El otro lado del Cristal

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Un cristal era su único contacto con el mundo, ver a los peatones en la calle era su mayor entretención, una pantalla que reflejaba una realidad a la que él era ajeno. La escuela del frente le brindaba una gran cantidad de sentimientos, envidia de aquellos que gozaban de lo que él carecía y anhelo de estar allá.

Su mundo era pequeño, solo cuatro paredes blancas. No podía recibir visitas, estaba solo, pero al menos vivo, de momento. Siente su existencia deslizarse entre sus dedos como arena fina. Está vivo, pero el costo era la profunda soledad.

Debido a su condición no era fácil que alguien lo pudiera visitar, para protegerse fue obligado a aislarse de la realidad de cualquier otro niño de su edad.

Un día mientras disfrutaba de su típico pasatiempo, vio una niña de la escuela acercarse.

"Tac-Tac" sonó el vidrio ante los golpeteos de la misteriosa niña, ella empezó a mover la boca, pero a través del vidrio templado no se filtraba el más mínimo sonido. El niño señaló su oreja y con el dedo hizo la señal de "no". Ella pareció entender ya que se quedó pensando un rato, luego sacó un cuaderno de su mochila y en él escribió con letra clara y prolija.

"Hola. ¿Por qué estas allí?"

El niño quería contestar, en verdad lo anhelaba, pero no tenía como, no tenía cuadernos ni lápices, nuevamente se sintió abrumado por su soledad. La niña pareció entenderlo y escribió.

"Busca algo para comunicarnos. Nos vemos mañana".

El niño sintió que perdió toda oportunidad de volver a hablar con alguien de su edad, ella dijo que volvería, pero cómo creerle a un extraño. Sin embargo, una parte de él, la más visceral y menos racional le hacía aferrarse a la idea de que el día siguiente volverían a hablar.

Cuando vio a las enfermeras les pidió un cuaderno y algo para escribir, ellas pensaron que pedía un cuadernillo para colorear por su aburrimiento. Lastimosamente no era eso lo que realmente quería, pero funcionaría.

Apenas notó que era la hora de la salida de la escuela en su cuadernillo escribió: "Hola" y lo puso contra la ventana, quería que la niña viera que ya tenía forma de comunicarse con ella, que no olvidara su promesa.

Como si los ángeles escucharan su pedido silencioso, la niña se acercó y le contestó:

"En ese cuaderno es algo difícil leerte porque escribes sobre otras imágenes".

El corazón del niño cayó junto a sus esperanzas, el cuadernillo no era suficiente, debía regresar a su soledad.

Otro golpeteo le llamó la atención y al voltear a ver encontró algo que pareció ser agua en medio del desierto.

"No te preocupes, solo dame tiempo para entender las palabras. Leeré lento, pero lo haré".

Su alma adormecida despertó de su letargo con esas palabras, aunque su mundo físico siguiese siendo cuatro paredes, existía algo que lo conectaba con un lugar más grande, uno mucho más grande.

Ella se convirtió en el centro y a la vez a ventana de su mundo, el no escribía mucho por lo complicado que era entenderle, pero ella le contaba muchas cosas de la escuela, de sus padres y de sus amigos.

Aquellos días fueron felicidad y le dieron la voluntad al niño de tomar una nueva determinación, una que le asustaba, pero sentía que valía la pena intentar. Solo quedaba una cosa por hacer, una persona a la cual avisar.

"Hoy me tengo que ir y no sé si regresaré".

Se leía en el pequeño cuadernillo. La niña miró confundida al otro, y su sorpresa no hizo más que aumentar al verlo llorar.

"¿A dónde vas? ¿Te puedo visitar?"

Escribió a toda velocidad, no entendía porque su querido amigo ya no quería verla.

"No, a donde voy solo puedo ir yo y los médicos. Si todo sale bien volveré unos días aquí y luego podré salir".

"Eso sería genial, podrás venir al colegio conmigo".

Ella se imaginó como sería presentarlo ante todo el salón, mostrarle los rincones más escondidos de la escuela, como ese lugar donde crecen fresas silvestres que ella toma a escondidas de los profesores.

"Pero si sale mal me iré a un lugar donde nadie me podrá visitar, mis papás dicen que estaré con Diosito y él me cuidará muy bien"

Hasta ese momento fue cuando ella entendió a dónde se iba.

"Yo no quiero que te vayas".

Escribió entre lágrimas, las cuales mojaban el papel de su cuaderno y corrían la tinta de sus escritos. Está vez fue él quien golpeó el cristal para llamar la atención de la niña.

"Gracias a ti encontré el valor para intentar salir de aquí".

"No quiero que te arriesgues a irte. Incluso si no nos hubiéramos conocido estaría bien con tal y que te quedaras".

"Siempre pensé que mi condición no iba a cambiar, pero cada vez que te veo al otro lado del cristal pienso en que quiero luchar y quiero ir a tu lado, correr este riesgo es la única forma de lograrlo".

Ella llegó a entender al otro. Ella no querría estar encerrada de por vida, simplemente escuchando las historias de otra persona.

"No hay a que temer, yo lucharé junto a ti".

Escribió la niña con rostro decidido y mirada fiera.

"Tú no puedes hacer nada desde allá y no puedes venir".

No entendía a que se refería su compañera.

"Estaré a tu lado porque, aun si no estoy contigo, mis sueños están junto a ti".

Él sintió su apoyo, aunque no se pudieran tocar esas palabras era un abrazo que borraba el miedo y la inseguridad. Con ese jubilo renovado escribió una última confesión.

"No me arrepiento de haber nacido así porque gracias a eso te pude conocer".

Aunque fuera egoísta ella se alegraba de haber podido conocer a su amigo, incluso si el medio para ello fue su enfermedad.

"Yo tampoco lamento que hallas nacido así porque te pude conocer. Sé que pronto estarás bien y podremos jugar".

Con una motivación extra sonrió, asintió con la cabeza y se despidió con su mano, después de eso solo le quedaba cambiarse. La bata se convirtió en una armadura con la cual iría a enfrentar un dragón invisible que vivía dentro de él. Sus caballeros ataviados con batas blancas, tapabocas, guantes y un gorro chistoso lo acompañarían. Cuando ganara podría ir a reunirse con su princesa al otro lado del cristal.


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Fin



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