Conocí a Céline Giraud en Perugia, cuando realizaba una estadía por la exhibición en la que fungía como coordinadora.
Bajo el nombre de Storie dei sogni las obras de los pintores contemporáneos de Italia más destacados hasta el '65, según L'Accademia Nazionale, serían presentadas; por supuesto, todas ellas compartían la estricta característica de contener elementos relacionados al surrealismo. Durante meses el director del departamento de pinturas de L'Academia, Giorgio Raggi, y yo trabajamos en la recolección de los cuadros que cumplían con el requisito. Semanas de cartas enviadas y recibidas, paquetes cuidadosamente empacados, recados mal remitidos y un sin fin de odiseas que casi creímos que no lograríamos nuestro cometido.
Céline no accedió a proporcionarnos sus obras para mostrarlas en la galería. En dirección esperábamos más que una carta debidamente sellada y sin más contenidos que un "No" y su firma. A Raggi le pareció una completa falta de educación que estuvo a punto de sacarla de la Società di Artisti, gracias al cielo pude hacerlo entrar en razón.
—Tienes que regresar con la autorización y al menos un cuadro, o considérate despedida —sentenció.
Sin más guía que la dirección del remitente en la última correspondencia que Céline nos hizo llegar, emprendí un viaje de dos horas para poder acercarme al sitio indicado en el sobre. Recorrí las emblemáticas paredes medievales de casi toda la ciudad, hasta arribar a una fortaleza que ya nada se parecía a la arquitectura prerrománica, sino que más bien asemejaba al concreto del modernismo y todas sus plagas. No había mucho qué ver pero sí tanto para criticar: cuatro muros grises y una sola entrada de gruesas láminas de hierro pintadas con color negro. ¿En dónde se escondió la creatividad de Céline?
Por más experta en el arte que fuera, jamás entendería cómo es que ésa mujer optó por condecorar su casa en un estilo tan básico como ése. Bien lo decían: la modernidad es la muerte al buen gusto.
Golpeé el portón con la argolla metálica que servía para eso. En menos de dos minutos un mozo me abrió. Noté cómo bajó la guardia al verme de pie frente a él, acostumbrado, seguro, a oponentes mucho más altos y fornidos. ¿Qué iba a hacer una mujercilla flácida como yo en su contra? Tenía todas las de perder ante un sujeto con las características físicas que él poseía.
—¿Sí?
—Busco a la signora Giraud —expliqué—-. Me llamo Constanza Sotorano, vengo de parte de Giorgio Raggi.
—La signora Ingrassia —corrigió— no recibe visitas.
—Por favor —pedí antes de que pudiera cerrar el portón—, déle mi recado, dígale que es urgente. De no ser así, no estaría aquí importunándole.
Tras un breve escaneo, en el que seguro evaluó si representaba un peligro para su empleadora, accedió a hacerle mi petición, no sin antes advertirme que existía la posibilidad de una negativa. En menos de cinco minutos tenía al mozo de vuelta con la puerta abierta y una invitación a pasar a la sala de estar. Dentro de los muros, el panorama era completamente distinto. El buen gusto de Céline, o de su marido muerto, no lo sabía aún, era sin duda exquisito. El contraste de la fachada de su casa con respecto a la fortaleza resultaba, incluso, alucinante.
Relieves en los bordes, en la parte alta de las puertas y bajo las ventanas. Todo de color blanco con ligeros toques de marrón en los espacios justos. Sin duda alguna, se trataba de la vivienda de una artista: amplios ventanales para que la luz pudiera entrar e iluminar cada estancia. En mis adentros, moría por conocer el estudio de la signora Ingrassia.
—Prego —indicó el mayordomo con su mano cuando llegamos a un saloncito pequeño que no tenía puerta. Tomé asiento en uno de los sillones cuyos forros iban a juego con el papel tapiz floreado y aguardé por nuevas instrucciones—. La signora estará aquí en un momento.
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Céline: Historia de Hojas Muertas
Storie d'amoreA Constanza Sotorano le han encomendado conseguir una obra de la célebre pintora Céline Giraud para una exhibición de arte, son embargo ésta se niega a ceder una sola de sus pinturas. Al intentar negociar con ella, conoce y se maravilla con su hist...