Capítulo once

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El costarricense se mueve nerviosamente en su lugar, esperando alguna reacción del contrario. Rodrigo se ha ido y solo son ellos dos.

Decir que Tomás se siente distinto sería mentir descaradamente, ya que seguro está pensando en las cinco maneras más fáciles y vergonzosas de salir corriendo, la mayoría tiene que ver con hacerse el muerto.

—Tomás. —y ahí viene lo que teme. El mayor tiembla al escuchar la suave voz del alto, llamándolo por su nombre.

—Dime… —por el contrario, la voz de Tomás sale unos tonos más agudos que de costumbre.

Ambos se miraban a los ojos, están frente a frente, y el mayor puede notar que Germán duda un poco. Quiere tranquilizarlo, decirle que él se siente peor, porque ya se hace una idea de porqué el costarricense lo está enfrentando.

—Verá, Tomás, últimamente he recibido unas cartas anónimas con comentarios confusos en los cuales se proclama odio hacia mi persona, ¿me entiende? —el mayor atina a asentir rápidamente con las rodillas temblando.

Delgado extiende sus manos hacia Tomás, sosteniendo entre ellas tres cartas muy conocidas para el anterior mencionado.

—Ilan y Jaime me comentaron que usted escribió esto, ya que Juan reconoció su caligrafía. —agachó la mirada con incomodidad—. ¿Es aquello cierto?

Miles de alertas comenzaron a sonar en la cabeza del argentino, ensordeciendo cada idea coherente que se le pudiera ocurrir formular.

—¡Y-yo-! —la lengua se le trabo torpemente mientras se acercaba a la contraria—. Lo si-siento mucho, Germán, no era mi intención que vieras esas tonterías…

—E-está bien, no se preocupe. —negó—. Siento mucho el incomodarlo con mis actitudes, en serio lo siento. Nunca quise molestarlo. —Tomás comenzó a mover sus manos efusivamente al dar cuenta de lo que pensaba el contrario—. Es solo que yo pensé… pensé que usted y yo…

Germán soltó un suspiro de derrota y se dio media vuelta.

—Prometo no molestarlo más.

Y Arbillaga se quedó allí, parado con las palabras en la boca, las manos temblando y las piernas inmóviles, viendo como Germán se hacía más y más pequeño, hasta perderlo de vista.

Sintió como su corazón se apretaba de una forma indescriptible, llegando a ser doloroso. Nunca había tenido una sensación tan fea.

Y por más mal sabor de boca que le diera admitir esto, por una vez en su vida, Rodrigo Ezequiel Carrera tenía razón, Tomás es un gran cobarde.

El resto del día, Germán no le dedicó ni una sola mirada al argentino, por más que Arbillaga buscará esos ojitos, el menor siquiera volteaba la cabeza a su lugar

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El resto del día, Germán no le dedicó ni una sola mirada al argentino, por más que Arbillaga buscará esos ojitos, el menor siquiera volteaba la cabeza a su lugar. Se sentía la peor escoria del mundo, pero no podía dejar que este malentendido continuará, así que tomó todo su orgullo y se lo trago.

DIEZ RAZONES PARA ODIAR A GERMÁN  ☆  rode + rob .Donde viven las historias. Descúbrelo ahora