CAPÍTULO 31

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Mamá y yo nos paramos delante de la puerta de una cafetería cerca de Central Park.

Estaba nerviosa. Sentía cómo mi cuerpo y especialmente mis extremidades temblaban. Aunque no había nada que me atacara físicamente, sí lo hacía emocionalmente.

De pronto una mano tomó la mía.

—¿Estás bien?

Asentí hacia mi madre. Lisa se había quedado en casa, y aunque una parte de mí quería que ella estuviese a mi lado, otra estaba totalmente segura de que esto era lo mejor. Era algo entre mi madre y yo. Algo que debíamos resolver solas.

Dudó unos segundos, pero finalmente empujó la puerta. Habíamos discutido aquel plan largo y tendido, y aunque al principio no estuvo segura de mi decisión, decidió respetarla.

Yo quería conocer a mi padre. Conocerlo de verdad. Y ya era lo suficientemente mayor como para decidir lo que deseaba.

Este último año, la verdad, tanto mi vida como yo había cambiado mucho. Ahora entendía por qué la gente decía que cuando te mudas a la universidad maduras, estando sola sin tus padres. Físicamente ellos seguían allí, pero emocionalmente este año habían faltado mucho, y yo misma me había enfrentado a situaciones que jamás imaginé.

Madurar se hacia a golpes de la vida al final, y de esos tuve varios.

El calor del interior de la cafetería me dio de pleno en el rostro, y comencé a desabrocharme la chaqueta mientras pasaba los ojos alrededor de la estancia hasta encontrar a la figura del profesor...

Hasta encontrar la figura de Garrik.

Sentí cómo a mi lado mi madre tomaba aire pero no lo soltaba. Lo guardo, y luego, muy despacio, fue expulsándolo. Como si tratase de no perder los estribos.

Intenté ponerme en su lugar. En cómo ella se reencontraba con un hombre al que quiso tanto que llegó a tener una hija con él, para que luego desapareciera de su vida.

Y me fue imposible.

Llegamos hasta su mesa, e intercambié una mirada con mamá antes de mover la silla y sentarnos.

Era sumamente extraño. Había estado con aquel hombre, mi profesor, en clase de arte siguiendo la lección, corrigiéndome, riéndome... y ahora analizaba cada minúsculo movimiento que hacía.

Y aunque ya no era mi profesor... todo parecía más íntimo.

Él saludó con la mano pero ninguna de las dos hizo el más mínimo movimiento. En realidad, mamá parecía más tensa que yo.

El camarero llegó y pedimos dos cafés, mientras por debajo de la mesa veía de refilón cómo él era incapaz de parar de estrujarse los dedos, unos entre otros, con nerviosismo. Quizás fuese incapaz de entender cómo se sentía, pero sí podía hacerme una idea.

Y en aquel momento me sentí muy mal por pedirle que me acompañase.

—Hola, Garrik —saludó por fin, mientras él me sonreía.

Junté los labios en un gesto amargo cuando apartó la mirada, pero sus ojos se suavizaron al ver a mi madre y susurró:

—Katie...

Mala elección de palabras, porque él se tensó todavía más.

—Nadie me llama Katie ya.

Fruncí el ceño, aunque ninguno de los dos me miró. Desde que tenía uso de razón nadie podía llamar a mamá por un apodo. Ella era Katherine, y punto.

—Gracias por acceder a venir.

Mamá frunció el ceño hasta convertirlo en una sola línea delgada. Nos quedamos en silencio durante unos minutos hasta que el camarero regresó con nuestros cafés, y yo me limité a remover mi taza de cerámica sintiéndome muy, pero que muy incómoda.

La sexy chica invisible que duerme en mi cama | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora