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En la cabeza de Chaewon, todo era un completo caos. No recordaba ni sabía que había sido de su cuerpo por el lapso de tiempo en el que su mente empezó a ver ése extraño humo verde esparcido por los pasillos del hospital y, el horrible resplandor naranja que cegó sus ojos.

Por esos momentos, se encontraba en trance sobre lo que había pasado y lo que sigue pero, en este momento ése no era su mayor problema.

— ¡Aleja tus manos de mi! —se oyó a lo lejos.

Su respiración se elevaba en frenesí. Ojos nublados. Sudor pegajoso. Calor corporal.

— ¡Ayuda! —gritaron.

Nadie fue.

Al final del ocaso, el cuerpo de la chica terminó inmóvil e inconsciente.

Chaewon, recostada a unos metros del inerte cuerpo, observó. La chica le había pedido su ayuda. Al final no fue.

Vio cada detalle del maltrato perpetrado al cuerpo de la chica, y dio forma al su propia desdicha.

Le habían hecho lo mismo horas atrás.

Con el peso de verdad, cerró los ojos y recuerdos llegaron. Unas viscosas extremidades la inmovilizaron y la doblegaron en un rincón maloliente. La recorrieron, chuparon, dejaron su marca y siguieron su recorrido.

Bajaron hasta dar con su pelvis e hicieron de las suyas. Entonces el escozor en su zona baja cobró mayor sentido.

Lloró, no quiso pero lo hizo. No por ella, sino que esos recuerdos se desbloquearon al ver desde donde estaba, desdichada y manchada en el mismo rincón, como a esa pobre niña le habían hecho lo mismo.

— Ayuda.. —

No podía. Ya no.

No existía una ayuda a quien brindar. Su oportunidad se perdió en el momento en el que su desorientación no la dejó recapacitar. La niña yacía muerta a unos metros suyos.

— Que maldita desdicha —pronunció con la bilis ahogando las lágrimas que le salieron.

Pasados posiblemente unos días, Chaewon reunió las fuerzas para salir de allí. Seguía estando en el mismo sucio rincón del hospital. No tenía ropa, así que ese fue su primer objetivo.

Como pudo, avanzó. Llegó hasta un cuarto de servicio y giro el pomo. Ahí encontró algo de ropa; unas viejas batas blancas, y unos bermudas negros. Ya puestos reclino su cabeza y dejó salir un último sollozo.

Se prometió no llorar.

Aunque su cuerpo le seguía afirmando que fue indebidamente herido, su mente aún no lo procesaba por completo. En parte lo agradeció, no hubiera querido imaginar nuevamente como unos horribles tentáculos se escurrían en su interior.

Prometiendo que reuniría la fuerza para salir de ese lugar, decidió que ese no seria su último día. Viviría, dejaría ese día atrás como un mal recuerdo y seguiría adelante.

Su principal preocupación ahora era que no sabía que había sido aquello que la había abusado. Era viscoso, grande, y con un olor a salitre extrañamente agradable.

Lo que más le asustó fue el hecho que su contextura era similar a la de un humano.

Recordó la sala en donde estaba Junghwan; el motivo de su visita. Habitación 6015, a dos pasillos de donde se encontraba. Suspiró y luego de comprobar con su oreja izquierda cualquier tipo de sonido exterior, salió del cuarto de servicio.

Lúgubre. Esa era la perfecta palabra para describir el exterior. Todo el espacio estaba sumido en paredes viscosas, olor a mar y luces parpadeantes. No habían cadáveres a la vista, pero el olor a descomposición se sentía en el aire. Entonces su mirada choco con aquel lugar.

— Dios.. —el aire le empezó a faltar.

Miro por unos segundos. Era tenebrosa la vista.

La chica, tendida en un negro espesor, la miraba fijamente. El cuerpo contusionado, los brazos doblados junto con la piel roja eran varias de las cosas que observaba.

Pronto dejó la vista y se dirigió a buscar en su celular un indicio de orientación.

No perdió la calma. Empezó a buscar por el suelo, pero no consiguió el aparato. Caminando hacia la recepción de ese piso buscó el teléfono, descolgó y procedió a marcar. Repicó hasta que recibió una respuesta de la otra línea.

El país estaba en alerta nacional.

Wonnie's Window -purinz 。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora