Capítulo 26

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Cuando bajó a desayunar y encontró vacía toda la planta baja, Bellatrix sospechó que Voldemort estaba en la mansión. Los Malfoy y los hermanos Lestrange corrían a esconderse en cuanto aparecía, solo si los llamaba se obligaban a sí mismos a compadecer ante Él. Su teoría se confirmó cuando se encontró a Nagini en el pasillo. La serpiente alzó la cabeza y la miró fijamente emitiendo un siseo de baja frecuencia. No tenían buena relación: ambas deseaban ser la hija adoptiva favorita de Voldemort y la otra era la competencia. O así era en la cabeza de Bellatrix.

Esquivó al reptil con cuidado, manteniéndose lo más lejos posible pero a la vez mostrando seguridad, no podía achantarse ante un gusano gordo. Como cada vez, sintió alivio cuando la dejó atrás. Percibiendo el aura mágica de Voldemort en la biblioteca, llamó a la puerta. Nadie respondió. La sala era muy grande y contaba con dos plantas, imaginó que no la oiría. Así que se atrevió a entrar.

—¿Señor?

Caminó entre pasillos de libros hasta llegar al fondo, junto a la chimenea. Ahí encontró a Voldemort sentando en una butaca de respaldo alto.

—Ah, Bella... ¿Qué haces aquí?

—He investigado lo que me pidió sobre las protecciones de Hogwarts. Creo que esta lista de maleficios serviría para traspasarlas —comentó entregándole un pergamino.

El mago oscuro hojeó la esmerada caligrafía de Bellatrix (siempre se esforzaba si Él era el destinatario) mientras ella le miraba nerviosa. No se había dado cuenta de que no estaba solo.

—Yo no me fiaría de ninguna lista que haya hecho mi primita... Igual ha escrito mal el conjuro y morimos todos.

Bellatrix se giró para ver a Sirius con su sonrisa burlona apoyado en una de las estanterías. Era absurdo que hasta para hablar con Voldemort tuviese que adoptar una pose sexy.

—Tú morirás de una forma u otra, así que no es problema para ti —respondió ella con frialdad.

Voldemort detuvo ahí el debate, no estaba para aguantar sus peleas infantiles. Ya que estaba, invitó a Bellatrix a quedarse, igual podía aportar algo al debate. Ella aceptó con sumo gusto, odiaba quedarse al margen. Se sentó en una butaca frente a Voldemort y lo miró expectante (tratando de ignorar a su primo).

—En vista de nuevas averiguaciones, no nos conviene matar a Potter —manifestó el Señor Oscuro con fastidio mal disimulado.

Bellatrix no imaginaba cuánto le dolería reconocer eso. Pero sí que imaginó cómo había obtenido la información: eso fue lo que le pidió a Glicelia. La joven Grindelwald debió de contarle que en todas las visiones en las que se enfrentaba al chico, acababa muerto. Y Voldemort tenía gran fe en visiones y premoniciones, no podía correr el riesgo. Además, si podían hablar de ese asunto, era porque los tres sabían que Harry Potter era un horrocrux. En la visión de Snape, Dumbledore lo dejaba claro: si moría, con él moriría una parte de Voldemort. Y aunque tuviera más, nadie destruiría un pedazo de sí mismo.

—Supongo que la profecía era una trampa de Dumbledore —masculló el mago oscuro, entre molesto y avergonzado por haber sido engañado.

—Creo que trató de que usted la convirtiera en una profecía autocumplida, señor —se atrevió a sugerir Bellatrix—, fuera de eso, no tiene ningún valor. Pero usted es demasiado inteligente para caer en una trampa tan burda.

El mago oscuro valoró sus palabras, decidiendo si constituían o no una ofensa. Finalmente asintió. La bruja experimentó un gran alivio: era como un niño pequeño al que guiar de forma sutil para que no sintiese que le daban órdenes. ¡Por fin se libraban del yugo de la ridícula profecía!

TraidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora