#2; Todo un día

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El ambiente podía zurcirse en esos momentos cuando una cálida respiración acariciaba de forma peligrosa la tersa piel morena de quién contenía el aire en sus pulmones, temblando de miedo, inquieto, cegándose a ver para desgraciadamente sentir con más énfasis un tacto flemático sobre su mejilla y por su cuello de ásperos dedos masculinos. No quería saber qué vendría después, pero el metal congelado de esa navaja se acercaba a sus venas expuestas en la piel y solo podía pensar en que le dejarían desangrar, amarrado, sobre aquella alfombra, recalcando lo poco y nada que valía su alma y los cuantos años ya vividos. No quería morir, menos a puertas de un abuso como aquel, quería aferrarse a la vida por cualquier método, aunque sea dejarse hacer.

Un corte de súbito, silencioso y ágil, y su vida se encontraba en un nuevo rumbo misterioso y oscuro: estaba libre, ya no tenía sogas que lo contuvieran, ni el peso de quién parecía simplemente haber amedrentado su carácter. Se encontraba anonadado y más que nada confundido, no daba con el "por qué" de aquella acción, en su cuarto, ahí mismo donde podría darle caza o prender fuego al maldito barco había sido puesto en libertad. Había tantas preguntas que se le pasan por la mente como gotas de sudor por su cuerpo que reaccionó de forma torpe, tomando el pedazo de pan para salir a cubierta, cerrando la puerta sin cuidado, respirando agitado aquella salinidad que el mar le otorgaba al ambiente. Con un paso errático se desplazó como un gato asustado por la inmensidad del bergantín, mirando el suelo mientras comía como una bestia, siendo detenido por un canturreo dirigido especialmente hacia su presencia- ¿Ah?

- ¡Flaco! -un muchacho joven de cabellos color avellana se acercó con un caminar amistoso hasta nuestro portugués, que aún no se ubicaba en medio del mar.

Su cuerpo ya dejaba de temblar y su corazón había encontrado templanza para cuando ambos marinos entraban en diálogo con quién, confundido ante la amabilidad y calidez de sus presencias, los miraba de reojo desconfiado.

- ¿Cuál dijiste que era tu nombre?

- Nicolás -balbuceó, tragando lo último que le quedaba.

- Yo me llamo Manuel, pero estos putos me dicen Yelo porque una vez intenté dármelas de saber inglés y creí que Hielo se decía Yellow -entraba en confianza rápidamente nuestro joven marino, con astucia, riendo suavemente con esas mejillas claras redondeadas y la mano bien escondida en la navaja, por si acaso.

- Yo soy el Edgar -hablaba con una extraña ternura en su voz, desentendiéndose de que él mismo fue quien secuestró al moreno- el segundo que lleva toda la pega aquí.

- ¿Eres portugués, verdad?

- No -evadió las miradas de ambos, concentrándose en el infinito horizonte- Soy criollo...

Hubo un silencio de tres segundos en el ambiente. Los marinos entendían lo triste y pobre que era ser nacido en el nuevo mundo en comparación de las Europas, de lo mal que debió de haber vivido siendo nadie en ninguna tierra, sin voz ni voto, no un esclavo pero sí un reprimido. Era triste y divertido el destino, como alguien que no valía nada terminaba como esclavo entre quienes conservaban una identidad colectiva y caótica; volvía a ser nadie.

- Bueno pero ya no lo eres po -con gracia el menor de los tres dispersó el ambiente- ahora eres parte de nuestra tripulación.

- Sí claro, soy una mierda de esclavo con el cual ahora simplemente malgastan su tiempo -Nicolás mostraba sus dientes como un animal a la defensiva, a sabiendas que probablemente de ahí la suerte dejaría de estar a su favor.

- No creai esa weá, si fueras un esclavo estarías con los demás. Eres letrado, ¿no? -quien había dado caza al criollo lo sabía bien, de hecho por eso mismo se lo trajo, sabía que alguien del barco debía ser el piloto y, a falta de éste, tomó prestado uno para su barco.

Rosa de los VientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora