Capítulo 4: Imprevistos

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"La absoluta no es la del océano. Lo mismo ocurre en el océano de la "

Paulo Coelho

En otro lugar del país del Fuego, lejos de la pequeña ciudad habitada por la preocupada Kushina, una mujer yacía flácida sobre una cama. Su rostro era bondadoso y hermoso, de rasgos delicados, pestañas negras y largas, pómulos altos y elegantes. De haber estado despierta, seguramente sus ojos dentellarían calidez, pero lo cierto es que estaba dormida: su pecho subía y bajaba con parsimonia, con lentitud, manteniendo el mismo ritmo perezoso. Como si en lugar de respirar suspirara.

Llevaba semanas dormida.

A su lado, con una mirada indescifrable, esperaba un hombre que parecía entrar en los 40 años. Sus ojos oscuros y sin brillo no se apartaban del rostro de su esposa, como si por días hubiese esperado un milagro que ya se resignaba a que no iba a llegar. Su cabello era oscuro y brillante, su gesto era terso e inaccesible, no había forma de intuir qué pensaba o sentía.

Aquel hombre de formas duras resaltaba ante la figura frágil de la mujer que se entrevía por debajo de las sábanas. Él grande, de gesto duro y piel bronceada, ella pequeña, delicada y de piel blanca que contrastaba con su larga cabellera negra y brillante como una noche estrellada. Fugaku Uchiha estiró un brazo, tomando entre sus dedos la estilizada mano de su amada. Suspiró, dio un beso en el dorso de aquella mano que tantas veces a lo largo de los años lo habían cuidado en la enfermedad, le habían dado ternura y amor, luego cerró los ojos.

En ese momento la puerta de madera se abrió, revelando el rostro de un adolescente delgado y alto, con signos de acné. El chico, visiblemente inquieto, dijo:

—Padre...

El hombre mayor no atendió al llamado; permaneció inclinado sobre la cama, en la misma posición de ensimismamiento.

—Padre —volvió a decir el chico—. Padre, sal un momento.

El hombre suspiró, dejó la mano de la mujer y se levantó. Una vez afuera, bajo la luz tenue de una bombilla que llegaba al final de su vida útil, Itachi tomó la palabra.

—Es hora de buscar a la abuela. No podemos esperar más.

Contrario a otras ocasiones en las que habían tocado el tema, Fugaku no contradijo, no discutió, no se quejó. Solo miró al piso, meditabundo. Itachi lo tomó como una buena señal y prosiguió.

—Han pasado semanas... madre no muestra signos de mejoría —argumentó—. Desconocemos qué sucedió ese día, no tenemos forma de remediar lo que sea que haya salido mal, ni siquiera sabemos qué debemos hacer ahora. La única salida es buscar a la abuela.

—¿No sabes nada del niño?

Itachi apretó los labios, contrariado. A pesar de tener menos de 15 años, era casi tan alto como su padre, pero mucho más desgarbado y pálido, características propias de la edad.

—No. Desde que huyó no he sabido nada —dijo—. Da igual, padre... debemos buscar a la abuela. Solo ella puede saber cómo ayudar a madre... cómo y dónde buscar al niño.

Fugaku Uchiha refregó su rostro con las manos, en un gesto de absoluto cansancio y rendición. Hecho esto caminó hasta el final del pasillo y se devolvió, mirando al suelo, pensativo. Luego habló.

—No sé dónde buscar a la madre de Mikoto. No la conozco. Nunca la he visto, ni a ella ni a tus tías —miró a su hijo fijamente y dictaminó—, buscar a la familia de tu madre o buscar al niño es igual de complicado. No hay un camino seguro que nos guíe hasta ellos.

En otro mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora