El apego

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Cuando me refiero al apego resuena en mi mente la palabra necesidad, porque en cuanto más lo amo, más lo pienso, más lo veo, es cuando mi necesidad crece exponencialmente.

Se alarga esa masa viscosa, una que se moldea, que aunque es de color rosa chillante tiene ojos oscuros y muertos, nace de todos los deseos, sale de tus pensamientos y la escupes cada ocasión en la que la mente piensa en la persona amada; yo amo al diablo por lo que es, por como me convenció en sus palabras armónicas amieladas, sus garras llegaron a acariciar mi rostro al inicio, cuando más demostró su afecto a mi los primeros años de cariño.

Te apegas a esa fantasía, la idea de que siempre las cosas se rigen igual en dónde nada cambia, pero cuando menos lo sientes te rasguñan la cara con la primera rabieta.

Nunca he creído que mi vida fuera un problema en las altas y bajas, si, pase mi adolescencia en las calles de Inkwell dónde hice cosas que pocos desearían hacer, pero ahora solo el diablo tiene derecho a juzgarme respecto a eso.

Me encontré en la cúspide de la maldita suciedad, en dónde el brillo no llega y mi sonrisa era tan amarilla por la oscuridad; sufrí, me apague más que el negro carbón que poco podía tomar en el despiadado invierno, fui malo de chico, un mocoso revoltoso sin miedo a la autoridad cuando más me tiraban a las rejas por robar el mercado.

Pero eso es el pasado, cuando lo mire por primera vez todo había cambiado, aún si era yo un pobre chiquillo miedoso a media avenida, cantureando y viviendo de la limosna que apenas alcanzaba a darme pan a falta del agua; el diablo me miró de reojo, se quedó quieto sin sonreír cuando seguí cantando aunque me miraba fríamente, sentí el calor que nunca me había calentado antes, el chispaso de atención momentánea que me gritaba obtener más de ella a toda costa.

Cuando me hizo una mueca de desagrado mientras se retiraba de la calle me hormiguearon las manos, al instante termine de cantar y baje la mirada, temblando y con el sudor en la frente no sabía que más hacer, que pensar y que sentir al respecto, me enganche.

No fue mi culpa desde ese momento nada más, pero deseé más de las miradas pues con los días segui en el mismo lugar esperando que volviera a pasar, no pasó, no volvió jamás en esos días y meses, aún si me mantenía con esa idea de ver qué pasaba, apesar de mi paciencia iba a intervenir y buscarle, logrando quebrantar la espera.
No soy malo y menos un codicioso, pero debo admitir que quería más atención, más que una desagradable mirada lejana, quizás unas palabras, una amistad. ¡Atención!

Se de lo que la gente habla cuando se dice su famoso nombre, no había caído en cuenta que todos lo conocían y decían cosas de él, malas, horribles y catastróficos en su nombre.
Creerles o no, pero uno sabe que las malas lenguas hablan mucho, el perro que más ladra es el que menos muerde dice aquel dicho, con cada pregunta, dónde las dudas nacen cuando relato lo mismo de ir a encontrarlo, "Ten cuidado porque el diablo dirá ser inocente y sera el verdugo de todos", no pienso más que en si me recordará cuando más voy adentrandome a la cueva, cuando la piedra me rasguño la mano y me mostró el casino de luces flourecentes, el letrero de bienvenidos y las cartas de entrada; mi corazón iba a reventar cuando pise dentro, mirando todo iluminado dónde los gritos eran tan eufóricos que te enchinaban la piel, con sonidos de tragamonedas me despisté un instante, caminando por todo el lugar buscando a quien más quería verle la cara.

Lo desee tanto en mi cabeza que se cumplió cuando lo pude mirar a lo lejos cerca de un balcón, uno tan lujoso como las joyas de una corona real tan dorado como el sol, senti el hormigueo en mis manos y oi la música suave del escenario aclamandome, no iba a desperdiciar mi oportunidad cuando más podía brillar, así que me subí.

E hice lo que único que podía hacer con mi vida, cante, cante tan alto y fuerte como pude, hasta que mi garganta no pudiera más, porque estaba tan ansioso por ver su reacción, que sus ojos me voltearan a ver nuevamente, dónde me diera una mueca y pudiera suspirar de alegría.

Y lo conseguí, no supe en qué momento las luces se apagaron, cuando la presencia del diablo la tuve tan cercana que su aliento golpeó mi rostro, sentía el aire salir de mis pulmones, quería desmayarme y volar al cielo sin alas.
Golpeó mi frente con su dedo índice, mientras su mal carácter se derrochaba por todo su lenguaje corporal, mi corazón latio suavemente, sonreí sin pensar, el me miró con asco y se burlo de mi nuevamente.

— Que patético eres, al menos tienes algo de gracia en ti —. No me molestaron sus palabras en absoluto, estaba fascinado por no había conocido a alguien que fuera tan directo y eso prendía a mi corazón más, hasta que termine tan enredado en sus marañas que ahora lo amaba tanto que...

Que todo dió igual en algún momento de mi vida.

Pero caes en eso, en un bucle de amor y amor. Y, más amor.

Pierdo el hilo de lo que pienso, porque tengo la necesidad de saber cómo está, que hace y como se siente, tengo el complejo tan odioso de salvador, quiero que su vida sea más feliz, tan llena de vida como si pensara en mí.

Si muero es porque no comeré hasta que el se siente en la mesa y almorcemos juntos, no duermo pensando que tanto hace en su oficina y si es que voy a verlo se molestaría bastante.

Alguna vez escuché que el apego a alguien mata lentamente, porque después de todo amo con todo mi corazón y viviré por él.

Muero por él, por el mounstro que me consume día a día y come cada partecita de mi cuerpo, urgando en el fondo, escupiendo lo que no le gusta dónde lo poco que hay de bueno se acabó hace mucho tiempo.

Pero amo tanto al diablo, que mi apego será quien me mate primero o quizás si y solo lo digo para no creer que de una mordida puede arrancarme la piel, apuñalarme el pecho y con el filo de sus uñas en cualquier momento cortarme el cuello.

El apego mata, pero más me mata la necesidad de amar a un triste diablo...

¡It's not pink, it's purple!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora