Día séptimo, séptimo mes

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Advertencias:
AU.
Leyenda y cultura japonesa.

(✿)

Una antigua leyenda narra que, el Soberano del Cielo tenía 5 hijos, todos ellos ingeniosos y de gran belleza. El hermano de el medio, él más laborioso y bonito, era un hábil tejedor.

Todos los días, el tejedor trabajaba intensamente en el telar elaborando brocados celestiales de diversos colores y diseños. Se decía que cada vez que iba a salir el sol, era él quien producía arreboles brillantes y coloridos, cosa que ninguna de las tejedoras de la tierra podía hacer. Además, durante el verano y el otoño tejía nubes de formas variadas que daban al cielo azul un aspecto mágico y maravilloso. Para que la vida en el cielo no fuera monótona, tejía también trajes floridos según las estaciones.

Pero el tejedor no se sentía completamente feliz. Cuando contemplaba a los humanos, sentía envidia al ver a los hombres cultivar y a las mujeres tejer, llevando una vida feliz entre verdes montañas y lagos azules. Cierta vez, cansado de trabajar, invitó a sus hermanos menores a dar un paseo por la tierra para darse un baño en un río de limpias aguas.

Muy cerca de ese río vivía un joven junto a su tía y abuela. Era conocido por todos como el Boyero, pues de lo veía desde la mañana hasta el atardecer dando pasto a su único buey. Tenía más de veinte años de edad y aún no se había casado. Sólo lo acompañaba el buey, con el cual compartía la soledad y la fatiga. El muchacho no sólo labraba la tierra con el viejo buey, sino charlaba con frecuencia con él cuando se sentía solo. Eran íntimos compañeros que compartían la misma suerte.

Un día, después de trabajar un terreno, el muchacho llevó al buey al río para que abrevara. Cuando llegaron a la orilla, vió que tres jóvenes se estaban bañando en el río, dos conversaban tranquilamente mientras la joven jugaba con el agua. Eran de belleza extraordinaria, en particular el de cabello plateado. De piel pálida como la luna y un par de ojos que brillaban en azul, estaba con la mitad del cuerpo en la superficie y tenía gran cantidad de cicatrices esparcidas en él. El muchacho lo miró embelesado y se sumió en sus pensamientos. El buey, como adivinando los secretos de su amo, le dijo:

- Date prisa y recoje la ropa que está al lado del sauce. Su dueño llegará a ser tu esposo.

El muchacho avanzó varios pasos, pero se detuvo avergonzado por lo que se proponía hacer.

- ¡Apúrate, tonto! Ambos formarán una pareja ideal- insistió el buey.

Entonces el muchacho se acercó al lugar, cogió la ropa y regresó de inmediato. Al darse cuenta de que se acercaba un desconocido, los hermanos menores se vistieron con rapidez y se fueron de prisa. Sólo quedó el tejedor, avergonzado y preocupado por sus hermanos.

- ¡Idiota! ¡Devuélveme mi ropa!- exclamó.

- Mi nombre es Gon, quiero que seas mi esposo- le dijo resueltamente el muchacho, muy seguro de lo que estaba diciendo.

El pálido rostro se sonrojó profundamente, a pesar de estar molesto por la brusquedad del joven, quedó conmovido por la sinceridad de sus palabras. Aunque no era humano, desde hacía mucho tiempo se sentía descontento por las restricciones rigurosas establecidas por el Soberano del Cielo y estaba cansado de su vida monótona y solitaria. Él también soñaba, igual que toda persona en el tierra, con una vida feliz en el futuro.

Gon, al notar que no había respuesta, pensó que para el albino todo estaba pasando muy rápido, así que preguntó:

- ¿Cuál es tu nombre?

- Killua- respondió mirándolo a los ojos, Gon parecía haber encontrado a todas las estrellas en ellos, al ver que Killua se encontraba más tranquilo repitió:

- Quiero que seas mi esposo- se arrodilló a la altura que se encontraba Killua, teniendo pocos centímetros de distancia, provocó otro sonrojo en la piel pálida.

Finalmente, inclinó la cabeza en señal de aceptación.

De ahí en adelante, la joven pareja vivió feliz. Mientras que Gon cultivaba, Killua tejía. Al mismo tiempo, enseñó el arte del tejido a las jóvenes de las aldeas vecinas.

El tiempo corrió velozmente; los días y los meses pasaron como lanzadera. Sin embargo, el Soberano del Cielo, enterado de lo sucedido, estalló en cólera y mandó a varios dioses para que su hijo regresara al cielo, acusándolo fe haber violado las reglas celestiales. Killua no tuvo más camino que separarse de su marido.

Gon siguió los pasos de su esposo hasta llegar al cielo. En el momento preciso en que estaba a punto de alcanzar a Killua, la Reina Madre de Occidente, esposa del Soberano y madre de su esposo, intervino en el asunto. Con una señal de su mano, apareció entre los dos jóvenes un río amplio y profundo: la Vía Láctea. De ese modo quedaron condenados a vivir separados para siempre.

Profundamente abatido, Gon permaneció mucho tiempo a la orilla del río, sin querer apartarse de ahí. Killua, mirando las olas rugientes, lloraba a mareas y abandonó el arte del tejido. El Soberano del Cielo no tuvo más remedio que reconciliarse con ellos. Decidió que podrían encontrarse una vez cada año. Desde entonces, cada vez que llega el día siete del séptimo mes lunar, el Boyero se encuentra con el tejedor en un puente tendido por bondadosas urracas. Es un encuentro triste y alegre. Se dice que ese día siempre cae una ligera llovizna. Son las lágrimas de Killua al despedirse de Gon.

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Finjamos que es el cumpleaños de Killua por un momento porque se me olvidó publicar esto ese día.
Cómo Mitski hizo comeback yo también lo hago 😼
Nos vemos en 500 años.

Una historia para cada amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora