▪︎Más allá▪︎

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Allí estaban otra vez.
Ya se había acostumbrado a oírlos discutir. Sinceramente, le costaba no hacerlo; entre las cosas que se rompían, los gritos y las amenazas de muerte, era fácil acercarse a curiosear a pesar de ser consciente de que la discusión siempre se trataba de lo mismo.

Llegó a aburrirse de lo repetitivo que era.

Se sentaba en el suelo y, tan solo para asegurarse de que ninguno de sus dos padres estaba muerto todavía, estaba al tanto de la voz de cada uno de ellos mientras jugaba con alguna cosa que se encontrase por el suelo, escondido detrás de alguna pared o dentro de un gabinete.
A veces se quedaba ahí dentro horas después de que mamá y papá detuvieran la discusión, pues nadie notaba su ausencia hasta pasado ese tiempo.

Era raro.
Porque mamá siempre le reprochaba a papá lo mucho que le hacía daño a sus hijos cuando discutían en su presencia, pero aún así ambos seguían alzándose la voz, alternando ese reproche entre ambos.

Esta vez decidió salir de la casa, cansado de la discusión rutinaria de siempre. Y se encaminó hacia el bosque. Aún vivían en esa casa en medio de la nada, solía encontrar todo tipo de cosas ahí afuera; botellas rotas, palos enormes para jugar a los sables samurái, y bastantes insectos que le causaban curiosidad.
Los árboles lo protegían de los rayos del Sol. Hacía bastante calor ese día.

Siguió caminando hasta encontrarse con un árbol torcido, cuyo torso se doblaba de manera graciosa, posiblemente siendo útil como silla. Decidió probarlo.
Se acercó para escalar y sentarse en el tronco, quedando a unos metros del suelo.
Alzó la vista. Presenciando el paisaje.
Olor a tierra húmeda y pasto.
Verde por doquier.
Y su casa.
O la casa de sus padres, mejor dicho.
Era tan pequeña. Diminuta. En medio del bosque que suprimía el estruendo de los gritos con su inmensidad infinita.

Y todo era tan tranquilo allí afuera.
¿Por qué se había tardado tanto en darse cuenta?

El pequeño Jeff se miró las manos, abriéndolas y cerrándolas lentamente. Atento a los tendones y músculos. Prestaba especial atención a la manera en la que se sentía cada movimiento. Que magnífico mecanismo. Impecable, pensó.

Volvió a mirar a su alrededor, buscando alguna distracción más, fascinado por su reciente descubrimiento.
Volteó a su derecha, ansioso y emocionado, y lo único que se encontró fue una ardilla, muy cerca de su rostro.
Cayó al suelo desde metro y medio de altura, sobresaltado por la repentina aparición del animal.

*

La reciente pérdida de su abuelo tenía a su pequeña familia consternada.

Él estaba sentado en una de las sillas de madera de la cocina. Esperando que su abuelo se despertase para contarle de nuevo esa historia sobre la vez que navegó sano y salvo durante una tormenta. Pero extrañamente, seguía recostado en la mesa de la cocina, inmóvil.

El pequeño Andrew esperaba pacientemente, balanceando sus pies al no alcanzar el suelo cuando estaba sobre la silla.

Inesperadamente, y después de mucho silencio y murmullos delicados de parte de sus familiares y amigos de sus familiares, la madre de Andrew lo tomó de la mano delicadamente, haciéndole una oferta que le emocionó más de lo que debería.

—¿Quieres ver al abuelo?

Andrew la miró confundido, sin decir nada. Técnicamente, estaba viendo al abuelo desde lo lejos. Lo había estado haciendo durante más de media hora.
Aún así, asintió en silencio.
Entonces mamá lo guió hacia la mesa de la cocina, soltándolo durante el último tramo para dejarlo subirse a otra silla por su cuenta.

Allí estaba.

Quieto.

Tomando una siesta eterna.

Andrew le picó el brazo con el dedo índice un par de veces, pero no recibió respuesta por parte del abuelo.

¿Acaso trataba de evitar contarle más historias?

Eso sería cruel.

El pequeño Andrew abrazó entonces el cuerpo de su abuelo, dispuesto a dormir junto con él hasta que se despertase después de una hora o dos. Pero mamá lo jaló del brazo para alejarlo del hombre.
Intentó resistirse, pero finalmente no tuvo más opción que ceder ante la fuerza adulta de su madre. Y se alejó, presenciando cómo los demás adultos le impedían ver a su abuelo usando la aglomeración ansiosa de sus espaldas como muro restrictivo.



THE STALKING || By Lennox N.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora