Sami
El móvil me vibra justo cuando voy a entrar a la consulta. Suspiro antes de contestar esperando que Kamila no sea tan chismosa como para habérselo contado ya.
—Hola, mamá. ¿Cómo estás? —la saludo, pero no necesito sus palabras para obtener una respuesta, sus sollozos responden por ella—. Mamá...
—¿Por qué? —pregunta llorando—. ¿Qué carajos tienes en la cabeza, Samanta?
Resoplo. Estoy cansada de lo mismo. Estoy agotada de sus reproches.
—Te envié los documentos firmados para que puedas vender la casa —le informo intentando cambiar de tema. Escucho un ruido extraño del otro lado de la línea y...
—¡Samanta! —El cuerpo me vibra con la voz fría de mi padre. Llevo casi dos meses sin hablar con él—. Eres una desgracia para nuestra familia. No lo entiendo, ¿qué diablos estás pensando? ¿Qué es lo que quieres de nosotros? ¿Por qué nos haces esto? ¿No te hemos dado todo?
Las lágrimas cubren mi rostro como una tela caliente que me nubla la vista. El dolor de cabeza se intensifica. La sien me late con demasiada fuerza y temo que el cráneo me estalle.
—Papá, escucha, yo...
—No voy a escucharte ni una sola vez más. Estoy harto, Samanta. Ya no puedo más. Has echado tu vida a la basura por tus inmoralidades, y de paso nos has arrastrado a nosotros. ¡Por Dios! Si casi matas a un hombre.
—Lo hice por defenderte.
—No hubieses tenido que hacerlo si no te hubieses metido con el padre de tu novio.
—Papá, yo puedo explicar...
—¡No! —ruge—. Se acabó, Samanta, hasta aquí llegué. Te lo advertí, te dije que no contaría con nosotros si volvías a fallarnos y lo hiciste otra vez, y de la peor manera. ¡Por Dios! ¿Con tu tío?
—Joss no es mi tío y...
—Me vale mierda. Te vio crecer. Es un degenerado, pero tú... tú eres una cualquiera que no tiene remedio. Se acabó, no regreses, olvídate de nosotros y haz de cuenta que ya no tienes padres. ¡Eres mi mayor vergüenza!
Suelto un sollozo. Los pulmones me arden. El corazón está a punto de reventar en mi pecho y ni siquiera las cuatro pastillas que tomé en cuanto salí del piso de Adrián me calman. Pero entonces lo hago, inhalo hondo, me trago el dolor, me seco las lágrimas y aprieto los ojos tratando de ignorar el dolor insoportable que casi me noquea.
—Está bien, señor White —suelto, y cuelgo antes de que pueda decir nada.
Mis piernas no me quieren responder, pero las obligo a caminar. Me pongo la máscara que he llevado por años y entro al consultorio de la doctora Miller siendo consciente de dos cosas: ahora estoy sola contra el mundo y no tengo nada que perder.
***
—¿Qué sucede, Samanta? —me pregunta la doctora Miller por quinta vez. Llevo quince minutos sentada en el sofá en posición de indio jugando con la ficha en mis manos.
—¿Sabe que es esto? —Le muestro la ficha y niega—. Es un recordatorio.
—¿De qué?
—De lo lejos que puedo llegar.
Frunce el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Esta ficha me la regaló mi ex. Yo siempre hablaba de viajar a las vegas, obvio no podía por mi edad. Mañana cumplo veinte años, en uno más podré ir. Cuando decía que quería hacer ese viaje él hacía planes juntos. —Sonrío—. Lo irónico es que siempre supe que no haríamos ese viaje. Él era dulce, aunque algo impulsivo. Era bueno en la cama, aunque no lo suficiente como Joss. —Los ojos se me empañan.
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ÉXTASIS (Terminada) +18
Roman d'amour¿Por qué lamerse las heridas cuando puedes sanarlas a punta de orgasmos? Samanta Él es mi mayor deseo, mi fantasía más anhelada, y no me detendré hasta conseguir lo que quiero, aunque tenga que volver a darle carta blanca a todas mis sombras. Joshu...