Capítulo 1: Lucy

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19 de agosto de 2015

Querida Lucy,

Usted no me conoce a mí, y por favor, no se asuste ni intente descubrir quién soy. Es mejor para los dos no conocernos uno al otro, bueno, al menos no físicamente. El otro día te vi en la cafetería "Café para dos", estabas sentada junto a la ventana, mirabas soñadoramente a la puerta, perdida en tus pensamientos. Tu mesa era para dos, y por más que le insistías a la camarera que te tomara el pedido una vez que llegara tu acompañante, tuviste que pedir un café por que sino, palabras de la misma mujer, te echarían del café.

Con tu café entre tus manos, comenzaste a mirar el reloj que llevabas en la muñeca izquierda, parecías preocupada y alzaste la vista al reloj de pared del local, creo yo, que para corroborar que tu reloj estuviera en hora. Y lo estaba, lo sé porque suspiraste y te dejaste caer sobre la silla. Tomaste un sobrecito de azúcar y lo diste vuelta en tus manos hasta que te decidiste y lo abriste para ponerlo en tu café, café que ya debía de estar frío.

Pensé en acercarme muchas veces, pero muchas más fueron las que decidí quedarme sentado en mi lugar de espectador. Espectador que, debo admitir, sabía que observaría un espectáculo. Unos golpecitos en la ventana captaron nuestra atención. La tuya, porque te quitaron de tu ensimismamiento, y la mía, por el pequeño salto que te causó y la consiguiente sonrisa. Tu acompañante había llegado. Te saludó sonriendo por la ventana y caminó a la puerta. Ingresó y fue directo hacia ti. "Lamento llegar tarde, tuve un inconveniente en el trabajo", fueron sus palabras antes de besarte.

Para alguien como resultó ser él, como ahora ya sabes, un inconveniente de trabajo quiere decir acostarse con alguien. Si no hubieras estado tan enamorada, lo habrías notado, su pelo desarreglado, la ropa arrugada, los labios levemente hinchados y rosados, pero tú, tú lo mirabas enamorada, con tus ojos iluminados, sonriendo ante la llegada de tu amado. Sentí lastima por ti, lo siento, pero quiero serte sincero. Sentí lástima por ti y estuve por ir a enfrentarlo. Hacer sufrir de esa manera a una mujer, ¿a quién se le puede cruzar por la mente? Pero no lo hice, me quedé sentado, observándolos y bebiendo mi café. El resto de la gente en la cafetería entraba y salía sin ser conscientes de lo que ocurría en la mesa cinco, la tuya.

Estiraste una mano y tomaste la suya acariciándola, me sentía un intruso en tu vida. Lo tranquilizabas, le decías que no había problema, que no se preocupara, entendías perfectamente, era un hombre que trabajaba demasiado. Llamaste a la camarera y pidieron café para los dos, para ti uno grande con un poco de leche, y para él, uno pequeño y negro. No te diste cuenta de eso tampoco, pequeño, no necesitaba mas, no estaría mucho tiempo ahí. Y negro, tan negro como debía de ser su corazón, un corazón oscuro que no concebía el mal que podía hacer al corazón de una dama. La mujer volvió y dejó sus cafés. Otra cosa que no notaste, cuando ella se retiró, él la observó, que ilusos nos hace el amor, no lo digo por ti, lo digo porque también me ocurrió. Le pusiste tres de azúcar, recordaba a tu dulzura, ¿recuerdas cuánto azúcar le puso él? Nada, simplemente agarró el pocillo y bebió.

Te miró un momento y luego se giró para observar el lugar, por un momento nuestras miradas se cruzaron y el sonrió, me convirtió en cómplice, aunque ya lo era de antes, me convertí en cómplice cuando lo vi entrar y no fui a defenderte. Su mirada regresó a tu rostro, el sinvergüenza acarició tu mejilla mientras decía las palabras que tanto te lastimaron en ese momento, y que supongo, aun debes tener dando vueltas por tu cabeza mientras, si es tal y como ocurre en las películas, comes un delicioso kilo de helado sabor chocolate. "Tenemos que hablar", fueron sus palabras y tu rostro cambió, tomaste un sobre de azúcar y lo comenzaste a estrujar nerviosa entre tus manos. Quise dejar de escuchar tu conversación, pero no pude evitarlo, sentía curiosidad. Te comentó que la relación ya no era lo mismo, que ya no sentía nada por ti y que te merecías alguien mejor que él, alguien que te amara. Y no lo niego, merecías algo mejor que él, no soy yo esa persona, pero él no se equivocó en eso, mereces alguien que te ame, que te vea y note lo única que eres, alguien para quien seas su mujer especial. Te lo aseguro, allí fuera hay un hombre esperándote, uno de verdad, no de esos que no tienen una mejor idea que citarte en un lugar público para que no puedas hacerles una escena, y que encima, antes de verte tiene la indecencia de revolcarse con otra mujer.

Lo miraste sin poder creer sus palabras, ¿acaso habías escuchado bien? ¿él te estaba dejando? Tomó tu mano y la beso, tú la apartaste lo más rápidamente posible, como si un contacto prolongado entre ustedes pudiera contagiarte de algo. Quédate tranquila, la falta de amor no se contagia. Tras dejarte, ni siquiera fue capaz de decirte que recuerdes sus buenos momentos, o que eres hermosa y única. No fue capaz de nada de eso, simplemente se puso de pie y sin siquiera dejar dinero por su café, se fue del lugar. Y así nos quedamos, tú en tu mesa, con un pocillo vacío, uno a medio tomar y uno frío y yo en mi mesa, con mi pocillo terminado, los dos solos, en "Un café para dos". Decidí quedarme, una idea comenzaba a formarse en mi mente. Yo era un simple hombre, como tantos otros, como ese mismo que acababa de abandonarte y al caminar a su auto tenía allí sentada a la mujer por la que te dejaba.

Te quedaste un buen rato allí hasta que molesta tiraste el sobrecito de azúcar, que aun conservabas en tu mano, sobre la mesa, dejaste unos billetes sobre ella y partiste. Me apresuré en pagar mi cuenta, y de camino pasé por la mesa que habías ocupado hacía solo minutos. Me tomé el atrevimiento de tomar esto de tu mesa. El sobrecito de azúcar, no sé porqué lo hice, quizás como un recordatorio del día en que decidí convertirme en el salvador de las mujeres. Bueno, decir salvador es demasiado, pero no dejaba la idea de rondar por mi cabeza mientras te seguía inconscientemente. ¿Debería haber llamado tu atención y haberte dicho que él era un patán? No lo sabía, pero decidí hacerlo de otro modo, de este modo. Espero puedas entenderme, no he querido ser un cualquiera que escucha conversaciones ajenas. Esa no es mi intención. Mi intención es hacerte bien.

Para terminar, mira el sobrecito que adjunto con el sobre, es el mismo que tu dejaste abandonado tras intentar destruirlo. Un pequeño envase de papel, frágil, conteniendo la dulzura misma del azúcar. Deberías buscar ser como él, a pesar de que han intentado destruirlo, no se rompió, sigue intacto, un poco maltrecho, pero intacto, aun sirve, no ha perdido su encanto, su propósito en la vida. Busca parecértele, ¿te han destruido? Sí, ese imbécil lo hizo frente a mis ojos, pero muéstrale al mundo que eso no te dejará caer. Muéstrale que eres tan resistente como un sobrecito de azúcar.

Si quisieras responder esta carta, ya fuera para decirme que soy un depravado, o para lo que fuera, notarás que no hay dirección, ni nombre. Pero en caso de que quisieras hacerlo, solo debes llevarla al café donde te vi por primera vez y dejarla para el chico de la mesa tres. Yo preguntaré todos los días por si respondiste, aunque no me hago esperanzas, ¿Quién en su sano juicio le escribe a un extraño? Este podría ser nuestro medio de comunicación si así lo desearas. Yo la envío a tu casa, y tú al café.

Para cuando necesites un corazón amigo que haya compartido tu dolor. Esperaré tu respuesta.

El chico de la mesa tres.

Oculto tras las cartas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora