Prólogo

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Amanecía nuevamente en Isla Quesadilla. Otro día más en el que los visitantes sabían que se quedarían ahí por el resto de sus vidas, o eso según las indicaciones del pato pues tal parecía que ese animalito de apariencia tierna sabía muchas cosas.

A pesar de que habían muchos rumores y misterios que rodeaban aquella isla, los nuevos habitantes se habían llegado a relacionar muy bien entre ellos, muy aparte de que la notoria barrera del idioma quisiese separarlos. Pero el día de hoy era uno diferente al resto, pues se les haría presente un anuncio el cual cambiaría radicalmente la vida de todos.

[...]

Hispanos y anglos se encontraban en el lugar acordado, todos esperaban impacientes a que las puertas de aquel lugar se abrieran.

«Cuidarán en parejas de un pequeño niño».

Aquellas palabras dichas por el pato se repetían en la mente de Quackity una y otra vez. ¿Tendrá que hacerse cargo de un niño? Esa idea lo ponía muy nervioso puesto que ni de una mascota había cuidado antes. ¿Lo hará bien? Solo esperaba que sí, de igual forma se apoyaría de su pareja para cuidar del niño.

El pelinegro miraba de un lado a otro, ¿con quién le tocará cuidar de la criatura? Rogaba con que tenga más experiencia que él o que por lo menos tenga paciencia, no solo con el niño sino también con su persona.

"Seguro haremos un buen equipo" se dijo así mismo mientras veía a todos los presentes y sonreía. Las puertas se abrieron por fin y emocionado el azabache entró al centro de adopción.

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Sintió un sabor amargo y un leve dolor en su pecho.

Quackity miró con tristeza a su alrededor. Ya todos estaban felices con sus parejas y con los que serían sus nuevos hijos adoptivos. ¿Y él? Él se encontraba solo. Reprimía sus ganas de llorar ante aquel tierno y, a sus ojos, agridulce panorama hasta que sintió como algo tiraba de su pantalón.

Los ojos marrones se dirigieron a aquello que le jalaba débilmente su prenda de vestir y vio cómo se trataba de una niña con un llamativo lazo rojo que adornaba su hermosa melena azabache. Hicieron contacto visual y podía jurar que se vio reflejada en ella al ver como en los ojos de esta se hallaban la misma tristeza que la suya. Ella tenía los ojos como... apagados. Grises.

Quackity con los ojos cristalinos aun por el panorama que había visto anteriormente y que sabía que se grabaría en su retina, sonrió al ver a la pequeña y se arrodilló para llegar a su altura.

—Hey nena, soy yo, un padre soltero —dijo con la voz algo rota. Ambos sonreían con melancolía mientras dejaban a relucir una tristeza que los invadía, pero con una linda sonrisa de verse. Parece ser que eran parecidos—. Supongo que eres mi nueva hija, o... No sé.

Quackity reía nervioso mientras la niña también lo hacía, pero esta dejó correr un par de lágrimas que pasaron rápidamente por sus mofletes. Aquello hizo reaccionar al mexicano reponiéndose completamente por la niña y secando las lágrimas de esta.

—No, no, no, no... Esta es mi hija. Tú eres mi hija. Mi dulce niña —El pelinegro se atrevió a abrazarla, ya no solo para darle consuelo a ella sino también para él mismo—. El camino será difícil y será todo un reto para mí, pero supongo que el destino lo quiso de esta manera. Me haré cargo de ti y trataré de que no te falte nada... Tilín. Ese será tu nombre.

Quackity pensó que quizá el destino habría querido que se encargara él solo de un niño dado que no era el único papá soltero en el lugar. Sin embargo, y lo que no sabía, es que el destino tendría preparado algo más para él.

El otro papá de TilínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora