3. Hablando del tema

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—A qué hora te apareces, cabrón... —murmuró.

Quackity ya había entrado a una fase de desesperación, se encontraba esperando hace rato al castaño y no había ni un mensaje ni una llamada por parte de éste. «Ya ha pasado un buen rato, ¿dónde se había metido ese?», pensaba mientras caminaba de un lado a otro por la sala.

Estaba perdiendo la poca paciencia que le quedaba, ya eran las 3:01 y nada que aparecía el susodicho... «¡Dónde verga se había metido!»

De pronto, se escuchó que llamaban a la puerta. La reacción de Quackity fue pegar un pequeño salto de la impresión, estaba tan inmerso en sus pensamientos que aquel golpe en su puerta a pesar de no haber sido fuerte ni agresivo hizo que se sobresaltara. «¿Es él? Debía serlo...», dijo para sus adentros.

El pelinegro se miró una última vez al espejo y vio que todo estuviese en su lugar. Sí, estaba todo listo.

¿Pero realmente él estaba preparado para todo lo que pasaría esa tarde?

Respiró hondo y abrió la puerta. Ahí, parado frente a él, se encontraba Luzu, un joven un par de centímetros más alto que él con su clásica sudadera negra y pantalones jeans rasgados el cual era adornado con un par de cadenitas colgando del mismo. El pelinegro subió su mirada y vio el rostro contrario, un rostro con una cálida sonrisa plasmada en este, aquellos ojos rubíes penetrantes y su melena castaña algo revoltosa cubriendo uno de estos. ¿Cuánto tiempo había pasado de no verlo?

—Dios, qué emo —pensó en voz alta sin querer.

—¿Qué dijiste?

—No, no, nada...

Al español se le escapa una pequeña risa dejando ver sus perlados dientes, pues le causó gracia el hecho de que la primera interacción después de mucho tiempo con el más bajo sea de esa manera.

—Entonces... ¿Me dejarás pasar? O me seguirás viendo de esa manera algo aterradora —bromeó el más alto.

Quackity se golpea internamente para luego hacerse a un lado y así su invitado pudiera pasar. El castaño se adentra por el humilde hogar y mira a todos lados con mucha curiosidad, parecía un turista en aquel lugar. El menor cierra la puerta y simplemente lo mira en su mismo lugar, en su rostro se reflejaba la duda y el nerviosismo de lo que iba a suceder a continuación.

»—Muy linda tu casa. Se ve que es muy acogedora —comentó el castaño no perdiendo detalle de lo que tenía frente a sus ojos.

—Ehhhh... sí... gracias... Ponte cómodo —respondió apático el mexicano invitándolo a la sala para que se puedan sentar y hablar allí más cómodamente.

Ambos chicos se sentaron en distintos sillones pero cerca el uno del otro, cada uno pensando en varias cosas, cada uno en su propio mundo. Un silencio se instaló en el lugar y lo único que se oía era el segundero del reloj que avanzaba sin esperar nada ni a nadie.

Cómo empezar a hablar del tema.

El de ojos rubís había querido empezar algún tipo de conversación con el mexicano, de lo que sea, pero hablar de algo ya que sabía que, en cuanto tuvieran que hablar del tema, sería complicado y algo incómodo, cosa la cual estaba sucediendo tal y como había predicho. Luzu abrió su boca para decir algo más, sin embargo, el de polera blanca se le adelantó.

—¿Lo trajiste? —preguntó el azabache sin más.

Rápidamente el contrario entendió a lo que se refería y metió una de sus manos en su bolsillo para sacar aquella infalible prueba de que no mentía en lo absoluto. Un pedazo de papel de color beige en el cual iba encriptado una letra en particular, una letra la cual el de ojos pardos esperó por ver hacía ya tiempo. Luzu entregó su ticket, el que había sacado el día de ayer, al pelinegro quien expectante lo veía. Quackity sacó de su bolsillo su propio ticket y, efectivamente, tenían el mismo ticket F el cual indicaba que ambos serían padres de la criaturita que esperaba en su cuarto ahora mismo. «Entonces, ¿Luzu sí era papá de Tilín?», pensó el menor.

El otro papá de TilínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora