Capítulo V

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Miriam lloraba con suavidad en los brazos de Cristofer. El cazador quería decirle que todo estaría bien, que no se preocupase; pero no intentaría calmar a alguien más cuando él estaba tan agitado. ¿Acaso el asesino se había percatado de su presencia? ¿Qué razón había para mutilar así al cochero? ¿Por qué Cristofer no se molestó en preguntarle su nombre? Le resultaba surrealista que, tan solo unas horas antes, lo había conducido a través de las calles de Seran. Gracias a él había entendido un poco más a los habitantes de aquel pueblito, incluso si todavía los consideraba de lo más peculiares. Ahora estaba muerto y Cristofer había quedado atrapado.

Un rugido poderoso atravesó el aire. Las leyendas del inicio de los tiempos contaban cómo los gigantes primigenios luchaban entre sí por el dominio del mundo. Se decía que aquellos monstruos, con sus gritos de batalla, eran capaces de partir la tierra. Cristofer juraría que aquellos gritos debieron oírse igual que aquel estruendo. Era un milagro que el suelo debajo de sus pies no se desmoronase.

El edificio se tambaleó. Kuet no paraba de trinar. Esquivó por poco unos pequeños escombros que cayeron del techo. Uno de ellos le pegó a Cristofer en la cabeza, despertándolo de su ensoñación.

⸺Hay que salir de aquí ⸺murmuró.

No le preguntó a Miriam antes de tirar de su muñeca y obligarla a levantarse. El gemido de la mujer vino acompañado de un crujido. ¿Le habría roto algún hueso? Trató de no pensar mucho en ello mientras se dirigían a la sala.

Se encontró con una multitud enardecida que corría hacia la salida. Los niños se empujaban entre sí, gritaban y golpeaban. Un chico que no debía tener más de catorce años trataba de mantener el orden hasta que una muchacha lo derribó de un puñetazo. Los niños pasaron sobre él y en ningún momento miraron hacia abajo. La pelea era mucho más salvaje en la entrada: quien llegase hasta allí tendría que golpear a tantos como pudiera para sobrevivir.

Fuera, las llamas arrasaban con todo. Cristofer alcanzó a ver varios cuerpos tirados en el suelo que no tardarían en ser consumidos hasta las cenizas. El infierno se había materializado en el instituto. El cazador habría visto más detalles del exterior de no ser porque dos gruesas piernas de roca cubrían buena parte de la visión que proporcionaban las puertas de cristal. Se trataba de un azral y no paraba de golpear la torre.

Miriam tenía los ojos entrecerrados. ¿Cómo iba a llevarla hasta allá afuera? ¿De verdad valía la pena luchar? El gigante ignoraba a los niños que salían, sin embargo, no haría lo mismo con Cristofer; el joven juraría sobre el fuego que habían venido a por él.

⸺¡Kuet! ⸺bramó. El águila seguía volando en el cuarto. Trinaba cada vez con más fuerza, como si eso pudiese salvarla. Cristofer comprendió que esperaba a que se moviera para acompañarlo. El hechicero ingresó del nuevo al cuarto, a costa de los quejidos de una confundida Miriam⸺. ¡Kuet! ¡Vuela y aléjate! ¡Te llamaré cuando te necesite!

El águila voló hasta posarse en su hombro. Cristofer se esforzó en poner cara de enojado.

⸺¿No me ves cómo estoy? No puedo ayudarte. Vuela y después te llamo. Todo estará bien si me obedeces. ⸺El águila no obedeció. Cristofer se odió cuando gritó⸺: ¡Estúpida ave! ¡Sal de aquí si no quieres que te maten!

Kuet, por fin, voló hasta salir del cuarto. Cristofer confiaba en que escapar no le sería complicado; había muchas ventanas abiertas y no le costaría encontrarlas. Había huido de la misma manera en ocasiones anteriores.

Su principal prioridad era poner a Miriam a salvo. Después se encargaría del monstruo.

La multitud no había hecho más que concentrarse en la puerta, demasiado alterados como para percatarse del peligro exterior, y mucho menos de que una ventana abierta en un extremo salón serviría como vía de escape. De momento, nadie se fijaba en ella. Si conseguían llegar hasta allí primero, tendrían una oportunidad de escapar. Cristofer sacudió a la directora con la intención de despertarla. Miriam abrió los ojos con pereza, como si fuese una mañana de trabajo más.

Cazador de BrumaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora