Capítulo 7: Un recipiente, dos identidades; el mismo ser

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"La derrota... ¿nunca es definitiva?"

A

Cuando Itachi abrió los ojos, el aroma nauseabundo de carne descompuesta en el fuego persistía en su nariz como un eco imborrable de aquella presencia maligna. Se vio obligado a entrecerrar los ojos cuando la luz de un violento medio día de verano le dio directo en la cara, provocándole lágrimas y un fuerte estornudo. Trató de sentarse en la cama, pero una poderosa oleada de vértigo le produjo arcadas y apenas alcanzó a echar el cuerpo hacia el lateral para expulsar de su estómago un revoltijo de baba, bilis y otros jugos gástricos amargos y repulsivos.

Trató de sostenerse de la mesita auxiliar, pero terminó empujando la lámpara pequeña que se estrelló en el piso, causando gran alboroto. Escuchó pasos por el pasillo, luego el sonido de la puerta de madera al ser empujada con rudeza.

Entre lágrimas producidas por el esfuerzo que hacía su abdomen para expulsar lo que ya no tenía en su estómago, Itachi logró divisar la figura de su padre acompañado por una mujer mayor que nunca había visto en su vida; ella vestía un yukata blanco con flores rojas, el cabello negro y lustroso amarrado en un apretado moño en su nuca, sus manos ajadas cruzadas sobre su vientre con tranquilidad. Su aspecto era severo y reprobador.

—Itachi —dijo su padre, empujándolo de nuevo en la cama, mientras le pasaba una toalla húmeda para que limpiara su rostro y boca. La desconocida, sin dejar de mirarlo, caminó hasta la mesita auxiliar y le sirvió agua en una taza de té. Itachi la recibió, pero no tomó de ella, en cambio se concentró en Fugaku.

—¿Qué ha pasado, padre? —preguntó el joven, luchando contra el malestar que volvía a causar burbujas de vértigo en su vacío estómago—. ¿Qué me ha pasado?

Fugaku Uchiha apretó los labios y, pese a la expresión insistente del joven, intercambió una mirada dudosa con la desconocida que permanecía con su expresión pétrea a unos pasos de distancia. El siempre tranquilo y confiado Fugaku, de repente mostró una expresión impropia de agobio y vacilación ante el leve asentimiento que hizo la desconocida.

—No lo sé, Itachi —dijo su padre, regresando sus oscuros ojos a él—. Esperaba que pudieras responder esa pregunta en cuanto despertaras, ¿qué fue lo que pasó?

—Padre, estuviste presente —dijo el joven, pero se detuvo al ver la negación en el gesto del hombre. Itachi se incorporó y siguió explicándose—. Él estaba en la habitación, el aroma a podredumbre... miraba a madre... estabas ahí, caminaste ante él y luego... cuando me vio a los ojos...

Negó con la cabeza, cerrando los ojos para organizar sus ideas y recuerdos. Una nueva oleada de nauseas le hizo doblarse sobre sí mismo, pero logró reprimir los espasmos de repugnancia. Sus recuerdos eran claros, nítidos; los ojos malévolos en aquel rostro angelical, la sonrisa de dientes puntiagudos, las carcajadas que auspiciaban muerte, la tierra temblando ante el caminar de la criatura cubierta de hollín.

—¿Qué fue lo que viste en la habitación de tu madre?

Itachi levantó la mirada y observó a la mujer que había hablado. Su voz era ligeramente profunda y altiva, típica de personas acostumbradas a ser escuchadas y liderar. Sin saber el motivo, tuvo la urgencia de cuadrar los hombros y responder con serenidad y precisión.

No conocía de nada a aquella mujer y, sin embargo, se movía por la habitación como si fuera normal hablar de demonios que acudían para atormentar a mujeres moribundas, con un manto de podredumbre encima. Miró a su padre buscando respuestas, pero este se limitó a dejar salir un suspiro resignado y asentir con un breve movimiento.

—La criatura estaba ahí, sentada en la cama de mi madre, mirándola —miró por el rabillo del ojo la expresión pétrea de su padre ensombrecerse—. El aroma era... horrible, carne descompuesta, podredumbre y muerte.

En otro mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora