El niño había olvidado su nombre. A duras penas era capaz de percatarse del suelo debajo de sus manos. Se trataba de una superficie sólida, lisa, al pasar con suavidad los dedos sobre ella, generaban un sonido similar a un susurro. Madera, ese era el material. Le frustraba que pudiese recordar aquello tras un gran esfuerzo y no su verdadero nombre. ¿Cuándo se había convertido en una conciencia flotante? ¿Cuándo había dejado de ser él mismo? En ocasiones, en su mente surgían los ecos de unas risas infantiles. Se aferraba a la posibilidad de que fuesen producto de su memoria y no de una mente desesperada por hallar una certeza. Trataba de visualizar las caras, los gestos, las formas de caminar y de hablar. Pese a que tras varios intentos fallidos de averiguar más siempre acababa frustrado por su fracaso, también temía la nueva información; si su cerebro intentaba reconfortarlo con falsos recuerdos, se esforzaría en que fuesen completos. Que fuesen retazos de ruidos e imágenes le daba a entender que, por lo menos, aquello era un intento de acceder a lo que fue real una vez.
Hacía tiempo ya que casi no veía: una bruma densa cubría todo a su alrededor. Los objetos eran difusos y salpicados de tintineantes puntos blancos. El niño apenas era capaz de identificar una ventana y de distinguir un par de muebles de los que no sabría describir más que su pequeño tamaño. Se habría acercado para verlos mejor de no ser porque sus piernas habían perdido bastante fuerza: el sólo arrastrarse ya le provocaba fatiga y dolor. Cuando se disponía a formar palabras, su lengua, sus dientes, sus labios y su garganta iniciaban una revolución: lo único que salía era un gruñido leve y, en ocasiones, un siseo que le daba escalofríos. Temía que, en algún momento, se encontrase frente a un espejo y confirmara lo que ya sospechaba: había dejado de ser humano. Quizás por eso no recordaba su nombre: ya no le pertenecía más.
Con un jadeo, dejó caer la cabeza. Estaba demasiado cansado como para molestarse en cerrar la boca, así que le permitió a su lengua probar el suelo de madera. Un poco de mal sabor era el menor de sus problemas.
¿Por qué se sentía tan pesado? ¿Por qué su cuerpo gritaba ante el más mínimo esfuerzo? ¿Por qué ya no podía hablar? Sólo existía una respuesta posible: se había convertido en algo más; sin embargo, al no poder nombrarlo de ningún modo, optaba por referirse a sí mismo como "el niño". Asediado por las aciagas certezas que se cernían sobre él, se atrevía a aferrarse a su humanidad.
Aun así, lo que más detestaba era que las lágrimas nunca escapaban de sus ojos. Una fuerza invisible le aprisionaba el pecho, acompañada del deseo de sumirse en el vacío absoluto. ¿Eso no era tristeza? ¿No se suponía que debía llorar?
Un chirrido le reveló que la puerta acababa de abrirse. En la habitación ingresó una figura borrosa, delgada y alta. El niño la conocía demasiado bien: se trataba de la persona dueña de la voz, única compañera que había tenido desde que llegó allí... donde sea que fuese allí. No sabría identificar si se trataba de un hombre o de una mujer, pero sí que estaba consciente de que su presencia no auguraba nada bueno. La voz siempre le gritaba enfurecida. Estaba seguro de que, en su anterior vida, tales sonidos no le habrían provocado los dolores de cabeza que ahora experimentaba.
Respiró hondo y aguardó los primeros gritos.
Para su sorpresa, la voz dijo en tono calmado:
⸺Bueno, supongo que hasta aquí llegó todo.
El niño torció la boca en lo que esperaba fuese una sonrisa. Tenía que hacer un esfuerzo consciente para que sus músculos faciales expresasen cualquier emoción. Por una vez, ese detalle le resultó indiferente; saldría de allí en poco tiempo y, con algo de suerte, volvería a ser tan feliz como su ajeno yo del pasado.
La silueta se acuclilló frente al niño.
⸺No ha funcionado, ¿verdad?
El niño no contestó. La silueta le acarició la cabeza y, acto seguido, le dio una bofetada. El sonido resultante fue semejante al que harían un par de pies al saltar sobre un charco de lodo. El niño habría vomitado de conservar algo en el estómago.
⸺¡No ha funcionado! ⸺chilló la voz.
El niño dejó escapar un gruñido cuando, en donde suponía que se encontraban sus oídos, sintió como si alguien le propinase repetidos puñetazos. La silueta se incorporó y caminó con los puños apretados hacia uno de los muebles. Pronto fue evidente que en realidad era una caja, pues la figura introdujo la mano para sacar un pequeño objeto en forma de disco. El niño quiso retroceder, pero sus piernas no le respondieron.
⸺¿Por qué nunca funciona? ⸺gruñó la voz⸺. Con dos funciona bien, pero cuando son tres... ¿Y si me estoy equivocando con algo? ⸺Hablaba más para sí mismo que para el niño. ¿Se marcharía la silueta o estaría dispuesta a cumplir con su promesa de que todo había acabado?
¿Qué quería decir con aquello?
⸺Sí, debe ser eso ⸺dijo tras pronunciar unos cuantos susurros ininteligibles⸺. No creo que sea un gran problema si lo mantengo controlado... Dos, sólo deben ser dos.
Se detuvo. Durante lo que el niño supuso serían un par de minutos, la silueta se había limitado a sostener el disco frente a ella sin demostrar cuáles eran sus intenciones con él, incluso daba la impresión de haberlo olvidado; sin embargo, dejó de hablar y colocó al objeto frente a su cara. ¿Qué planeaba? ¿Tenía algo en mente siquiera o se trataba de una simple falsa impresión? El niño logró arrastrarse unos pocos centímetros hacia atrás antes de quedarse inmóvil. Era como si su cuerpo hubiese aumentado varios kilos. ¿Volvería a levantarse algún día?
La silueta arrojó el objeto a la cara del niño. Los pedazos salieron despedidos en todas direcciones tras chocar contra su cabeza. El niño suponía que los cortes de su rostro eran abundantes. No le dolían, aun así, percibía cómo la sangre caía con la paciencia de quien no es consiente de todo lo que está en juego, de quien no sabe que su destino depende de la decisión de alguien más.
El niño gruñó y agachó la cabeza.
La silueta no volvió a arrojar nada. En sus manos sostenía un objeto largo terminado en una punta afilada. El niño parpadeó para difuminar los puntos blancos, sin embargo, no dio resultado: veía al objeto tan borroso como al principio.
La silueta se volvió con brusquedad hacia el niño, que imaginó los ojos de la otra persona: grandes y radiantes de furia, verdes, semejantes a bravos relámpagos.
⸺Supongo que tendré que deshacermede ti ⸺dijo la silueta mientras se aproximaba con el arma en la mano.
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Cazador de Bruma
FantasyCristofer es el cazador de bruma predilecto de la corona androsense. Ha destapado conspiraciones políticas, luchado contra asesinos de poderes extraordinarios y desmantelado conspiraciones políticas. Sin embargo, ahora se enfrentará a un desafío úni...