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—No soy Job. No me castigues, Señor, no me castigues. —Repetía Gabriel una y otra vez. La lluvia en su rostro.

—No me castigues, Señor, no. ¡Por favor! —Gritó llorando.





Pese a su clima mediterráneo, las tormentas durante los meses de verano no son un fenómeno extraño en Barcelona. Esa mañana de junio, llovía. Llovía como no había llovido en meses.

La sala de Urgencias del Hospital Clínic de Barcelona solía ser un hervidero de gente durante el verano. Golpes de calor, deshidratación, insolación y algún hueso roto aquí y allá copaban la sala de espera y los boxes del departamento del más prestigioso hospital universitario de Barcelona. El antiguo edificio había sido restaurado, reparado y renovado en múltiples ocasiones desde su construcción. Contaba con la mejor tecnología, la que la sanidad pública se podía permitir, y los mejores profesionales del país se peleaban a gorrazos por formar parte de sus filas.



Esa mañana de junio, llovía. Llovía tanto que el alcantarillado de la ciudad estaba colapsado, una ciudad entre la montaña y el mar que no estaba preparada para tanta lluvia.

—Varón, treinta y tres años, contusiones múltiples por un accidente de tránsito. —Proclamó la operadora de ambulancia cuando entraba en la sala con un paciente en la camilla.

—¡Llamad a Torres! ¡Llevadlo al box tres!

Cuando el Doctor Gabriel Torres volvió a la sala y apareció en el box, sintió que el tiempo se detuvo por un instante. Sabía que había sido solo un segundo, pero para él había durado una hora.

En la camilla, un hombre. Rubio, de cabellos largos y lisos, muy finos, mide un metro ochenta y cinco. Joven, la piel gruesa y manchada como la de alguien que se ha expuesto mucho al sol, musculoso —quizás trabaje en la obra —concluyó Gabriel, contemplándole en silencio.

De complexión delgada, tenía la ropa manchada de sangre y la cara cortada por cristales —se habrá estampado contra un escaparate. —pensó.

—¿Toni? —Preguntó angustiada una chica rubia entrando en el box.

—¡Ah! Que tiene novia... puf... ¿Rubia? ¿De verdad? —supuso Gabriel mientras dirigía la mirada al hombre de la camilla.

—¿Quién es usted? —Contestó Gabriel despertando de su ensoñación. El gesto enfurecido.

—Soy Núria, soy la hermana de Toni —dijo señalando la camilla.

—Señorita, por favor espere afuera en lo que atendemos a su hermano. —replicó Gabriel —Salga y espere afuera mientras consigo que alguien me explique por qué hay un paciente inconsciente en mis Urgencias sin ser atendido —dijo apartando a Núria a un lado.

—¡Clara! —Gritó oteando la sala. —¿Dónde se mete esta mujer cuando uno la necesita?

—¡Doctor Torres! —Se escuchó al otro lado de la sala. —Menos mal que lo encuentro, lo necesitan en el box tres. —dijo Clara jadeando.

—Si te refieres al rubio de torso hercúleo que está inconsciente sobre la camilla, ya lo he visto y aún no entiendo por qué nadie lo está atendiendo

—Es el del turno de mañanas, ¡el bombero! —dijo Clara, sin haber recuperado el aliento.

—¿Bombero? —dijo con tono agudo y arqueando una ceja. La miró con gesto pícaro. —¡Cuéntame más!

—Estamos saturados con la tormenta, entre los que se meten a bañar al mar con este tiempo...

—El bombero, Clara, el bombero...

Girasoles bajo la TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora