C a p í t u l o 21

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J O R G E

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J O R G E

Todo mi mundo se detuvo cuando todos los ojos se volvieron hacia mí. Lo asimilé. Oscar y Leah en la silla. Silvia atada a la cama, con cada centímetro de ella al descubierto y doblada por la mitad. Un rubio imbécil de rodillas agarrando su polla, preparada en su entrada.

-¿Quién diblos eres tú? -preguntó el gilipollas que sujetaba a Silvia.

La miré a los ojos y casi me puse de rodillas. Los suyos estaban rojos y manchados por el llanto y brillaban de miedo y alivio. El rojo se deslizó sobre mi visión y el pulso me retumbó en los oídos. Todo en mí se rompió y arranqué con un rugido, con la vista centrada únicamente en derribar al rubio.

Por suerte, se soltó de sus piernas justo antes que hiciera impacto y lo llevara al suelo, al otro lado de la cama. Sus labios se movían, pero yo no oía nada, un sordo rugido de ruido blanco lo ahogaba todo mientras lo inmovilizaba debajo de mí y comenzaba a golpearlo.

Su puño me rozó la mandíbula cuando otro cuerpo chocó contra mi espalda. Oscar me sacudió hacia atrás y yo me sacudí de encima antes de girar para darle un puñetazo que le hizo caer al suelo. Entonces el otro volvió a golpearme en los riñones. Le golpeé con el brazo, dándole un revés. Se tambaleó y aproveché mi oportunidad para agarrarle por el cuello e inmovilizarle contra la pared, levantándole hasta que los dedos de los pies apenas rozaron el suelo.

-¿Sabes quién soy? -grité, con la saliva saliendo de mi boca y golpeándole en la mejilla ensangrentada.

Negó con la cabeza, las lágrimas goteando de sus ojos, su cara roja mientras sus dedos rasguñaban mis manos.

-Encuentro a los malditos enfermos como tú y arruino todo tu mundo. Toda tu operación. -Lo aparté de la pared un centímetro solo para volver a golpearlo-. ¿Pero tú? Prefiero no perder el tiempo. Simplemente acabaré contigo aquí, joder.

-Por favor, por favor -tartamudeó. Me incliné y susurré.

-¿Te detuviste cuando dijo por favor? -Más lágrimas se filtraron por su cara-. ¿Lo hiciste? -troné a centímetros de su cara.

Los neumáticos chirriaron fuera antes que la puerta de un coche se cerrara de golpe y entonces Jared se paró en la puerta.

-J... -Jared vio el animal que había dentro de mí y habló en voz baja-. No puedes matarlo. Vamos. Viene la policía y sabes que no puedes estar aquí.

Escuchar su voz penetró en la niebla de rabia que me tragué por completo una vez que abrí la puerta. Alguien gimió detrás de mí y miré para encontrar a Leah inclinada sobre Oscar, llorando. Y en la cama estaba Silvia, con los ojos cerrados con fuerza, su cuerpo haciendo lo posible por enroscarse en sí mismo.

-No puedo irme sin ella.

-Entonces presentaremos un informe más tarde.

Jared se apresuró a su lado y la liberó, ayudándola a enderezar su ropa. No la tocó, porque ya estuvimos en esta situación. No iniciamos el contacto con alguien que fue agredido. Si necesitaban consuelo, acudían a ti. Silvia se apartó de Jared de un tirón en cuanto se liberó, todavía acurrucada en sí misma.

Mi SalvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora