Capítulo 30

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El cadáver de Colagusano quedó con la forma de Harry y nadie supo que no era él. Necesitaban que fuese así para que nadie lo buscara y se rindieran. Hubo chillidos, lloros y suplicas. La desesperanza se adueñó de Hogwarts cual manada de dementores.

—Buen trabajo, Kreacher —felicitó Bellatrix a su elfo bajando la mano para que le chocara los cinco.

Dudoso y emocionado, Kreacher chocó su mano contra la de su ama, sabiendo que ese era un gesto que jamás ningún Black había tenido con un elfo. Desobedeció la orden de no llorar delante de ella. Bellatrix chasqueó la lengua con fastidio, pero la alegría de Voldemort la hizo olvidarlo.

—¡Habéis perdido! ¡Soltad vuestras varitas y no sufriréis daños! —bramó pletórico el mago oscuro.

Mientras profesores, estudiantes y simpatizantes dejaban caer sus armas, los mortífagos atraparon a quienes trataban de huir. Bellatrix se enfrentó a los pocos insensatos que ofrecieron resistencia, pero fueron muy pocos. Pronto se acabó la diversión. Ayudó a Voldemort con lo que le pidió, pero ahora le sobraba mano de obra. Había ganado la guerra.

—Nos veremos mañana. Buen trabajo, Bella.

—Gracias, Señor.

Era el primer cumplido que le hacía y Bellatrix se sintió como Kreacher a punto de llorar. Como no tenía nada que hacer, pensó que era el momento de retirarse. Pero antes había una cosa que deseaba comprobar.

Regresó al Gran Comedor esquivando cadáveres y heridos que se retorcían en el suelo. Escrutó sus rostros con la esperanza de que alguno fuera Rodolphus y eso le granjeara su ansiada viudedad. A él no lo vio, pero sí a los hermanos Carrow. No le importó la muerte de esos dos, no les tenía especial aprecio. También el Weasley amigo de Potter. «Al final sí que se ha reunido con su novia» pensó la bruja divertida.

De sus compañeros se cruzó a Rabastan, con heridas, pero nada grave. Sin embargo, sobre su hombro se apoyaba Dolohov, que lucía un corte profundo en el cuello. Rabastan había aplicado un par de conjuros para taponar la herida, pero la pérdida de sangre había sido importante y parecía superado por la situación.

—No lo aparezcas —le advirtió Bellatrix—. Acércate al bosque y llama a un thestral, son el método más rápido. En San Mungo os atenderán, el Señor Oscuro se ha encargado de ello.

—Gracias, Bella —respondió Rabastan agradecido porque alguien le indicara cómo actuar.

La bruja asintió y prosiguió su camino. Observó a carroñeros y a los mortífagos que se habían quedado llevándose inmovilizados a los rivales del bando perdedor. La mayoría entre risas e insultos.

—No llegarás a mañana, vieja ridícula —se burlaban Crabbe y Goyle empujando de mala manera a una bruja.

Cuando vio que se trataba de McGonagall, Bellatrix los detuvo.

—Si esa mujer sufre una herida innecesaria, moriréis.

Los dos hombres, torpes y grandes, la miraron desconcertados. Le recordaron que era la mano derecha de Dumbledore y protectora de Harry. Bellatrix les dio las gracias con sorna, estaba al corriente. Pero también sabía que era una bruja sobresaliente. Ella admiraba y respetaba el poder y de esa profesora aprendió mucho en su etapa escolar.

—Guardad un mínimo de respeto a aquellos a los que nunca podréis igualar —les espetó.

No entendieron el mensaje. McGonagall, agotada y desolada, la miró aún más confundida que los mortífagos. No dijo nada, apenas reaccionó. Pero la revolvió por dentro intuir un atisbo de humanidad en quien desde hacía años consideraba un monstruo.

TraidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora