Capítulo 27

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Era lunes, bien entrada la noche, y la mayoría de bares estaban cerrados... Por suerte, siempre quedaban los vampiros, ellos tenían sus propios horarios. Al fondo de una callejuela sin salida, aparentemente abandonada y sucia, estaba el Fangtasia: mientras el sol estuviese escondido, ese club permanecía abierto. Bellatrix entró por una puertucha metálica protegida por cadenas que atacaban a los no-simpatizantes de esa especie. Bajó por unas estrechas escaleras hasta llegar al sótano y ahí empezó a escuchar la música atronadora con ritmos delirantes.

—Buenas noches, Bella —la saludó la vampira de la puerta, que ya la conocía.

—Igual lo son para ti, Pam —masculló ella.

La vampira rio mostrando dos colmillos brillantes. A los vampiros les hacía gracia que Bellatrix parecía tener el corazón casi más muerto que ellos.

El local —decorado en cuero y terciopelo rojo, con sillones, bailarines de barra y pista de baile— estaba a mitad de su capacidad. Solía estar a rebosar, pero con el actual clima de guerra, incluso los vampiros tenían menos ganas de fiesta. Bellatrix lo agradeció, le costó menos llegar hasta la barra. Pidió un coctel de ron y sangre sintética y se acomodó en un taburete alto. El camarero, un vampiro de apariencia joven y sin camiseta, se lo sirvió al punto. Bellatrix adoraba eso de esa especie: eran muy rápidos en todo lo que hacían.

—Aquí tienes, reina —le indicó guiñándole un ojo.

Bellatrix se sintió un poco mejor. Agradeció incluso la oscuridad del local y la música a todo volumen: difuminaban bastante sus pensamientos. Lentamente y con diversas mezclas de sangre y alcohol se fue relajando. Cuando una joven vampira rubia le tendió un brazo para que bailara con ella, aceptó.

Bailó con ella hasta que le pidió sangre a cambio de sexo. Bellatrix no aceptó y la vampira partió en busca de otro ser cuyo corazón latiera. A la bruja le dio igual: siguió bailando sola, con los ojos cerrados, dejando que su cuerpo liberara tensiones. Cuando sintió que un hombre se pegaba a su espalda (y se pegó tanto que sintió que era un hombre), tampoco le importó. Nunca está de más tener a alguien que te cubra las espaldas.

Bellatrix no se molestó en mirarlo hasta que la canción cambió y él la tomó de la mano para hacerla girar. Por la velocidad de sus movimientos —firme, fuerte y rápida pero no sobrenatural— supo que no era un vampiro; además olía muy bien, cosa que no solía suceder con los no-muertos. No obstante, su apariencia sí que era la de uno de ellos: rubio, de aspecto nórdico, fuerte y de mirada penetrante; probablemente del norte de Europa. Entre la oscuridad y el alcohol la bruja no pudo apreciar mucho más, pero no le hizo falta. Se dejó llevar por él y por la música. Cuando él le indicó con gestos (porque hablar era imposible) si quería una copa, ella asintió. Dejó que se alejara y siguió bailando.

Pensó que igual la había reconocido y no volvía —solía sucederle—, pero al poco apareció con un coctel de color granate que Bellatrix bebió de un trago. Ni siquiera comprobó que no llevase veneno o veritaserum, como hacia siempre que un desconocido la invitaba. Desde hacía tiempo se sentía muy perdida; había decidido dejar de luchar contra esa sensación y abandonarse en sus brazos. Y en los del forastero, que brindó con ella y continuaron danzando juntos entre alcohol y seres mágicos.

Quedaban menos de dos horas para que saliera el sol y Bellatrix decidió que no quería pasar la madrugada sola. Empezó a mordisquear suavemente el cuello del extraño y notó como él sufría escalofríos de placer. A la vez, tuvo la sensación de que deseaba separarse (aunque no era capaz); pero lo ignoró. Se sentía bien, nunca lo hubiese creído, pero empezaba a ilusionarse. Ese hombre estaba logrando —sin ni siquiera usar palabras— hacerla sentir cómoda, transmitirle una extraña sensación de hogar que hasta entonces no había encontrado en nadie con quien una relación fuese factible.

TraidorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora