Ruinas

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Rusell despertó con la ya tan familiar resaca.
Su antes limpia casa ahora era un cuchitril.
Estiró la mano y alcanzó el cuello frío de una botella, con pesadez la levantó y molesto observó que esta estaba vacía.
Rusell se rascó la barba y se pasó la mano por el cabello, lo sintió pegajoso, y enmarañado, pero era común encontrarlo de esa forma, su arreglo personal era algo por lo que ya hacía un tiempo no se preocupaba.
Habiendo perdido tanto, que más daba ser un descuidado consumado.
Así que enfadado prendió la televisión para ubicarse en qué período del tiempo vivía.
Con calma se frotó una vez más la barba y es entonces cuando presta atención.

—La muy antigua editorial Fibonacci, cuna de grandes autores entre ellos el retirado escritor Rusell Villagrán, será vendida a un empresario del cual no se han dado más datos. 
Los empleados que laboraban durante años en la editorial, están expectantes con el cambio, pues aún no saben qué futuro tendrá la editorial en la cual mañana se harán las negociaciones de compraventa.
El actual1 dueño, asegura que hará todo lo posible porque el nuevo dueño, respete a los empleados y les permita seguir laborando.

Rusell se pasó la mano por la cara, él aún tenía un contrato pendiente el cual obviamente no se había molestado en cumplir. Ahora con el nuevo dueño, lo más seguro estaría obligado a cumplirle a él.
Molesto decidió resolver la situación como mejor sabía, saliendo a comprar una botella nueva de licor. Por fortuna en su tarjeta de débito aún tenía un poco de dinero para solventar su vicio y comprar algo de comida.

Al regresar a su casa, Aramis un gato callejero que se había regalado con él hace ya un tiempo, maulló mientras restregaba su cuerpo escuálido en el sucio pantalón de Rusell quien le acarició la cabeza.

—Calma Aramis, te traje comida amigo.
El gato siguió a un torpe Rusell hasta la desordenada cocina.
—Deja de maullar como poseído o te voy a donar para que tus tripas sirvan de cuerdas para violín.
Con la mano temblorosa por la abstinencia, Rusell sirvió la comida del gato que feliz se acercó a comer.

Rusell limpió su mano en la tela sucia de su pantalón y con rapidez abrió su botella solo para sentir la paz que daba el primer trago.
Ya no había malestar por ingerir el licor, sino lo contrario.
Recordando la noticia que había escuchado hacía unos minutos, Rusell prendió su computadora, una de las pocas posesiones que aún podía permitirse y que no había empeñado aún, junto con su televisor 4k, su caro teléfono celular, y otros artículos que otrora mostraban un estilo de vida del cual, Rusell ya no podía permitirse.
Tomando otro trago directamente de la botella, el escritor esperó hasta que la imagen en la pantalla mostraba las herramientas y con rapidez, Rusell buscó entre los archivos para revisar el avance de su libro el cual llevaba un año escribiendo y por el cual ya había cobrado por adelantado, sino lo terminaba, podría ir a la cárcel por incumplimiento de contrato, Rusell podría no apreciar su actual vida, pero apreciaba su libertad.
Entonces pesadamente se sentó y empezó a revisar lo que había ya escrito, frustrado dio otro trago largo, aquella historia era una basura y él lo sabía, por desgracia había poco por hacer o más bien, era muy poco su interés desde que estaba solo, que no veía motivo para hacer las cosas bien.
De todas formas el destino si es que existía era una perra, que lo atormentaría con el resultado de sus malas elecciones. Tecleando por unos minutos, revisó ese rompecabezas con letras, hasta que Aramis subió hasta el teclado posicionándose justamente en la pantalla e impidiendo ver lo que había escrito.

—Baja de aquí muchacho, ya estas lleno, justo Rusell bajaba al terco gato, cuando la computadora emitió un sonido avisando que una notificación había llegado.
Suspirando Rusell revisó su bandeja de entrada solo para encontrarse con un correo por parte de la editorial en dónde informaban sobre la compraventa de la editorial, haciéndole la advertencia sobre las irremediables implicaciones legales que esto traería para él.
Molesto Rusell aventó un pequeño block de notas que estaba asentado en la mesa.
— ¡Me lleva la chingada!, gruñó Rusell bastante enojado, mientras caminaba hasta el teléfono y marcó a la editorial.

Traer de vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora