una de sus víctimas.

Atemorizado, volvió a su posición inicial: la cual era sentado, de espalda a la pared, con las rodillas al pecho. Miró fijamente al frente, respirando agitado, fijándose en el vidrio que seguía adherido a la pared y a las sillas tiradas cerca de ese cristal, para luego percatarse de que alguien caminaba por el pasillo al lado suyo: una mujer. Caminaba tranquilamente, como si no hubiera visto la masacre en el suelo, dándole la espalda a él. No llevaba bata ni un arma, indicando que no era parte de ellos, además de que se veía más joven que el resto de mujeres que había visto en el lugar; entonces se percató de que su ropa estaba desgastada y era de color azul, tal como su ropa, la cual consistía en una camisa y unos pantalones simples y delgados, y un cabello castaño caótico, que daba a entender que no había pasado un buen rato. En su mente aparecieron las palabras de "sujeto de prueba", soltando un pesado suspiro. Sin notarlo, ella lo había escuchado, moviendo la cabeza ligeramente, para luego girarla en su dirección. Él, aterrado, se quedó inmóvil, pensando que no lo vería. Se percató de que estaba cubierta de sangre, en especial sus manos y boca; no comprendía cómo ni porqué, pero ella de alguna forma estaba involucrada con la masacre. Pronto ella se acercó a él con una mirada tranquilizadora, pareciendo que no quería hacerle daño, lo que lo inquietó aún más, y arrodillándose frente a él, abriendo ligeramente los labios para luego hablar.

Experimentos míticosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora