~HAWKS~

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Me levanté de la mesa de oficina para acercarme al despacho de mi jefe. Debía de entregarle un par de hojas para que las firmase y mandase a la editorial. Alisé con una mano mi falda de tubo negra mientras leía por encima los papeles, asegurándome de que no me confundía de hojas.
Piqué la puerta suavemente con mis nudillos y, acto seguido, escuché un "adelante".

-Le dejo los papeles para la editorial- los posé sobre la mesa de madera oscura- si es posible, le agradecería que me los devolviese mañana.
-Está bien, Hara-san, mañana tendrás los papeles y mi consentimiento para sacar este libro a la venta.

Le sonreí y me agaché respetuosamente para dejar la oficina y cerrar la puerta.

Me dirigí hacia mi escritorio y me tiré sobre la silla negra de forma brusca. Estaba literalmente agotada. Las piernas me llevaban temblando todo el día por el cansancio. No sé cuánto llevaba sin dormir; ¿Cuatro? ¿Cinco días? Había perdido ya la cuenta, pero mi parasomnia estaba realmente activa estos últimos días. Supongo que también influenciaba el hecho de que Keigo no estuviese conmigo.
Había tenido que acudir a una misión concreta, de la cual no me quiso dar detalle, pero me obsequió una de sus plumas más pequeñas, la cual ató a una cuerda negra con un nudo corredizo y me la puso en el cuello. Me dijo que siempre que me despertase, ya sea con sonambulismo, tras una parálisis del sueño o por un ataque de terror nocturno; agarrase fuerte la pluma y la pusiese contra mi pecho. Según él, sería capaz de sentir mis latidos y haría moverse la pluma. Casi siempre me acariciaba el pómulo o rozaba mis labios de forma suave.

Se me hacía muy duro estar sin él en la cama. Siempre que me despertaba sonámbula, cuidaba de mí y procuraba que no me fuese hacia el balcón; o cuando sufría terrores nocturnos, eso era lo peor de todo. La mayoría de las veces le acababa despertando porque no paraba de gritar y llorar de forma desesperada. Más de una vez Keigo me confesó que lloró de la impotencia al ver mi cara de pánico mientras dormía y al no conseguir despertarme. Si a eso le sumamos el trastorno de conducta del sueño REM, definitivamente no sabía cómo el chico quería seguir durmiendo conmigo. Siempre acababa dándole patadas o puñetazos sin poder evitarlo. Pero él dice que es mejor que le haga daño a él antes que hacérmelo a mí, ya que, más de una vez, me arañaba los brazos o me clavaba las uñas muy fuerte por culpa del trastorno hasta el punto de hacerme sangre. Sinceramente no le merecía ni un poco.

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