"Y ahora, ¿hacia donde?" resonaba el eco de la pregunta que hizo en un día que se nublaba, fatal, como si el recuerdo aún no rasgara la madera del barco y azotara las ventanas del alma que se inundaban en memorias tras sus orbes castañas— Al horizonte, a ver que nos depara, ¿no me habías dicho eso, Jaime?
El mar rugía fiero mientras se ennegrecía el cielo a plena luz del día, con los barcos corriendo por la mar siendo empujados con voracidad por un gélido viento que callaba los murmullos humanos y acortaba la respiración de cualquiera, creando fraternos momentos en unas manos fugaces que depositaban aquella chaqueta roja con cariño por sobre los firmes hombros de quien miraba sin titubeos hacia el frente, hablando en silencio, presagiando lo que la tempestad traería.
La vida transcurría en un recuerdo, uno amargo y apacible, la memoria viviente de los que aún se encuentran en pie.
— Nicolás abrígate.
— Qué desagradable, ¿podrías pedir por favor al menos? —el moreno fingía estar herido, contemplando como lo ignoraban, la preocupación le ganaba aquella atención que creía merecer.
— Edgar dile que se abrigue.
— Nico abrígate porfi, ¿sí? —hablaba amable cerca del timón, tan preocupado como el capitán, como si en vez de libertad vieran en la infinidad del paisaje la mayor calamidad.
Decidió obedecer a duras penas, acarreando una chaqueta azul piedra media talla más grane que su torso, atento al silencio. ¿Es que estarían preocupados por volver a pasar por el roquerío de las sirenas? Si era así, ¿por qué pasarían nuevamente por ese lugar? Recordaba en las cartas haber sugerido otras rutas, pero ninguna convencía a los piratas como la más arriesgada, aunque la estuvieran tomando por oeste y por fuera, rodeando la mayor cantidad de tierra.
No sabía que hacer ni qué preguntar, por lo cual decidió apoyar su mano sobre el hombro del inglés para reclamar e insultarlo, sin poder gesticular palabra al sentir la fría mano del anillo de cuarzo que lo atrapaba, suavemente y muda, acariciando su piel tostada.
— Yo le dije al bestia que las mujeres dan mala suerte —murmuraba el ruliento, bufando suavemente mientras sacaba su pistola y la cargaba con tranquilidad—lo peor es que si queremos asegurar la vida de los demás navíos vamos a tener que batallar.
Jaime rió suavemente, hablando calmado— No le temo a la armada inglesa, temo porque la mar no nos brinde su favor.
— Mira que te poní filósofo —intentaba difuminar ese neblina a duras palabras.
— Cállate negra sarnosa, o te lanzo por la borda.
— ¿Eso harás conmigo Jaimelen?
— No.
Y el más alto reía con estruendo, ahogándose en su estrepitoso tono de voz, buscando una chaqueta de cuero por entre los barriles y cuerdas cercanos para cubrirse de la lluvia que comenzaba a caer con ligereza.
Apenas las risas callaron y la lluvia comenzó a crepitar el capitán apodado Alfred soltó el timón, blandiendo su sable hacia la tripulación. Nicolás creyó verlo titubear hacia la tierra que quedaba a sus espaldas y los tres barcos que marchaban a veinticinco minutos de carrera atrás, mas no le prestó mayor atención a los gestos técnicos y se quedó parado al lado de quién ahora poseía el mando del bergantín.
— Perros vagos, hoy nos enfrentaremos a los asquerosos ingleses que se creen capaces de emboscarnos, ¡hijos de puta ellos y quien nos traicionó! ¡Un infierno nos espera de todos modos! Hagamos que el camino hacia allí sea digno de leyenda y la llamada de la muerte, ¡gloriosa!
— Maldita morsa judía —escuchó al Edgar murmurar, dolido, como si antiguamente hubieran sido amigos con el traidor.
— A los cañones, abriremos fuego por detrás de la roca de Loreley, ¡una botella de ron a quién logre tirar el palo mayor!
La lluvia golpeaba tranquila y cortante, dejando invisibles puñales por donde las lágrimas deberían de correr con un recuerdo varado en el atlántico, rememorando en cada suspiro los segundos en que los cañones rugieron con furia contra el barco de banderas cruzadas, atento a las flechas que incendiaban las velas en un parpadeo, dado a las armas de fuego y una cimitarra con la que no pretendía más que defenderse en esa cruenta batalla que daba inicio finalmente con el abordaje de los piratas al barco ajeno y el salto de los británicos.
Era todo tan irreal y confuso. Nicolás era tan partícipe de los hechos que aún le costaba creer lo que ocurría a medida que pasaba, blandiendo su espada desde la proba blanca que los ingleses trataban de abordar, enfrentándose sin titubeo, siendo reforzado por su grupo de amigos que permanecían defendiendo el afamado barco de la bandera negra con la rosa acuchillada.
Nunca en su vida se imaginó luchando así, no con su talla, ni su habilidad inexistente de apuñalar a alguien pero vaya que cruel al blandirse contra las fauces de los peluca blanca.
Rugía con esmero de preservar su vida, cruzando el filo de su sable con la existencia de quién sea, protegiendo la propia y protegiendo a su espalda las hábiles manos que no titubean al cortar el lazo que unía la mortalidad y la eternidad.
Nunca pensó en revivir esos momentos nuevamente, tal y cual como habían pasado un día, al cruzar calmo por el atlántico por el barco que un día había sido llamado como cuarzo y hoy era el Black Rose.
— Nico no te tortures así —murmuraba Edgar dejando que la lluvia alisara sus indómitos risos.
— No te preocupes, solo temo... temo que la mar no esté a nuestro favor.
Como si los segundos corrieran agotados, agonizantes, vio cada movimiento detalladamente realizarse por sobre sus ojos como si releyera el final de una triste historia de amor, dando medio paso hacia atrás, espantado, sintiendo un cálido abrazo de una chaqueta roja que lo cubría, lo acogía vehemente y lo protegía del disparo, sintiendo su cuerpo de un momento a otro privado de sosiego, como si sostuviera todo el peso del bergantín sobre sus brazos, ahora bañados en aguas tibias que descubrían al capitán, con unos ensangrentados labios de expresión serena, calma, feliz al haber dado su vida por su segundo gran amor después del mar: él.
Desde el presente miraba el pasado sin creer lo vivido.
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Rosa de los Vientos
FantasyPirate!AU | Ambientado en el siglo XVIII | Una historia que narra la cruenta vida sobre los océanos y el vulgar quehacer de aquellas crueles almas que aún deben navegar como fantasmas, sin derecho a piedad o compasión por sus actos, sin derecho a am...