𝐂𝐚𝐧𝐭𝐞𝐫𝐯𝐢𝐥𝐥𝐞

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Cuatro días en el pequeño pueblo de Canterville, ni una noche más, ni una noche menos, esas fueron las palabras del viajero.

Pero ya era el quinto día y Harry aún seguía pululando por el mercado, caminando por la plaza y durmiendo en un pequeño hospedaje.

Saboreo su libertar de maneras que antes le parecieron inauditas, fue a bares en los que nadie lo conocía, ayudó a Louis en su trabajo, pues ahora sabía que era un comerciante cotizado, llevando objetos de un pueblo a otro tan rápido como la afloración de la salvia rusa.

—Buenos días, señor —sonrió Louis entrando al gran almacén—, es realmente un gusto volver a verlo.

—El gusto es mío, Louis —saludó entusiasta—, siento que me tuvieras que esperar hasta hoy, trate de venir lo más rápido que pude, hay un conflicto enorme en Heyet del Norte.

—No se preocupe, sé lo que vale mi trabajo para usted —comentó el castaño observando al príncipe esperándolo fuera del almacén.

El hombre regordete asintió con la cabeza, sacando de su bolsillo izquierdo una pequeña bolsita de tela.

—Eres un buen negociante —halagó el hombre, cuando Louis le entregó una caja bien sellada—, el último muchacho que mande por contrabando, fue apresado en Roseville.

—Una lástima —comentó observando las monedas en la pequeña bolsa que se le ofreció—, si tan solo me hubiera contratado a mí, todo el dinero que invirtió, ahora mismo se hubiera triplicado.

—Lo recordaré para la próxima —rio palmeando la espalda del castaño—, te daré una lista de lo que necesito...

—Me dirijo a Roseville, si lo que pide está ahí, se lo conseguiré con gusto —interrumpió un poco apenado, jamás había rechazado un encargo, de ahí que era muy cotizado entre los bodegueros.

—Oh, es una verdadera lástima —se lamentó el hombre—, entonces no tengo nada para ti por ahora. Buen viaje.

—Muchas gracias, señor —sonrió estrechando sus manos.

Louis salió de aquel almacén y observó con gracia como el príncipe trataba de darle las instrucciones a una señora mayor, se encaminó al rescate hasta que pudo palmear el hombro del rizado.

—Disculpe, bella dama —llamó la atención de la vieja mujer—, el lugar al que desea llegar está caminando por esta calle —indicó señalando con una mano—, dobla en la primera esquina y encontrará al herrero, Erzo es su nombre.

La mujer agradeció la ayuda y se despidió con una amable sonrisa plasmada en el rostro.

—Gracias, llegó justo a tiempo —agradeció Harry—, ¿terminó con todo hoy?

—Vamos, alteza, puede tutearme si desea, ya se lo dije —le recordó—. Y sí, termine con todo, ahora podré llevarle a un paraje maravilloso.

Harry sonrió mostrando sus hoyuelos. Parecía que la mañana brillaba un poco más con aquella linda sonrisa.

—Si desea que le tutee, debe dejar de tratarme de usted —comentó despreocupado—, soy prófugo por una razón.

—Perdone mi atrevimiento, pero no hay manera en que no lo vea como un príncipe —mencionó Louis empezando a caminar. Harry no tardó en seguirlo, tan cerca como podía.

—Inténtalo —sugirió observando las pequeñas casas comerciales, no se cansaría de aquella vista, cada uno de esos detalles que convertían en único a aquel pueblo, se alegraba de solo ver a un grupo de niños correr libres por las calles, inmersos en su propio mundo perfecto.

𝐋𝐚𝐬 𝐡𝐮𝐞𝐥𝐥𝐚𝐬 𝐝𝐞𝐥 𝐯𝐢𝐚𝐣𝐞𝐫𝐨 // 𝑳𝑺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora