Capítulo 6

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Despertó con un fuerte dolor en su cabeza, aturdida observó el lugar donde se encontraba, pero todo lo que veía era oscuridad y una pequeña bombilla a unos metros por encima de ella. No sabía que era ese lugar, el sótano tal vez o el lobby del infierno.

Sintió que no estaba sola en aquel lugar y efectivamente, el príncipe la observaba desde la oscuridad, en una esquina de la habitación.

─¿Por qué me haces esto?

Habló intentando zafarse del amarre de las sogas y fingiendo miedo, tristeza y decepción, él debía creer que era Andrina, hasta la muerte.

El hombre frente a ella se carcajeó como si no hubiera un mañana, para después agregar una frase que dejo a la chica algo descolocada.

─Sé lo que hiciste pelirroja, lo sé todo desde el principio.

Pelirroja, pelirroja... pelirroja.

¿Qué era lo que sabía? además de su identidad y ¿cómo?, se preguntaba una y otra vez mientras lo observaba detenidamente, su expresión ya no era la de un príncipe apuesto y dulce, lo que ella se obligó a ver, ahora era alguien completamente diferente, notó unas oscuras ojeras bajo los ojos, ojos que ya no eran claros, eran negros ahora, señal de la oscuridad que albergaba en él, su facción dulce ahora era neutra y serena pero no ocultaba su demencia y locura, una que había ocultado muy bien hasta ahora, bien aprendido de su padre, de su modelo a seguir.

─¿Qué tanto sabes y como lo sabes? ─demandó, ya bastaba de fingir, ya bastaba de usar tantas mascaras.

El chico comenzó una lenta y desesperante caminata hacia ella, cuando lo hizo se curvó y susurro a sus oídos.

─Todo, sé todo pequeña asesina.

Asesina.

...

Eran las once de la noche y el pelinegro se encontraba caminando por las feas y angostas calles de Villa Real, recién salía del club que frecuentaba a diario, siempre que viajaba a Florida para ver a su tonta prometida. Todos creerían que él la amaba con locura, locura si había, pero no amor. Había convencido a su padre de juntarlo con aquella pobre hija de un pescador solo para poder acercarse a su fiera pelirroja, llevaba un tiempo observándola y cuidándola desde lejos, desde las sombras se había convertido en el acosador de una asesina.

Cada noche, ya fuera a dormir o tener sexo con Andrina, no podía evitar pensar en Ariel, en sus labios carnosos, sus pechos, su trasero, sus curvas en general, en su destreza y placer al asesinar a sus víctimas, entonces perdía todo control y terminaba eyaculando de una forma bestial y enviciante para él. Estaba enfermo por completo, de placer y demencia, todo por aquella pelirroja, que no veía la hora de poseerla y hacerla suya.

A esas horas no había más que borrachos y vagabundos en aquellas calles, siguió su trayectoria hasta una casa alejada del resto y se escondió entre unos arbustos mal cuidados, pero le permitían una buena vista a la casa. Podía oír sin reparos los gemidos y quejidos de dolor provenientes de la misma y sonrío porque sabía que ella estaba allí, haciendo de las suyas y no pudo evitar sentir una gran y dolorosa erección.

Dirigía sus manos a su entrepierna para calmar sus ansias de cometer algún pecado cuando escucho gritos agudos, rápidamente se incorporó y observó, su fiera llevaba a un niño en manos, se le hizo muy extraño ya que ella no acostumbraba a matar a personas tan pequeñas, eso era nuevo. Inconscientemente sus pensamientos se volvieron aún más perversos, la chica no dejaba de sorprenderlo y excitarlo, al no poder aguantarlo más se hundió en un mar de perversión y placer sucio entre él, su miembro, y sus manos. Para cuando despertó de aquel trance delicioso no había rastro de su amada por ningún lado, solo una casa prendida en llamas y algunas miradas aterradoras y confusas sobre la misma.

La malvada Sirenita [+18].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora