2. La Misma Rutina

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Son las siete treinta de la mañana y el despertador comienza a sonar indicando que es hora de iniciar el día. El clima se siente un poco frío y la tenue luz que asoma por la ventana es una mezcla de gris con blanco. Todo está totalmente nublado.

La alarma suena durante un minuto pero decido no apagarla esperando a lo haga por si sola pues mi esposo tampoco se inmuta ante el escandaloso sonido. Dan siete treinta y cinco y de nueva cuenta el reloj anuncia que es hora de levantarnos y en esta ocasión Diamante reacciona; estira su brazo y presiona el botón de apagado para que no vuelva a activarse y gira su cuerpo hacia mi lado para abrazarme.

Hasta este momento fingí estar dormida pues me gusta mucho la manera en la que me despierta y tal y como lo hace todos los días, lo hace ahora.

—Despierta, dormilona— me susurra al oído mientras su mano izquierda recorre con dulzura mi cabello.

—Cinco minutos más— le ruego con la voz áspera por mi reciente despertar.

—No, señora, ya llevo cinco de retraso y no podemos esperar más— en ese momento Diamante me gira para quedar justo de frente a él y deposita un beso sobre mis labios.

—Es un placer despertar junto a ti— respondo melosa y enredo mis brazos en su cuello para continuar con el beso que después de algunos segundos se va llenando de calor y pasión pero Diamante me recuerda que no hay tiempo y nos separamos.

—El placer y la dicha son míos— dice mientras me mira fijamente a los ojos, esos que tienen un maravilloso color violeta que nunca antes había visto en otra persona.

Después de colocar un beso en mi frente, Diamante se levanta y camina hacia el baño para tomar la ducha del día.

Son ya las siete con cuarenta minutos y apenas tengo tiempo para preparar el desayuno antes de que Diamante se vaya, justo a las ocho de la mañana.

Aun no me acostumbro al espacio y las ubicaciones de la casa pues llevo escasos dos días en Alemania y nuestro hogar es bastante amplio. En el podríamos albergar un batallón de infantería y aun así sobraría espacio.

La casa que Diamante eligió para nosotros está ubicada en un exclusivo complejo residencial en el que la seguridad es excesiva. La verdad, yo preferiría un hogar modesto pero mi famoso y exitoso esposo dice que esto es lo que está a la altura de un arquitecto de renombre como él.

Bajo las inmensas escaleras hasta llegar a la planta baja y me dirijo a la cocina. El lugar en cuestión es asombroso. Posee una cocineta enorme con un sin fin de anaqueles, la estufa, los electrodomésticos y un comedor para cuatro personas que utilizamos para la hora del desayuno pues el comedor principal se encuentra en otra habitación aun más enorme que esta pero no lo utilizamos.

Busco en la despensa y puedo observar que mi esposo se ha surtido con todo lo necesario, así que tomo cuatro huevos y los hago fritos al mismo tiempo que en el tostador se están preparando unas rebanadas de pan y la cafetera anuncia que nuestra bebida caliente ya está lista.

Apenas me da tiempo de servir todo y colocarlo en la mesa cuando Diamante llega a la cocina y toma asiento. Siempre me ha gustado como viste y como se arregla. Mi esposo tiene cuarenta años pero su apariencia es la de un hombre de treinta. Le gusta mucho hacer ejercicio por las tardes por lo que tiene un cuerpo bastante tonificado. Su cabello es cano en su totalidad, pero para pasarlo desapercibido lo tiñió en un tono plateado que lo hace lucir más joven de lo que es. Para este día su atuendo fue un traje azul marino, con camisa negra y una corbata del mismo tono que el traje.

—¿Te vas a quedar ahí todo el día?— me pregunta tan pronto como se da cuenta de que lo veo fijamente durante algunos minutos. Su desayuno va casi a la mitad y yo aun no he probado nada.

Deseos prohibidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora