—Ese chico no saldrá de la revista porque lo mires fijamente todo el día —sentencia alguien.
Mi pulso se acelera y abro los ojos de par en par. Mi reacción instintiva es ocultar la revista de alguna mirada indiscreta, sintiéndome descubierta, y lanzo un vistazo hacia la persona que ha hablado. Es un hombre, de aspecto joven, sentado en la mesa junto a la mía en la cafetería.
Parece sufrir los estragos de una resaca, porque trata de ocultar su rostro detrás de un suéter sobredimensionado y unas gafas oscuras. El aroma que emana confirma su estado. Sus labios están pálidos, agrietados y manchados. Y no ignoro como sostiene su taza de café como si fuera una jarra de cerveza.
—Sé que no lo hará —respondo con precaución—. De lo contrario, ya estaría frente a mí.
—¿Y para qué querrías estar frente a alguien a quien ni siquiera conoces? —inquiere, con un tono de voz ronco y entrecortado.
Arrugo la frente en un gesto de desagrado, sintiendo el calor subir a mis mejillas. ¿Quién es este desconocido que se atreve a hablarme de ese modo? Lo que más me avergüenza es que es muy preciso en sus acotaciones. Solo una verdad permanecía clara: Alex Donovan, el chico de la revista, es mi debilidad.
—Lo conozco —me defiendo, dejando mis dedos rozar involuntariamente la imagen de aquel rostro en la revista—. Simplemente, nunca he tenido la oportunidad de verlo.
El hombre suelta una risa cínica, teñida de sarcasmo y crueldad.
—Lo idealizas —carraspea, su voz rasposa apenas audible. Emite un aire de cinismo y desdén que no me agrada.
Frunzo el ceño, sintiéndome instantáneamente como una tonta.
—No es así, sé cómo es realmente: sensible, amable y una buena persona.
Aunque sus ojos están ocultos tras los lentes oscuros, puedo sentir su escepticismo a través de su gesto. Me siento estúpida y vulnerable.
—¿Cuántos años tienes? ¿Dieciséis? —se burla, aumentando la tensión en mis mejillas.
—Veintiuno —corrijo con firmeza—. No soy una niña, ¿que está mal contigo?
—¿Conmigo? —levanta una ceja, su expresión llena de insolencia—. Conmigo nada. Contigo todo. Estoy aquí, tomando un café, y tengo enfrente a una chiquilla idealizando a alguien a quien ni siquiera ha visto, endulzándolo con palabras como "sensible" y "amable". Supongo que, después de todo, me divierte bromear contigo.
—Una broma requiere dos personas, y no encuentro ninguna diversión en tus burlas —replico con una mueca, molesta—. ¿No tienes problema contigo? Porque, desde mi perspectiva, pareces bastante malherido debajo de esos lentes oscuros y detrás de esa resaca.
Una risa entrecortada escapa de sus labios. Parece enojado, pero en su esencia está esa actitud egocéntrica.
—Tienes razón, mis heridas son reales. No como el tipo de la revista de cotilleos.
Mis cejas se fruncen ante el comentario. ¿Qué sabía él del "tipo", es decir, Alex, en cuestión?
—Es una persona real, ¿lo sabes, verdad?
—No, es una persona idealizada en tu mente. Técnicamente, no es real. Nunca lo has visto.
—Lo veré, en unos días llegará a la ciudad. Finalmente, lo conoceré —respondo con determinación y seguridad.
—Y luego, ¿qué? —pregunta con un matiz de curiosidad y provocación—. ¿Qué harás después de verlo? ¿Tendrán una química excepcional y comenzarán a salir? ¿Se enamorará de ti?
ESTÁS LEYENDO
Melodías de engaños
RomanceGrace ama a Alex. El único detalle es que él es un cantante famoso que nunca ha visto. Después de largos seis años soñando con conocerlo, Grace se aventura a otra ciudad para hacer realidad sus sueños. Pero nada resulta como ella piensa. ¿Qué pasa...