C a p í t u l o 4

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J O R G E

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J O R G E

¿Qué estaba haciendo?

La pregunta resonaba en mi cerebro con cada paso que daba hacia el auto, los tacones de la chica resonando detrás de mí. En el momento en que ambos nos sentamos en el pequeño espacio y el motor ronroneó a la vida, todavía no estaba más cerca de averiguar la respuesta. Mirando por mi periferia, la vi tirar del vestido demasiado corto hacia abajo sin éxito para cubrir sus largas piernas y luego cambiar la bolsa para hacer el trabajo.
Ninguno funcionó.

Mis manos apretaron el volante, escuchando el cuero crujir bajo la presión mientras me obligaba a apartar la mirada. Siendo realistas, sabía que tenía que tener al menos dieciocho años, pero se veía mucho más joven incluso con todo ese maquillaje. Era la inocencia en sus ojos plateados lo que aún lograba asomarse a través del borde duro que la vida le había dado. Mi polla no había tomado nota de su edad cuando había comenzado a quitarse la ropa. Demonios, mi pene no había sido suave en ningún momento después de que entré en la habitación. Su inocencia había sido como un puño apretando mi pecho, empujando toda la sangre hacia mi ingle.

Tuve que apretar los puños para mantenerlos a mis costados cuando tiró del material más allá de sus pechos. Estaban encerrados en un sostén negro que parecía dos tallas más pequeño, la carne regordeta se derramaba tanto que incluso se podía ver el borde más oscuro de su pezón.

Apreté mis muelas y cerré mis ojos con fuerza para tratar de borrar la imagen antes de retroceder. Había recorrido unos seis metros cuando ella movió la bolsa, tirando de mis ojos hacia atrás, otra vez.

Irritación conmigo mismo y mi debilidad, sintiéndome como un depredador, sin querer le espeté.

-¿Tienes algo más que ese trozo de tela para usar?

Se encogió en el asiento y contuve mi gruñido. No había hecho más que asustarla toda la noche. Pero no me arrepentí. Puede que le hayan dado una mano de mierda para ponerle esa ventaja, pero aún era joven y tan ingenua sobre el mundo. Era mejor que la asustara a que terminara muerta o algo peor.

-Tengo unos pantalones cortos y una camisa en mi bolso.

-¿Eso es todo?

-No estaba planeando exactamente quedarme mucho tiempo en el hotel - espetó ella. Bien. Aumentó mis esperanzas para ella cuando endureció su columna vertebral y no tomó mi mierda.

-¿Tienes más ropa? ¿Algún lugar al que pueda llevarte para conseguirlos?

Se mordió el labio y miró fijamente la bolsa, pareciendo pensar en su respuesta.

-Sí. Tengo un lugar para guardar mis cosas.

-¿Dónde?

Con una respiración profunda, comenzó a decirme direcciones. Sus izquierdas y derechas de voz suave fueron las únicas palabras que llenaron el auto mientras salíamos de la ciudad y nos adentrábamos en la parte más horrible de la ciudad.

Mi SalvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora