Capitulo I.

22 1 0
                                    


Punto de partida.

Un trueno  retumbo en la habitación despertándome sobresaltada.
Había vuelto a soñar la pesadilla que me perseguía hace semanas.

Corría  entre los árboles cruzando una húmeda neblina, perseguida por algún animal que amenazaba mis talones, desesperada, corría hasta un gran lago que me separaba entre mi cazador y una tierra más segura. Sin saber cómo, seguí corriendo sobre el agua ¿o volaba? No lo sabía... Si me ponía a pensar moriría ¿qué otra cosa podía hacer además de seguir corriendo?
Finalmente, llegue a tierra donde me desplome  boca abajo  pensando que había llegado, al fin, a un espacio seguro.
Respire profundamente el olor a tierra húmeda  e intente calmar mi agitado corazón.
Hasta que sentí una bota pesada en mi espalda que me cortaba la respiración.

-Si que eres escurridiza niña- gruñó con voz gruesa y aterradora mi cazador.

Intentado librarme de él, me retorcí en el suelo, pero me ataron de pies y manos y al levantarme me colocaron una bolsa en la cabeza impidiéndome ver a mis atacantes, y respirar. La desesperación me inundo y la sensación de un ardiente fuego recorrió mi cuerpo...

Despierto siempre tras esas imágenes con una sensación horrible en el cuerpo.
Aquel día desperté sudada, por suerte antes de la alarma, así que me dispuse a darme una ducha para quitarme esa sensación del cuerpo y empezar el día al menos limpia y perfumada.

Baje rapido las escaleras y al entrar a la cocina me inundó el aroma a café y tostadas, mi padre ya había desayunado y mi café esperaba a ser consumido mientras lentamente se enfría en la cafetera.

-Buen día- saludé con un beso en la mejilla y recibí un leve "buenos días" entre un bostezo que apenas le permitió existir.

Calenté apenas el café y sin sentarme me comí unas cuantas tostadas con queso crema  y mermelada de durazno, mi favorita.

En la cocina había silencio, no estaba encendida la radio y mi padre veía concentrado en su celular, probablemente alguna noticia; ya que su cara reflejaba desagrado.
Ninguno empezó bien el día  me dije

Me apresure para buscar mis cosas en mi cuarto y salir lo antes posible para poder llegar a tiempo al colegio. Estoy abrochando mi saco cuando sale mi padre haciendo lo mismo con las llaves en el meñique.

-Hoy te llevo, tengo una reunión con un cliente en esa dirección.- dijo terminando de acomodarse el cuello de la camisa y del saco.

-Okey, gracias. -dije más tranquila guardado una manzana en el bolsillo de la mochila. -¿Esta noche vamos a julien's? ¿Nos vemos allí o vamos juntos?

Silencio...

No hubo respuesta alguna, hasta que con más seriedad le repetí la pregunta.

-No creo llegar a la noche hija- Dijo seriamente- Pero el fin de semana celebramos, te lo prometo.

Mi cara se transformó, de ojos llenos de alegría, a una llama que iluminaba un enojo brutal.

Mi padre canceló mi celebración familiar de cumpleaños... bueno "familiar" si se lo puede llamar así, por qué solo éramos él y yo...

Subí al auto, y prendí la radio, y me concentré en mirar el cielo que iba despertando poco a poco, con esos colores que hechizan. Fue en ese momento que vi en la vereda de enfrente, a un muchacho, de negro con casco que ocultaba su identidad subirse a su moto y salir disparado ruidosamente por la calle de asfalto. Era alguien nuevo en el barrio, era demasiado obvio ya que conocía a todos mis vecinos, pero lo que realmente rondaba por mi cabeza era ¿en qué momento llego? No recordaba haber visto alguna mudanza o cartel de se vende en la cuadra, parecía como si simplemente hubiera aparecido...

La puerta del conductor abriéndose me saco de mis pensamientos.
Mi padre prendió el auto, tardo unos minutos en calentar el motor y arranco.

Mi padre, Daniel, era alguien callado pero, generalmente le gustaba hablar manejando, (o al menos conmigo) pero esta vez, mezclado con mi mal humor, hubo silencio la mayor parte del tiempo, un silencio incomodo que me causaba frio y dolor en el estomago...

Hasta que hablo:

-Discúlpame, no quería dejarte sola esta noche, sé que es tradición cenar juntos y brindar a las 12 por tu cumpleaños y este es importante porque es el numero 18, pero- suspiro y se rasco nerviosamente la nuca- La verdad no está en mis manos, surgió una reunión importante fuera del pueblo y debo asistir obligatoriamente, me instalare esta tardecita en un hotel y mañana al medio día tengo que estar todo el día clavado -dijo con un tono frustrado, realmente se sentía mal- iba a ir un compañero, pero falleció su tía o su abuela, no sé... pero me vi obligado a ir en su lugar, de verdad lo siento hija.

-Está bien papá, solo que duele, por más que este con las chicas, pasar sin tu familia, duele-no podia siquiera mirarlo a los ojos, si lo hacia, las lagrimas no me dejarían hablar y ni siquiera una tía, tío, abuelos ni perro que me ladre tengo como familia, solo tú.

-Lo se hija, lo siento, pero ni yo ni tu madre tuvimos la suerte de contar con familia para criarte, éramos solo nosotros dos contra el mundo, hasta que llegaste a alegrarnos la vida y ser una familia. Hasta que, bueno...- no pudo continuar.

-Falleció- dije sin mirarlo- Si ,lo se.

Continuamos en silencio un largo rato.

Les daré un poco de contexto:
Mi madre se llamaba Amalia. Era alta, con el pelo cobrizo y ojos verdes, como dos aceitunas.
Le gustaba cocinar, la música brasilera,  y correr.
Falleció a mis 8 años de edad, según la policía tropezó cuando corría por el sendero del bosque y fue aparar a la boca de algún animal hambriento, pero los vecinos tenían otras teorías que,  ni me interesan honestamente. No me sirve saber como, que o por que murio.
Yo solo desearía tenerla conmigo, cada día la extraño  con más fuerzas, pero sé que nada me la devolvería, solo un milagro.
Y yo no creo en los milagros.

OtoñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora