Tentaciones. PT2.

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Ciudad de México, México.


" Unas manos grandes acariciaban sus piernas suaves y largas, aquellas manos viajaban en un sentido ascendente mientras que su cuello estaba siendo atacado por una boca atrevida, enérgica y urgida de tacto. Tocó la mata de pelo lacio, fino y negro de aquel ser que estaba sobre su cuerpo. La cama que yacía bajo ella era la misma que había compartido con Manuel muchos años atrás y sobre ella estaba aquel semental de espalda ancha que besaba con devoción uno de sus puntos más sensibles. Su sexo se encontraba muy sensible por el roce que ejercía contra la tela de unos calzoncillos, ella se encontraba como Dios la había traído al mundo y él estaba sobre ella con tan sólo aquella prenda.

Una oleada de placer sintió su cuerpo cuando la mano de aquel sujeto empezó a descender hacia su centro y cómo a medida que aquella traviesa y escurridiza mano se acercaba cada vez más, los labios de aquel hombre bajaban por todo su pecho hasta llegar al valle de sus senos los cuáles tocó, apretó, mordió, besó y chupó como si de un niño hambriento se tratase.

Ella se encontraba ida de placer antes aquellos toques  tan placenteros en toda su piel. Pronto sintió cómo aquel travieso hombre jugaba con la entrada de su ser, provocándola para que se rozara y se desesperara por la final penetración de aquellos dedos. Ella no opuso resistencia ante aquel deseo del hombre sobre su cuerpo y empezó a restregarse contra aquellos dedos buscando su propia satisfacción. Ella sólo podía gemir y retorcerse, de vez en cuando intentaba mirar hacia abajo para verlo pero sólo se encontraba con aquella mata de pelo negra. Los hombros fuertes y llenos de pecas eran su mejor sustento en aquel momento por lo que los apretaba contra sí misma para intentar no perder la cordura. Un gemido salió de los labios de aquel hombre y Lucero no pudo hacer otra cosa más que sentir su centro palpitar.


Aquel hombre estaba haciendo maravillas con su boca y sus dedos. Un gemido fuerte salió de ella cuando vio las intenciones de aquel moreno de seguir bajando por su cuerpo con besos y lamidas que dejaban su piel ansiosa de más. Hasta que aquel hombre que no dejaba mostrar su cara llegó a su punto más escondido. Un gemido casi audible salió de sus labios cuando sintió la cara de aquel ser rozar con su nariz su clítoris y cómo sus labios empezaban a dejar pequeños y castos besos sobre su sexo. Se encontraba casi ida por culpa del erotismo de aquella situación.

Tiró su cabeza hacia atrás y agarró con sus manos las sábanas blancas que cubrían aquella cama. Sus labios se arquearon en una "o" cuando aquel hombre compagino sus dedos junto a las devociones que su boca le ejercía a su sexo. Un pequeño beso sobre sus labios vaginales la hicieron casi bajar la cabeza pero todo aquello cambió cuando el hombre que ahora se adueñaba de su más oculto lugar, añadió un tercer dedo y cómo su lengua ahora lameteaba a mucha velocidad su clítoris. Lucero no podía más y su vano intento de cerrar las piernas era interrumpido por la otra mano de aquel hombre quién se encargaba que una de sus rodillas estuviera casi completamente estirada alzando así inconscientemente la cadera ofreciéndole más libremente su sexo. Lo único que pudo hacer Lucero fue llevar una mano al cabello fino de aquel hombre y agarrar este como si la vida le fuera en ello. Sentía que pronto llegaría al orgasmo y él lo presentía pues su sexo se contraía alrededor de sus dedos. Aquel hombre aumentó la velocidad de sus embestidas y de sus lengüetazos para finalmente sentir como aquella preciosa mujer se desvanecía bajo su toque. Él siguió con su trabajo hasta que sintió cómo ella temblaba bajo su cuerpo, sacó sus dedos para dirigirse a su entrada dejando un beso sobre esta subiendo hasta su clítoris recogiendo con su lengua todo el éxtasis de aquella mujer que había hecho suya con sólo los dedos.

Lucero por su parte tenía la respiración errática, la mente nublada y el cuerpo tembloroso. Unos pequeños gimoteos salían de sus labios y sentía su intimidad demasiado sensible para aquello que estaba haciendo el hombre al que no le ponía cara de momento.
Harta y cansada, puso una mano sobre el cabello negro tirándolo hacia atrás mientras que su otra mano iba hasta su mejilla derecha ayudándolo a que alzara su cara.

RELATOS [FERNANDO COLUNGA & LUCERO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora