Oh, valerosa guerrera caída
A.
—No tienes buen aspecto, hija.
Kushina asintió al saludo matutino de su madre y tomó asiento frente a la mesita. Su padre no se encontraba a la vista; conociendo sus hábitos mañaneros, se habría levantado en la madrugada, tomado uno de sus sacos y salido a encontrarse con sus amistades en la playa. Desde hacía años su padre gozaba de su prematura pensión, dedicando parte de sus mañanas a la pesca deportiva. Aunque de niña disfrutaba de acompañarlo, ahora le daba un escalofrío el pensar en ello.
—No descansé bien —respondió, mirando hacia el reloj que su madre tenía el mesón de la cocina. Eran las 7:13 am. Inspiró hondo, pasando una mano por sus ojos cansados, como si con ese gesto pudiera desaparecer los acontecimientos de la madrugada que acababa de pasar.
Su madre le dedicó una larga mirada, deteniéndose algunos segundos de más en la palidez de sus mejillas y las sombras oscuras bajo sus ojos. La vio apretar los labios, contrariada, mientras le pasaba el desayuno. Kushina agradeció el gesto de no presionar por explicaciones y se concentró en la comida.
Desayunó en silencio, en compañía de la pensativa mujer mayor. Llevaba la fruta picada a su boca por pura inercia, sin prestar realmente atención a los sabores o las texturas; sentía la garganta como papel de lija, dolorosa, hinchada y sangrante. Tenía un inmenso impulso se tirarse en el piso, encogerse en posición fetal y lloriquear hasta que su fragmentada conciencia decidiera que era momento de dormir.
Su madre terminó su comida y se levantó, Kushina no le prestó atención, siguió picando y revolviendo sus alimentos largo rato. Pasados algunos minutos que no calculó se puso en pie, llevó las sobras a la cocina y regresó a la habitación para asearse y vestirse; debía iniciar el viaje de vuelta a más tardar las 2 de la tarde o no le daría tiempo de llegar el martes a su trabajo.
Al salir de su habitación buscó a su madre, la encontró en los jardines, vistiendo un yukata cómodo de color azul y una sombrilla en su mano. Se hallaba de pie frente a su coche, contemplando con el ceño fruncido la farola destruida. Kushina llevó una mano a su frente, recordando que el día anterior no había reemplazado la pieza dañada. Debía solucionarlo para poder viajar de regreso con seguridad, además le evitaría un problema grande si se encontraba con los oficiales de tránsito.
—¿Qué le pasó a tu coche, hija?
—Uhg —no supo qué responder sin preocuparla, su madre era una mujer fácilmente impresionable. Caminó hasta ella, mirando hacia la farola. Sí, de día se veía horrible. Es más, mirando de cerca, era probable que no encontrara un lugar que atendiera su requerimiento en el tiempo que necesitaba para poder viajar.
—Uhg, ¿qué? —repuso su madre, profundizando su ceño fruncido—. ¿Te accidentaste?
Kushina sonrió nerviosamente, llevando una mano a su nuca sin saber cómo responder. No quería contar los pormenores de su viaje, pensar en ello no hacía sino envolverla en un aura de temor a tan pocas horas de internarse de nuevo por las mismas carreteras que la habían llevado hasta Uzushio. Bajó la mano, desapareciendo su sonrisa.
—No pasa nada, fue solo un rose —dijo, inclinándose con los ojos puestos en el suelo—. No te preocupes, madre.
—Que no me preocupe, dices —repuso la mujer mayor, apretando el mango de su colorida sombrilla con exasperación—. Cada que sé que vienes no puedo estar tranquila, imaginando los peligros que puedes encontrar. Si tan solo vivieras más cerca...
La muchacha elevó los ojos al cielo, exasperada. Su madre llevaba años sin dejar las calles de Uzushio, ni siquiera conocía qué se encontraba más allá de aquellos pueblos costeros, pero siempre insistía que el mundo de afuera entrañaba peligros en relación con la tranquilidad de sus tierras natales. Y sí, podía aceptar que la vida monótona y pacifica de Uzushio eran envidiables, pero ella quería más, quería adrenalina, quería aprender del mundo, de las ciudades, del teatro, de las grandes bibliotecas y la gente de afuera.
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En otro mañana
FanficKushina no conoce a Minato. Minato no conoce a Kushina. ¿Cómo explicar, entonces, que un niño de 12 años aparezca ante ellos y diga ser su hijo? Ambos desconocidos se verán envueltos en sucesos inexplicables, mientras la naturaleza persigue con saña...