Capítulo II: Lucha de almohadas

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—Por favor, quítate los lentes.

Mi pregunta parece resonar en el aire, creando un tenso silencio entre nosotros. En ese momento de incertidumbre, siento un nudo en el estómago y frío en la piel. 

Veo el modo en el que se relame los labios mientras lo piensa, los segundos se vuelven eternos y me destroza ser consciente que en otras circunstancias me estaría desvaneciendo ahora mismo a sus pies. Pero ahora, siento mucha indignación.

No quiere hacerlo cuando finalmente, se lleva las manos hacia los lentes, que ocultaban patéticamente su identidad y lo veo. Es él. Y yo no fui capaz de darme cuenta. Tanto que profesaba conocerlo, y no me di cuenta que estaba junto enfrente de mí. Lo peor de todo, es que él se burló de eso todo el tiempo. 

Me siento ofendida, como si todo este tiempo hubiera sido el blanco de una broma cruel.  El tipejo de personalidad engreída siempre fue él.  El mismisimo Alex Donovan. Tal vez alguna otra fanática se emocionaría, pero yo no. Lo percibo como una estocada, como si hubiera jugado con mis sentimientos sin piedad. Me hace sentir vulnerable, y muy tonta. 

Todas las cosas que dijo de él mismo. ¿Qué clase de retorcida broma era? 

—Sospecho que tienes un concepto muy deprimente de ti mismo —le digo, tan neutra que me desconozco. 

La expresión que se dibuja en su cara es de indiferencia. No parece importarle mucho, por lo que añade:

—Es la realidad —afirma tan sereno, que asusta. 

Trago seco y me muerdo con fuerza la mejilla interna.

—¿La realidad es que eres un idiota?

Se ríe fríamente.

—Yo no dejé todo por ver a una persona que idealizas. No me siento precisamente idiota a tu lado.

Mi mandíbula se distiende. Sus palabras dificilmente se las lleva el viento, se estacan con dolor en mi pecho y mente. Era distinto cuando era alguien que no conocía, pero ahora que sé que es él, cada oración es una puñalada.

—Y aun así, tú me das más pena.

Lanzo estocadas, caen en saco roto. ¿Acaso no se da cuenta que estoy desvaneciendome frente a él?

—Aparentas ser alguien que no eres —le señalo. 

—No —contesta—, yo solo hago lo que vende. Es mi trabajo. Pretender para vender. Naturalmente, nadie querría a un tipo frío, grosero y rebelde. Yo solo monto una fachada y las fans hacen el resto...

Me siento hervir de cólera por tanto descaro.

—¿Cómo te atreves? —digo, con picazón en mis ojos—. ¿Las letras de esas canciones? ¿El amor por lo que haces? Todas esas conversaciones con las fans...

—Niña, es mi trabajo...

El tono dulce que traiga consigo en mis vídeos grabados de él, no existe. Su timbre de voz es seco, y su modo de hablar es cortante. Es tan repulsivo.

—No me digas niñas —le reclamo, molesta—. No te he dado el permiso. ¿Por qué me haces esto?

—¿Hacer qué?

No me entiende, o eso aparenta.

—Desilusionarme —le digo—. ¿Por qué no solo podrías callarte? ¿Por qué no me podías hacer creer que eres quien me dé la gana de pensar, e irme en paz? Con mi sueño. Con mi ilusión. ¿Por qué tenía que ser yo? ¡Carajo! ¿Tanto te odias a ti mismo que no podías callarte y dejar de hablar sobre ti?

Melodías de engañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora