Capítulo 32

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—Sírvete un par de empanadas, cielo, las acabo de sacar del horno.

—¿De qué son? —preguntó Bellatrix levitando una a su plato.

—De un niño rollizo que tuvo la mala suerte de venir a husmear cuando yo salí en busca de carne —comentó Eleanor con alegría.

La bruja asintió y se la comió, realmente su amiga cocinaba muy bien.

En esos dos días había hecho poco más que charlar con Eleanor y dormir en el piso de arriba. La había embargado la depresión posterior a la euforia de la batalla, cuando ya todo terminaba y desaparecía la adrenalina. Era una guerrera y no sabía qué haría en un mundo sin guerras. La habían invitado a tres o cuatro de fiestas de celebración en casas de los Sagrados Veintiocho y a otra en el club de vampiros, pero no se sentía de humor para ello.

Voldemort había asumido por completo el control del país y —para sorpresa de muchos— lo estaba haciendo bastante bien. Los traidores y magos y brujas de sangre impura estaban siendo detenidos y destinados a diferentes tareas para servir al resto. Se estaban celebrando un centenar de juicios cada día y aun así, el mundo mágico mantenía su ritmo: todas las tiendas del Callejón Diagon volvían a estar abiertas, la liga de quidditch y la de duelo ganaban adeptos y el turismo empezaba a recuperar cifras previas a la guerra.

Nadie en el resto del mundo había osado desafiarlos. Todos temían a Voldemort y preferían mantenerse al margen, centrarse en sus problemas y fingir que en Inglaterra no pasaba nada. De momento Voldemort no se planteaba revelar la magia a los muggles (solo usarlos y manipularlos a su antojo). Prefería establecer un orden primero en el mundo mágico, más adelante ya verían.

—Glicelia insiste en que vaya a visitarla, pero me da pereza... —comentó Eleanor.

—Es porque te estás tirando a otra que te gusta más, ¿verdad?

Bellatrix se había acostumbrado a charlar por las noches en el bar con la pastelera y empezaba a conocerla bastante bien. Eleanor sonrió traviesa y confirmó que así era:

—Estoy muy bien con Julia. Si tengo aquí polvos salvajes asegurados, ¿para qué voy a irme hasta Austria?

—¿Julia?

—La vampira pelirroja.

—Ah, sí...

—Te aconsejo liarte con un vampiro —comentó Eleanor muy seria rellenando los vasos de ambas—. Es todo mucho más loco, más... como más intenso, ¿sabes?

Bellatrix respondió con un murmullo. Había tenido sexo con vampiros y vampiras, sabía a qué se refería. Pero en esos momentos no le apetecía repetir.

Al día siguiente Voldemort la llamó por la mañana. Le pidió ayuda para interrogar a unos prisioneros (eso sí le gustaba porque incluía tortura) y al terminar entrenaron un rato juntos en una estancia vacía del Ministerio. Cuando Voldemort tuvo que retomar los juicios, ella regresó a Bloody Wonders más animada.

—Te ha llegado un paquete, cielo. Lo he mandado a tu cuarto con el elfo.

—Ah, gracias, Nellie.

Le gustaba el elfo de su amiga por una razón: no lo conocía. Limpiaba, ordenaba y cocinaba, pero apenas se lo veía. Eso agradaba a Bellatrix, tanto en los elfos como en cualquier otra criatura.

Se sorprendió al ver sobre su cama una caja bastante grande. Leyó primero la tarjeta:

¿Cenamos esta noche? Paso a buscarte a las siete, ponte esto.

A Bellatrix no le hizo falta ni leer la firma. Solo su primo poseía la tremenda arrogancia de preguntar sin darle opción a responder e indicarle incluso el atuendo que debía vestir.

TraidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora