38. Matar a un asesino

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Ratchet se habría quedado en la nave como Lockdown pidió si no hubiese sido porque alguien gritaba por ayuda.

Pensó, muy seriamente, que no podía salir de la nave sin ningún tipo de precaución y sin el permiso de los demás tripulantes. No sabe muy bien cuál de sus dos acompañantes gobierna al trío, aunque está seguro de que él no tiene ninguna posibilidad de ser líder de nadie.

Aun así, algo en su cabeza le repite, una y otra vez, que puede solo echar un vistazo y regresar por ayuda. Solo ver y buscar a alguno de los compañeros. Además, también entiende que no está en el mejor momento para deambular solo por ahí: aunque sea, no es el mejor planeta.

Sin embargo, obedece a ese extraño impulso que luce racional y se acerca a la compuerta. Se asoma con precaución: el espacio se ve completamente desolado, incluso, un poco muerto. No es como el Cybertron anterior, pero el silencio extremo es tan atormentador como los sonidos de ese Cybertron distópico.

El silencio retumba en sus receptores de audio como esa última vez, cuando hirió a Starscream. Entonces, vuelve adentro y asegura la compuerta.

La nave no es muy grande, y en poco tiempo, está en la sala de control de mando.

No es sorpresa que Lockdown no esté allí porque él se había ofrecido a escoltar a Perceptor. Decide llamar por la radio a cualquiera de los dos: si no se ha cruzado con Starscream en el trayecto, es más que evidente que el buscador no está dentro. A pesar de que emite una llamada, no pronuncia nada. Al instante, ve que el asiento de piloto se tambalea como si alguien estuviese sentado con él. Podría jurar que nadie estaba allí, mas ahora, hay alguien.

Es blanco, como ese otro bot que vio en sus sueños, en sus alucinaciones, o en lo que sea. Ese que, sin siquiera hablar, gritaba por ayuda en una nave enorme que era atacada por los decepticons. El tiempo corría tan rápido que lo único que atinaba a hacer era disparar y ver a sus compañeros morir.

—No te asustes. Yo no existo, y tú no crees en mí. Supongo que está bien: no puedes temerle a lo que no existe, y supongo que yo no existo. No pueden haber dos de nosotros, ¿verdad?

El asiento gira y ahora, Ratchet está frente a un otro que podría ser idéntico a él si no fuese porque uno de sus ópticos cuelga de su cuenta, el otro (de color violeta) está demasiado fijo en él, y, en general, ese sujeto se ve tan tenso como muerto: sucio, roto, opaco. En la mente de Ratchet, es médicamente posible que ese sujeto esté vivo: sus movimientos son robóticos, nada naturales, su sonrisa parece estancada. Ratchet ni siquiera olfatea algo vivo en él.

—Bueno, sí, sí se puede —comenta el otro sujeto, sin dejar de sonreír, sin dejar de mirarlo atentamente con un solo óptico—. Ironhide es como nosotros, pero tú eres tú, y Ironhide es Ironhide. Lo único que compartimos con él es nuestro modelo, ¿verdad? Pero Ironhide no es tú, ni tú eres Ironhide.

Ratchet vuelve a llamar por el radio, aunque sin soltar una mísera palabra. Esta vez, deja la radio encendida más tiempo.

—¿O sí? ¿Verdad que sí? ¿Verdad que hay muchos de nosotros, caminando por otros sueños, muriendo por sus compañeros, haciendo lo correcto?

El otro sujeto se mueve de forma errática. Agarra su óptico suelto y lo regresa a su cuenta con un golpe duro. Acomoda su óptico en su lugar con nada de cuidado: Ratchet escucha los crujidos de ese material muerto, el choque de metales oxidados. El óptico suelto, como es de esperar, no está encendido.

—¿Qué estás haciendo tú? —pregunta el otro sujeto. La V de su cabeza se tambalea y su óptico malo titila—. ¿Serías capaz de regresar sin una cura?

Ratchet se gira y echa a correr por el pasillo. Si no hay nadie allí dentro, por lo menos, debe buscar un buen lugar en dónde esconderse. ¿Y si los demás están muertos afuera?

StarscreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora