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Casi la había convencido.

Ana no sabía por qué la idea de tomar una copa en casa de los estirados Ainsley había excitado tanto a Alejandra, pero había visto un brillo de interés en sus ojos.

Suspirando, terminó de secar su cabello con una toalla y volvió desnuda al dormitorio para vestirse antes de ir al club.

El club, el trabajo. Vivía para ello. ¿Por qué no podía su familia, específicamente sus hermanos, ver eso? Pero ellos creían que su vida era una gran fiesta detrás de otra y la trataban como si fuera una adolescente.

Estaba en medio de la habitación cuando la imagen de Alejandra desnuda en su cama la detuvo. Pero no podía ser. No podía sentirse atraída por ella, ¿no? Antes de que Dora sugiriese aquel matrimonio, jamás se había sentido interesada por su contable. Ni por ninguna otra empleada.

Alejandra no había hecho nada para llamar su atención. Era fría y reservada y no coqueteaba nunca. Aunque habían estado una hora juntas, no sabía más sobre ella que antes de comer salvo que las sonrisas que derretían a otras mujeres a Alejandra no la afectaban en absoluto.

Pero debía admitir que algo le pasaba cuando la tocaba. ¿Habría despertado su interés sólo porque le había dicho que no?

Sacudiendo la cabeza para apartar la imagen de su pálido cuerpo desnudo sobre las sábanas, se dirigió al vestidor. El repentino interés que sentía por ella podía ser atribuido a que estaba acercándose a su objetivo. El matrimonio sería un trato, no un placer. Aunque empezaba a sospechar que Alejandra tenía un buen cuerpo bajo esos trajes de chaqueta.

Muy bien, quería verla desnuda, pero sólo por curiosidad.

Y si ella quería asomar la cabeza en la alta sociedad de Miami, Ana la acompañaría, aunque solía evitar esos eventos sociales como la peste. Una copa en casa de los Ainsley podía significar diez invitados o doscientos. Ana esperaba que su madre no estuviera allí bebiendo hasta caer borracha. Alejandra tendría que soportar una dosis de Clara Melgar tarde o temprano, pero prefería que fuese lo más tarde posible.

Después de la boda Alejandra tendría que acudir a las cenas de los domingos, pero hasta entonces prefería ahorrarle los sarcasmos de su madre porque no tenía tiempo de buscar otra candidata.

Pero ese pensamiento la hizo sentir culpable. Descubrir que, después de treinta y ocho años de matrimonio, su marido tenía una hija ilegítima no podía haber sido plato de gusto para su madre. Claro que eso no explicaba que quisiera destruir su vida bebiendo a todas horas. El alcohol había sido un problema desde que Ana era capaz de recordar y con él llegaban las mentiras y las excusas por las cosas que había hecho u olvidado hacer. Pero la situación había empeorado desde la lectura del testamento y el reconocimiento de Neyla, la hija ilegítima que su padre tuvo con una mujer a la que conoció en Cuba.

Pensó entonces que debería contratar un chófer para su madre. No podía permitir que condujera después de haber bebido y bebía prácticamente a todas horas. Y tenía que hablar con sus hermanos sobre la posibilidad de ingresarla en una clínica de desintoxicación antes de que fuera demasiado tarde.

La existencia de su hermanastra, Neyla, había sido un descubrimiento reciente, pero ella ya sabía que su padre tenía una aventura.

¿Debería habérselo contado a su madre o lo sabría ella antes que nadie? ¿Era por eso por lo que bebía tanto?

Cinco años antes, durante un viaje a Cuba, Ana se había encontrado con su padre y la madre de Neyla en una situación que no dejaba lugar a dudas. Había intentado obligar a su padre a terminar con la aventura, pero fracasó. Y el enfrentamiento no había sido agradable. Más tarde ese mismo año, su padre le había dejado la dirección de Melgar Inc. a su hermano Chris y la de los hoteles Melgar a Tatiana. Ana no había recibido nada. Cero.

Y ahora era demasiado tarde para hacer las paces con él.

Después de vestirse, tomó el móvil y las llaves del coche y bajó las escaleras de dos en dos. No podía volver atrás. Sólo podía seguir adelante.

Para que su plan funcionase necesitaba que fuera un secreto. Sólo Dora sabía toda la verdad. Y, aunque su amiga estaba locamente enamorada de su hermanastra, Ana sabía que podía contar con su discreción. No sólo por el asunto de la confidencialidad entre abogada y clienta, sino porque Dora era ese tipo de persona: honesta y leal.

Mientras tanto, alejaría a Alejandra de su familia hasta que estuvieran casadas y la convencería para que no dijera nada sobre el acuerdo. Si Ana le revelaba su estrategia a sus hermanos no tendría la menor oportunidad de ocupar una mejor posición en Melgar Inc.

Pero antes tendría que soportar el cóctel del lunes por la noche en casa de los Ainsley. No era lo que más le apetecía, pero tampoco sería una pérdida de tiempo. Con Alejandra del brazo, se mezclaría con los más poderosos de la comunidad, gente que podía ayudarla a conseguir una nominación para la presidencia de la Cámara de Comercio.

Lograría congraciarse con Alejandra, beneficiándose a sí misma.

Y lo haría haciendo lo que mejor sabía hacer: se mostraría encantadora y conseguiría la esposa que necesitaba.

P L A Y G I R L ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora