Correteo al ritmo de mis carcajadas sobre el césped que rodea al amplio río de aguas agitadas, al voltear la cabeza observo a mi padre perseguirme con una sonrisa en los labios mientras ambos jugamos al pilla pilla. Mis pies descalzos son cosquilleados por la hierba, mientras que a su vez, mi vestido de manga corta color celeste es agitado por la brisa primaveral. Mi madre nos observa sonriente a los lejos tumbada sobre la manta roja a cuadros que mis padres colocaron al llegar para que pudiéramos tener nuestro picnic.
La alegría que inunda mi ser en estos instantes es tanta que amenaza con rebosar mi corazón, sin embargo, es la voz de mi madre la que me saca de mi ensimismamiento.
-Skylar, cariño -su voz dulce suena melodiosa en mis oídos-, ven a terminarte el zumo y luego seguís jugando.
-Voy -mi voz es aguda, propia de una niña de cinco años que en unos meses cumplirá seis, mi pelo largo y negro como el azabache se mueve con el viento, agitándolo y enredándolo. Corro hacia mi madre lo más rápido que mis cortas piernas me permiten, sin embargo, a medio camino me tropiezo con una rama y caigo de bruces contra el suelo, sintiendo un dolor punzante en la ceja derecha-. ¡Auch!
Mi madre se acerca a mí con celeridad y justo después llega mi padre, quienes me ayudan a levantarme y observan mi rostro con preocupación.
-No te preocupes, cielo -las manos de mi madre acarician mis mejillas, mientras que las de mi padre se posan sobre mi pelo, acariciándolo-. Es tan solo una pequeña herida -los ojos azules de mi madre me observan con un brillo de inquietud-. Ven, deja que te la limpie con un poco de agua y una servilleta, después en casa te la limpiamos mejor.
-Dejadme llevar a la princesa -los ojos grises de mi padre brillan con alegría al tiempo que sus brazos me alzan sobre el aire y me colocan sobre sus hombros-. Vayamos a la enfermería, su majestad.
Mi padre me traslada hasta la manta de cuadros mientras que mi madre echa un poco de agua en una servilleta y comienza a limpiar delicadamente la sangre de mi herida.
-Escuece -me quejo en un siseo bajo al mismo tiempo que entrecierro los ojos.
-Aguanta un poco, cielo -pasea la servilleta con mayor delicadeza sobre la herida-. Te has dado un buen golpe, parece que te va a quedar cicatriz, pero no te preocupes -aclara con rapidez al ver mi mueca de asombro-, diremos que eres una valiente guerrera que se enfrentó a un temeroso dragón y que lo único que logró hacerte fue una herida en la ceja.
-¿Diréis también que luché con una espada?
-Por supuesto -contesta mi padre con ternura al ver que hago un puchero.
-Ya está -comenta mi madre retirando la servilleta-, ha parado de sangrar.
-Gracias, mami.
Los tres nos abrazamos con cariño mientras murmuro un agradecimiento a mi padre por traerme hasta la manta.
Transcurrimos el resto de la tarde jugando, bromeando y charlando hasta que comenzó a anochecer, fue ahí cuando comenzamos a recoger nuestras cosas para poder volver a casa, sin embargo, nuestros planes son interrumpidos por unos soldados armados que se dirigen con rapidez hacia nosotros y nos apuntan con sus armas.
-¡Todos de rodillas con las manos detrás de la cabeza! -gritan al unísono y obedecemos sus órdenes-. ¿Son ustedes Aurora Sánchez Rodríguez y Jack López Ortiz? -mis padres asienten con temor, lanzándose miradas furtivas entre ellos-. Tenemos información de que ustedes pertenecen al grupo de rebeldes Los angeli lapsi, lo cual es un grupo ilegal que atenta con el bienestar de esta sociedad que tanto ha costado reconstruir y eso ahora, tras las órdenes del presidente Guillermo Ríos Cano, se paga con la pena de muerte.
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Los susurros se convierten en gritos
AzioneTras una brutal guerra acontecida por la falta de recursos debido a la masificación de habitantes, gran parte de la población humana fue aniquilada, reduciéndola a unos cuantos miles que acabaron asentándose en Madrid y sus alrededores. ¿Qué harías...