Alzándose como uno de los edificios más imponentes e importantes de la ciudad, se hallaba el Instituto de Ciencias y Tecnologías de Capital City, un gran edificio de más de cien plantas dedicado al progreso científico, tanto de la ciudad como del mundo entero. En él, se reúnen cada día numerosas mentes prodigiosas en busca del avance humano. Se crean proyectos, se citan avances de otros en estado avanzado y se dan a conocer pruebas ya realizadas. Ciencia es lo único que recorría todos los días sus más de cien plantas.
Entre toda aquella que cada día se reunía allí, destacaban en aquel momento dos de las mentes más prodigiosas del mundo: el alemán Doctor Heinz Daewolf, conocido en el mundillo como Doctor D., y el aclamado estadounidense Maxwell Thomas White, siendo ambas las cabezas pensantes de él proyecto en el que ambos trabajaban en aquel momento. Uno que era secreto y que nadie más conocía aparte de ellos, pero que podría cambiar la realidad tal y como la conocemos.
El primero de los dos, el Doctor D., se hallaba aquel día en una de las muchas instalaciones de investigación con las que el vasto y gran edificio contaba. Una de las salas del sótano, alejada de cualquier mirada curiosa. Sentado frente a una mesa ocupada por un microscopio de altas prestaciones, observaba algo que lo tenía sin palabras. Bajo las lentes del telescopio, dos elementos: una oscura masa de un ínfimo tamaño y un organismo microscópico. Esa extraña masa, bajo la atenta mirada del único ojo del doctor, se movió de forma autónoma hacia el organismo, fusionándose así con él.
-Es increíble... – dijo el doctor, un hombre de baja estatura, aproximadamente de 1,50m, encorvado y de unos cincuenta años. Este era calvo por completo, usaba un parche en su ojo izquierdo, y poseía una frondosa barba oscura. Sobre su camisa negra y pantalones grises usaba una bata de laboratorio blanca y calzaba unos zapatos negros – Esta masa parece poseer consciencia propia. Se mueve hacia un objetivo cercano y lo hace suyo. ¿Qué narices es esto?
Fue entonces que otra persona ingresó a la oscura sala donde el Doctor D se encontraba. Se trataba del profesor Maxwell T. White, su socio en el proyecto que ambos llevaban a cabo. Al contrario que él, el profesor era un hombre alto, de metro ochenta, y algo más joven que él, teniendo quizá unos cuarenta y cinco años de edad y no era calvo poseía pelo rizado oscuro y ojos verdosos. Lo único que tenían en común era su vestimenta, la cual era la misma, resaltando la bata blanca de laboratorio.
-Oh, Maxwell, justo a tiempo – dijo el Doctor D., alegrándose por la presencia de su compañero – Ya he realizado las pruebas sobre la muestra que extraje de tu médula espinar. Los resultados son inauditos. No hay duda de que parece poseer vida propia, pues es capaz de apropiarse de otros cuerpos. ¡Esto es un gran descubrimiento, Maxwell! ¡Es vida extraterrestre! ¡Vida de más allá de este mundo!
-Eso es evidente, doctor – le contestó Maxwell, que no parecía contento con lo que le habían contado. A eso había que sumarle su aspecto, pues, a parte de molesto, eran evidentes sus ojeras – Vino en un meteorito que se estrelló en Siberia. Un equipo y yo lo encontramos.
-No debiste acercarte tanto a él.
-Lo sé, pero estaba demasiado emocionado. Tanto que me acerqué por la noche sin pensarlo y esa cosa... Esa cosa salió de la nada del interior de la roca y... Y se me metió dentro.
-Por mi investigación, no parece que una vez la masa se haya hecho con un cuerpo pueda abandónalo. Es como un invasor.
-Lo es, doctor. Ya le digo que lo es.
-No obstante, ese ser parece haberte hecho más bien que mal.
-¿Más bien que mal...? – repitió con molestia Maxwell.
-Tu vitalidad. Parece afectar a ella. Te ha hecho más fuerte y, bueno, te ha devuelto el pelo.
-Quizá eso sea lo único bueno... - refunfuñó el profesor, que se cruzó de brazos.

ESTÁS LEYENDO
Vigilantes
Acción[TERCERA HISTORIA DE LAS CRÓNICAS DEL MULTIVERSO] Los cómics y los conocidos como superhéroes son cosas que siempre han ido de la mano desde la aparición del primero de los grandes héroes de las viñetas. Todos hemos soñado alguna vez por ser aquel c...